sábado, 2 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 6

Había comenzado a llover. Su brillante cabello dorado se oscureció y su rostro se mojó. Se quedó mirando el río y apretó las manos sobre la piedra gris de la barandilla.

Unos pasos se detuvieron a su lado y sintió una mano sobre el brazo.

—¿Está bien, señorita?

Se sobresaltó y al volver la cara se topó con la cara amable de un policía.

—Oh... sí, gracias.

—¿No se está mojando? —preguntó observándola.

—Un poco... qué mal tiempo —forzó una ligera sonrisa.

Un taxi pasaba y Paula se subió a él.

El instinto le hizo dar la dirección de Flor. No podía pensar en ir a otro lugar.

La idea de regresar a la casa que compartía con Pedro le parecía odiosa.

Flor  abrió la puerta y se la quedó mirando con asombro.

— Regresaste rápido. Y empapada hasta los huesos - luego su voz cambió-. ¡Dios mío! ¿Qué te pasa?

Paula sonrió con esfuerzo. —Estoy bien, muy bien, no te preocupes. Flor le rodeó la cintura con un brazo y la llevó hacia una silla. Un momento más tarde le puso un vaso en la mano. —Toma esto, te hará bien. —No quiero... gracias.

— ¡Tómatelo!

Paula  bebió con desgana y sintió que el calor la reanimaba. Levantó un rostro pálido y sonrió a Flor.

—De veras, estoy bien.

—Cuéntamelo -le ordenó Flor.

—No—dijo firmemente. No podía mencionarle nada. Flor la miró y se mordió el labio inferior.

—¿Estoy en lo cierto si imagino que Pedro no vendrá a mi fiesta? Paula rió y dijo con una voz al borde de la histeria:

—Estás en lo cierto.

-Pero tú sí —dijo la amiga con firmeza.

Lo último que le apetecía a Paula era ir a una fiesta.

—Me encantaría Flor, pero...

-Lo necesitas -le dijo decidida-. Cuando llegaste hace un momento estabas peor que cuando te ví por la mañana.... te fuiste de aquí tan alegre como nadie y regresaste con el aspecto de alguien que acaba de ser sometida a tortura. ¡Maldito Pedro! Tú, querida mía, te quedarás a mi fiesta.

Puedes ayudarme con las bebidas —dijo Flor más tarde mientras esperaba que llegaran los primeros invitados. Habían colocado en una mesa larga todos los platos fríos y varias ensaladas. Todo ofrecía un aspecto estupendo. Flor llevó a cabo con Paula, lo que ella llamaba un «trabajo de rescate». Le cepilló bien el pelo y le maquilló el rostro. El departamento estaba inmaculado y las muchachas se sintieron orgullosas al ver todo ordenado y limpio.

Paula se miró en el espejo y su aspecto atractivo la izo adoptar una expresión burlona. Exteriormente estaba bien. Nadie adivinaría lo que sentía en su interior, ya se encargaría ella de eso.

Se oyó el timbre de la puerta y Flor sonrió:

— ¡Comenzó la guerra!

Paula conocía a los recién llegados y hubo ruidosas exclamaciones de sorpresa y placer. Hizo un breve resumen de su vida, durante los últimos dos años, pero no mencionó el aborto y se esforzó por parecer alegre y felíz.

Una hora después la habitación estaba llena, el ambiente estaba cargado por el humo y animado por las voces y la música. Paula circulaba con alimentos y bebidas, sonreía, charlaba. Había repetido varias veces lo mismo y su charla tenía una brillantez que disfrazaba las verdades ocultas. Las personas preguntaban lo mismo y aceptaban las mismas respuestas. Todo comenzaba a sonar tan bien, que ella misma lo creyó.

Entró a la pequeña cocina en busca de nuevas provisiones y hurgaba en un armario con la cabeza en el interior, cuando unas manos le rodearon la cintura y la hicieron gritar.

— ¡Te pesqué! —dijo una voz tan familiar que el corazón le dió un vuelco.

Se volvió con los ojos abiertos de par en par, riendo. -¡David!

— Rata asquerosa — le dijo con su voz de pato y le apretó la cintura con las manos.

— ¡David! —volvía a repetir y no encontró nada más que decir porque su expresión de alegría no precisaba palabras. Ver a Flor fue maravilloso, pero a pesar de que ella y Flor se llevaban muy bien, David había sido su amigo más íntimo y su aliado en todas las ocasiones.

—¿Te casarías con Freddie, verdad? —le preguntó y ella le miró asombrada, pero luego rió, porque recordó que era un fragmento de Pigmalion—. Planeaba volar de regreso de Estados Unidos y cometer un silencioso asesinato, pero decidí sonreír y aguantarme si a quien realmente querías era a Pedro Alfonso.

—Llegaste a la cima, David—dijo felicitándolo.

-A la cima del mundo, ¡bah! -dijo con ligereza. Siempre le apasionó James Cagney.

Pasaron muchas veladas en el National Film Theatre viendo viejas películas y comiendo palomitas y cacahuetes. Pedro jamás hubiera resistido ver el tipo de cintas que a ella y David le gustaban. A él, le gustaban las cosas intelectuales, Chejov, Ibsen. Eso le recordó algo y miró a David.

—Diste mucho que hablar con tu actuación en «Un mes en el campo».

—Alabanzas —dijo de buen humor—. Me encantan.

— Siempre te gustaron.

—Como un baño de agua hirviendo.

Le sonrió con un peculiar gesto lleno de vida. Ella pensó que era una cara memorable: los huesos grandes y angulosos, el cabello castaño desordenado con un estilo muy personal y atractivo, los ojos tan brillantes como vidrio azul debajo de las cómicas cejas, espesas, y negras, que hicieron inconfundible su rostro. Los caricaturistas las aprovechaban. Ahora eran su firma personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario