sábado, 23 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 42

—¿Se lo vas a decir?

—No -dijo Paula de pronto, decidida-. No... podría volver a soportar todo otra vez. Quiero conservar este hijo.

—¿Cómo te las arreglarás? —Flor se mordió el labio—. Oh, a mí no me importaría dejar que te quedaras aquí sin pagar renta, pero los bebés cuestan mucho... necesitarás atención médica, ropa para el bebé. Tienes que vivir, Paula.

-Tengo mi pensión -dijo calculando a toda prisa-. Podría trabajar por algún tiempo.

—No en el teatro.

Paula se rió, pero pronto su cara se quedó seria al pensar en los problemas.

—Pero ya me las arreglaré -dijo con firmeza.

—¿No tienes familia que te pueda ayudar? -Flor suspiró. Los padres de Paula eran de mediana edad cuando nació, murieron durante los años en que estudiaba arte dramático.

—Tengo una tía en Cardiff. Sólo la he visto dos veces. Ni siquiera puedo recordar su nombre.

—¿No tiene familia Pedro?

—Ninguna. Bueno, parientes lejanos como yo... tíos que apenas conocí... eso era lo que teníamos en común, ser huérfanos -pensó que la falta de apoyo familiar contribuyó a su aislamiento.

Flor  se la quedó mirando furtivamente.

—Está David—comenzó y Paula le lanzó una furiosa mirada.

-¡No se lo digas! ¡Te lo prohibo! Flor, promételo... esto no tiene nada que ver con David.

Flor  parecía obstinada.

—Me pidió que le dejara saber cómo seguías. Prometí escribirle.

- Prométeme que no le dirás una palabra acerca del embarazo - le dijo con firmeza.

—Creo que eres una tonta. David querría ayudar... cuando se entere de que le mentí, se pondrá furioso.

-Yo se lo explicaré cuando lo vea. No soy responsabilidad de David, Flor.

—Él cree que sí.

Paula la ignoró, tenía que hacerlo. No debía molestar más a David. Bastante la había ayudado ya.

Una semana después, consiguió otro papel en televisión, unas cuantas líneas en una obra buena de un escritor moderno y Flor se puso felíz.

—Estás teniendo suerte. Ésa es una buena oportunidad. Hasta...

—Hasta que tenga que dejar de trabajar. Pero gracias a Dios, eso no sucederá hasta dentro de unos cuantos meses.

Llevaba diez semanas de embarazo si es que adivinaba correctamente. No notó los primeros síntomas que debieron advertirle su estado. Estaba demasiado preocupada por Pedro, muy entretenida con la serie de televisión. Al reflexionar, supo que sucedió el día en que regresó a su casa a hacer las maletas. Le pareció una ironía que hubiera concebido a consecuencia de esa amarga explosión de celos. Hubiera deseado circunstancias más felices, pero fuera cual fuera la causa, deseaba demasiado al niño para que le importara.

Los días y las semanas pasaron con toda lentitud. Tuvo que abandonar la idea de trabajar cuando su cuerpo cambió de forma y su embarazo fue notorio.

—Una lástima -dijo el agente suspirando-. Comenzábamos a obtener frutos -bajó la vista—. ¿Cuándo regresa David?

Ella se ruborizó al ver que imaginaba que David era el padre.

-No tengo idea -dijo enojada-. ¡Buenos días!

David llamó varias veces, pero ella procuró estar ocupada. Flor trató de persuadirla para que le hablara, pero Paula no quiso.

-Sospecha algo -dijo Flor y Paula movió la cabeza.

—Dile cualquier cosa.

Flor le contó que Paula tenía trabajo y eso le alegró. En el departamento, Paula estudiaba las revistas de moda que Flor le proporcionó las diminutas prendas que trataba de hacer eran demasiado pequeñas para cualquiera, y se rió consigo misma al comenzar las primeras puntadas. El día anterior el doctor le dijo que ya había pasado el período de peligro. Los siguientes meses de su embarazo estarían libres de preocupación y Paula pensó en la dificultad que comenzaba a tener con su ropa y la pesadez de su cuerpo.

Alguien tocó el timbre y ella fue con dificultad a abrir. Le dolían las piernas después de la larga caminata desde la oficina del agente. Había comenzado a caminar para ahorrar gastos de transporte. Ahorraba dinero y además era bueno para ella.

Todavía insistía en pagarle a Flor la renta, pero el dinero la preocupaba.

Abrió la puerta y se quedó atónita.

— ¡Pedro!

Se la quedó mirando como si sus ojos lo engañaran y en ese momento ella sintió temor y alarma. Instintivamente trató de volver a cerrar la puerta y él se lo impidió interponiendo su cuerpo.

Ella se encogió y la palidez de su rostro se acentuó.

—¿Qué imaginas que voy a hacerte, Paula? ¿Qué clase de monstruo crees que soy?

¿Por qué estaba allí?, se preguntó mirándolo.

—¿Qué quieres, Pedro? —le costó trabajo hablar porque sentía seca la garganta por los nervios. Era peor que salir a la escena. Estaba temblando.

-¿Es mío? -le preguntó de forma brusca.

— Sí —le dijo con cara furiosa—. Sí, Pedro. Él cerró los ojos.

—No estaba seguro.

Ella se volvió.

—Será mejor que te vayas... no hay nada que decir.

—¿Y dejarte así? No vas a tener a mi hijo en un pequeño departamento de Londres con unas cuantas libras a la semana.

—El niño es problema mío —dijo enojada.

—Nuestro —corrigió él.

—No. ¡Tú no lo quieres!

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