sábado, 30 de abril de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 12

—Ah, ya veo, el amor lo conquista todo —dijo él, sarcástico.

—Tal vez no, pero a pesar de mi aparente falta de autoestima, yo no voy a conformarme con un segundo plato.

Pedro, sorprendido aún por ser llamado «segundo plato», oyó que se abría la puerta y los recuerdos que había estado intentando contener aparecieron en la superficie con impía claridad para torturarlo. Recordaba haberla sentido temblar cuando trazaba la curva de su cadera con los dedos o cuando acariciaba sus delicados pechos con la boca. Y recordaba oírla suplicar que no parase mientras besaba su garganta donde estaba el eco de su pulso…

Qué ironía; la única mujer con la que se había acostado pero a la que no había visto y tenía de ella un recuerdo más vivido que de ninguna otra.

Y estaba a punto de desaparecer otra vez.

Con los dientes apretados, Pedro se levantó de la silla. Estaba a punto de lanzarse hacia la puerta cuando se detuvo. ¿Qué demonios iba a hacer?

La maldita pelirroja volvía a escapar. Que ella saliera corriendo y él la siguiera no era lo más sensato para un hombre que quería mantener cierta ilusión de control.

Con el rostro ensombrecido. Pedro se dió la vuelta para dejarse caer de nuevo sobre la silla.


Empezó a llover justo cuando el taxi se detuvo. Pau tardó sólo unos segundos en subir al coche, pero cuando cerró la puerta estaba empapada.

Mientras miraba por la ventanilla empezó a pensar en aquel fin de semana en Escocia… también había llovido esa noche.

Pau no había leído nada siniestro en las oscuras nubes, no sabía que su vida estaba a punto de cambiar para siempre mientras conducía el Land Rover por el camino de grava que llevaba al castillo de Armuirn.

Sencillamente, le estaba haciendo un favor a su hermano y su cuñada y en lo único que pensaba era en un buen baño caliente. No había anticipado que limpiar las casitas de invitados que rodeaban el castillo sería tan agotador. Y tampoco tenía intención de decirlo en voz alta para confirmar la opinión de su hermano de que la vida en la ciudad la había vuelto blanda.

Cuando llegó al castillo inclinó un poco la cabeza para mirar las altas torres. El edificio, de piedra gris, podía verse desde muchos kilómetros y había sido el hogar de su cuñada cuando era pequeña, pero ahora Gonzalo y Andrea vivían en una granja cercana y habían convertido el edificio, y las casitas que lo rodeaban, en un hotel rural.

Pau sacó una enorme cesta que contenía los productos de limpieza, pensando que usar un plumero no era precisamente su idea de cómo pasar unas buenas vacaciones. Pero no podía irse de excursión por las montañas cuando una violenta epidemia de gripe tenía a su hermano y a la mitad de los empleados en cama.

Aunque había dicho estar dispuesta a hacer lo que fuera, se había alegrado cuando el «lo que fuera» no consistía en cuidar de los gemelos de su hermano. Adoraba a sus sobrinos, pero la responsabilidad de mantener a la pareja entretenida y a salvo de todo peligro no era algo que le apeteciese en aquel momento.

Afortunadamente, Andrea le había pedido que limpiase las casitas de invitados y, si tenía tiempo, que fuera a llevar la compra a la cocina del castillo.

Pero cuando le preguntó si también debía limpiar el polvo, su cuñada le había dicho que no. Por lo visto, el hombre que había alquilado el castillo para el verano no quería que lo limpiasen.

De hecho, no quería nada más que estar solo.

—¿Cómo es ese hombre?

—No me preguntes a mí, yo no lo he visto. Y creo que Gonzalo tampoco. La reserva se hizo por Internet.

—Pero alguien tiene que haberlo visto —dijo Pau.  Aquélla era, después de todo, una comunidad pequeña donde todo el mundo conocía a todo el mundo.

