jueves, 14 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 27

-Pedro, si no hablamos, jamás llegaremos a un entendimiento.

-¿Es eso lo que quieres? ¿A qué te refieres cuando hablas de un entendimiento?

Gimió desesperada.

—Ni siquiera de eso estoy segura.

—Si lo que me pides es que cierre los ojos mientras tienes una aventura con Redway para poderlo desterrar de tu mente, la respuesta es no, Paula. Primero te mataría.

—Una solución drástica.

-No te rías de mí, Paula. Nada de esto me parece gracioso.

—A mí tampoco. Jamás nos hemos entendido y no todo ha sido culpa mía. Me dejaste al margen de tu vida hace meses aun antes de lo del niño.

El coche dió un salto y él apretó las manos sobre el volante.

-Siento lo del bebé. Desde entonces me he culpado. Me comporté como un cerdo y me arrepiento.

-¿Podemos hablar de eso? ¿De por qué no querías tener un hijo?

-Te lo dije —contestó él, pero ella vió cómo se ponía tenso.

—Pedro, es necesario decir la verdad si queremos entendernos. ¿Por qué no querías que tuviera un hijo?

Él se quedó silencioso, con cara seria.

-Pedro-murmuró ella tocándole la rodilla con la mano y él saltó.

— ¡No lo hagas! -dijo con voz ronca y ella se dio cuenta que las manos le temblaban sobre el volante.

Se quedó perturbada. Él suspiró profundamente.

—Tenía celos —las palabras fueron dichas como si apenas abriera los labios para dejarlas salir—. Estaba enfermo de celos. No quería que existiera nadie más en tu vida.

—¿Ni tu propio hijo? —Flor ya se lo había dicho.

— Sé que es algo despreciable... ¿o crees que no lo sé? ¿Crees que quería sentirme así? Pero no podía evitarlo. Lo intenté, sólo Dios sabe cuánto. Me metí de lleno en el trabajo para poder escapar de mi gran necesidad por tí, pero nada cambiaba. Te tenía noche y día en la mente y sabía muy bien que tú no... me lo demostraba el hecho de que querías un hijo. Yo no bastaba para llenar tu vida. Siempre buscabas otra gente, otras cosas... a Redway, el teatro, la gente que conocías... y luego, la idea de tener un hijo.

Ella habló con suavidad.

—Pedro, es normal tener una familia.

Él rió con amargura.

— Y yo no lo soy, me doy cuenta de ello ¿no lo entiendes? No quería nada más que a tí. A tí, a tí, a tí - su voz sonaba agitada por una emoción que ella encontró dolorosa y perturbadora. Ni siquiera la miró, conducía como si no supiera que estaba allí y sin embargo, en ese momento podía sentir como algo tangible y latente su posesivo amor por ella, retirándola de todo y de todos para ser dé ese modo el jefe de su vida.

—Jamás me lo demostraste.

—Por supuesto que no. Tengo mi orgullo. Lo último que quería es que te dieras cuentas de cómo me sentía. Era más fácil dejarte pensar que me eras indiferente a que supieras que estaba loco por tí.

-Si hubiera sabido, podría haber...

—¿Qué? ¿Sentido lástima por mí? ¿Haberme tranquilizado? ¿Crees que eso es lo que quería? Eso hubiera sido lo peor de todo.

Y de esa manera, estrangulado por el orgullo y el desprecio por si mismo, luchó contra esos sentimientos durante meses, sin dejarle ver a ella jamás que debajo de esa superficie fría y arrogante había algo apartándola, construyendo ese muro que la alejaba de él.

—Estás loco, Pedro—le dijo y él la miró con amargura.

—Por tí sí, desde el día que nos conocimos. Desde el principio supe que tenía que luchar con el fantasma de Redway... nunca dejabas de hablar de él y yo estaba tan celoso que no sé cómo pude controlarme, pero como seguías viéndome y aceptaste casarte conmigo, aproveché mi oportunidad de tenerte antes de que él regresara.

—Estabas equivocado. En ese entonces, David no era nada más que un amigo.

—Ninguna mujer habla tanto de un hombre a menos que sea más que un amigo.

— Yo no me daba cuenta de que fuera otra cosa.

Llegaron a la casa y ella miró las ventanas oscuras. Eran como su vida con Pedro, cerradas, secretas, oscuras. Ella tenía que abrirlas de alguna manera para ver claramente su presente y su futuro con él.

Conectó la calefacción y comenzó a preparar café mientras él guardaba el coche.

Pedro  entró a la habitación con las manos en los bolsillos y se quedó observándola.

-¿Quieres algo de comer? -le preguntó ella tratando de que el tono fuera normal.

-No gracias, sólo café.

Se lo sirvió y le puso crema.

Se sentaron en la elegante sala y él se quedó mirando la taza, haciendo girar la cuchara.

-Ahora es tu amante -dijo en un tono que ya no ocultaba la tortura.

—No -dijo ella y él levantó la cabeza para mirarla con los ojos entrecerrados-. Todavía no -agregó porque ahora todo tenía que quedar claro entre ellos y lo vió parpadear.

—¿Viniste aquí para hablar de eso? —su voz sonaba como si hubiera llegado al límite de sus fuerzas y ella le tocó la mano, pero él la apartó como si le hubiera quemado la piel con una plancha caliente.

—No me toques —dijo entre dientes— Dios mío! ¿No puedes metértelo en la cabeza? En lo que a tí respecta, no soy normal. La última vez que perdí la cabeza te lastimé mucho, pero temo matarte algún día.

Ella trató de tomarlo a la ligera para hacerlo reaccionar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario