martes, 26 de abril de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 1

Paula respiró profundamente, intentando tranquilizarse mientras se acercaba a la joven de la recepción. Con su melena rubia y su figura de guitarra, era una de esas mujeres que siempre atraían la atención de los hombres.

Las pelirrojas diminutas y con pecas, por otro lado, no eran tan buscadas; al menos en su experiencia. Aunque durante un tiempo le había parecido que Facundo era de otra manera… hasta el día que entró en casa y encontró a su ex prometido en la cama con una preciosa rubia.

Normalmente, cuando recordaba aquella memorable ocasión experimentaba una ola de náuseas, pero esta vez no. Esta vez tenía el estómago paralizado de puro terror.

Las pestañas rozaron sus mejillas cuando cerró los ojos para respirar de nuevo, intentando controlar los frenéticos latidos de su corazón, que parecía a punto de salirse de sus costillas. Y luego intentó sonreír. Si una persona actuaba como si esperase que le enseñaran la puerta, en general eso era lo que solía ocurrir.

Se había tomado su tiempo aquel día para tener el aspecto de alguien que entraba todos los días en el cuartel general de una multinacional para hablar con el presidente. Pero al ver su imagen en el espejo de la pared, supo que sus esfuerzos habían sido en vano. No iba a salir bien.

Intentando no ser pesimista, Pau se aclaró la garganta. Y el sonido atrajo la atención de la recepcionista, pero sólo durante un segundo porque, en ese mismo instante, se abrió una puerta y por ella apareció otra rubia impresionante con un ajustado vestido rojo.

La chica que había tras el escritorio se quedó mirando y Paula también; y también los fotógrafos que habían aparecido de repente, como por arte de magia.

La explosiva rubia parecía comodísima con los fogonazos de las cámaras y la tormenta de preguntas que lanzaban los paparazzis. Sencillamente sonrió, mostrando unos dientes perfectos y demostrando que, aunque había hecho la transición de modelo a actríz de Hollywood, sabía cómo manejarse con los periodistas. Flanqueada por dos musculosos guardaespaldas parecía deslizarse por el pasillo, deteniéndose un par de veces para contestar «Sin comentarios» a las preguntas sobre si Pedro Alfonso y ella estaban juntos de nuevo.

Cuando desapareció, dejando sólo el fuerte aroma de su perfume en el aire, Pau estaba haciéndose la misma pregunta. Menudo momento. Lo último que un hombre querría escuchar era la noticia que ella había ido a darle e imaginaba que sería doblemente cierto para un hombre que acababa de reconciliarse con el amor de su vida.

Paula suspiró, intentando apartar la imagen de la actriz de su cabeza; no estaba allí para competir por las atenciones del italiano. Ni siquiera estaba interesada en la vida amorosa de Pedro Alfonso y no tenía ningún deseo de separarlo de ella, algo que pensaba dejarle bien claro.

La razón para que estuviera allí era muy simple; darle la noticia y marcharse. La pelota estaría entonces en su tejado.

Lo único que tenía que hacer era decírselo.

Y era ahora o nunca.

Aunque en aquel momento «nunca» le parecía lo mejor.

Pau hizo una mueca de dolor. Se había comprado unos zapatos en las rebajas y le hacían daño porque eran pequeños. Aunque la confianza que le daban esos tacones merecía la pena.

—Buenos días… —no pudo terminar la frase cuando la recepcionista levantó la cabeza.

¿Qué iba a decirle?

«Soy Pau, pero eso no significa nada para usted, claro. Su jefe no sabe mi nombre, ni siquiera sabe cuál es el color de mis ojos o que tengo pecas y el pelo de color zanahoria. Pero había pensado que, dadas las circunstancias, lo más lógico sería darle la noticia cara a cara: voy a tener un hijo suyo».

Pau pensó entonces en las diferencias que había entre un multimillonario y una chica que tenía que hacer malabarismos para pagar las facturas todos los meses. Seguramente habría ganado menos dinero en toda su vida profesional que Pedro Alfonso un solo minuto. Aunque las cosas estaban empezando a mejorar, afortunadamente. Había trabajado durante cuatro años en el periódico local del pueblo escocés en el que nació, cubriendo bodas y bautizos. Pero su esfuerzo había dado dividendos y, por fin, había conseguido un trabajo en un periódico de tirada nacional en Londres.

—Sí, las cosas son más fáciles ahora que en mis tiempos —le había dicho la madura periodista que la acogió bajo su ala—. Tú tienes talento, Pau. Pero tienes que poner el cien por cien si quieres que la gente te tome en serio. Y debes ser un poquito más… flexible. Ah, y no tengo que decirte que lo último que necesitas en este momento es una relación sentimental exigente o tener familia. Eso sería un suicidio profesional.

Familia.

Pau  tragó saliva al considerar aquel nuevo y francamente aterrador desvío en su, hasta aquel momento, predecible vida. Había tenido miedo y seguía teniéndolo, pero la verdad era que no tuvo que pensarlo, ni siquiera se le había ocurrido la idea de no tener a su hijo.

Además del pánico inicial había algo, una sensación extraña de que todo estaba bien. No esperaba que el padre de su hijo la compartiese, claro, pero que no quisiera saber nada del niño no significaba que no tuviera derecho a saberlo.

Se había preparado para una respuesta airada o las inevitables sospechas que tal vez serían lógicas en una situación así. Pero aquella extraña serenidad que la embargaba era una serenidad que Pau no creía poseer. Aunque bien podía ser a causa de la sorpresa.

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