—Carlos lo vió, creo, bajando de un helicóptero.

—¿Bajando de un helicóptero? ¿Y cómo era?

—Me dijo que era alto.

—Ah, cuánta información —rió Pau.

—Nadie lo ha visto desde entonces. Se aloja en el castillo y no va al pueblo para nada. Deja la lista de cosas que necesita en la puerta cuando vamos a cambiar las sábanas, pero nada más.

—A lo mejor es un fugitivo —murmuró Pau—. A lo mejor está huyendo de la ley. O es una estrella de cine en medio de un escándalo.

—No, seguramente será un ejecutivo estresado que ha venido a pescar. Pero sea quien sea ha alquilado el castillo durante seis meses y ha pagado por adelantado, así que puede ser todo lo invisible que quiera —contestó su cuñada.

—¿Y ese hombre misterioso tiene un nombre?

—No me acuerdo… es extranjero, italiano, me parece.

Cuando Pau llegó al castillo para dejar las cosas en la cocina, su interés por el extraño había desaparecido. Estaba agotada. Había hecho veinte camas y pasado la aspiradora por diez habitaciones… por no mencionar los cristales y los cuartos de baño. Lo único que quería era volver a la granja y tumbarse en el sofá.

No había ni rastro del cliente antisocial y ninguna respuesta cuando asomó la cabeza en la cocina. Claro que estaba a oscuras, las persianas bajadas. Pau dejó la bolsa con la compra en el suelo y encendió la luz…

—¡Dios mío! —exclamó, horrorizada. Aquello era un completo desastre, una zona de guerra llena de platos y vasos sucios. No había una sola superficie limpia. Un rápido examen a la nevera, donde Andrea le había dicho que dejase las cosas, reveló que la mayoría de los productos frescos estaban pasados de fecha… algunos criando brotes incluso.

Pau, pensando con pena en el baño caliente y el sofá con los que había soñado, se remangó la blusa. Ella no era una fanática de la limpieza, pero aquello era intolerable.

Si el cliente no quería que limpiasen el castillo, era su problema, pero no iba a dejarlo así. Por higiene.

Media hora después, la cocina no haría sonreír a un inspector de Sanidad, pero había mejorado bastante. Cruzando los brazos, Pau asintió, satisfecha, mientras dejaba la última botella vacía en el contenedor de reciclaje.

—Espero que me lo agradezca.

—¿Quién demonios es usted y qué está haciendo aquí?

Ella dejó escapar un grito cuando dos manos se posaron sobre sus hombros para darle la vuelta.

Encontrándose cara a cara con el botón de una camisa de pana, levantó los ojos para ver a la persona cuyos dedos se clavaban en su carne y que, evidentemente, no le estaba agradecido en absoluto. Y se encontró mirando al hombre más guapo que había visto en toda su vida.
Sabía que estaba mirándolo como una tonta, pero no hubiera podido evitarlo aunque su vida dependiera de ello.


Era alto, mucho más de metro ochenta y cinco, y parecía fuerte; pero no como esos hombres que iban al gimnasio todos los días para presumir de músculos. No, era más bien fibroso. Tenía un color de piel mediterráneo y el pelo negro, ondulado, un poco demasiado largo. La estructura ósea de su cara era perfecta, con pómulos altos, nariz aquilina y una sombra de barba que le daba aspecto de pirata. En resumen, un hombre muy masculino.


Lo menos masculino eran esas pestañas larguísimas y la curva de sus labio inferior, compensada por la firmeza del superior; el efecto tan sensual que le provocó un estremecimiento.


Y cuando lo miró a los ojos tuvo que buscar aire. Eran tan oscuros que parecían negros y, mirándolos, sentía como si estuviera cayendo a un precipicio… Pero se recordó a sí misma el desbarajuste de la cocina.


2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! vamos a saber que pasó esa noche!

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  2. Wowwwwwwwwww, qué intensos los 4 caps. Espero que la busque y rápido

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