—Puedo prestarte algo de bisutería —le dijo Flor yéndose a su habitación.
Regresó con una caja de marfil, exquisitamente tallada—. Ramiro me la dió — le dijo mostrándola con placer en el rostro. La abrió y buscó entre los enredados adornos, cosa que hizo reír a Paula.
—Déjame a mí — desenredó los collares con paciencia y habilidad.
-Ya sé que soy una desordenada.
— Siempre lo fuiste —dijo Paula con afecto.
Discutieron qué joya debía usar Paula y decidieron que un pesado collar de plata que Ramiro le trajo a Flor de Egipto. Las hileras de anillos de plata están llenas de medallones cubiertos con signos arábicos. Lo sintió frío y pesado en el cuello desnudo pero reconoció que era el complemento ideal para el elegante vestido.
Paula se miró con frialdad. Su imagen la sorprendió. Alta, delgada, el cuello brillando como fuego alrededor del rostro y el collar de plata que daba a sus facciones un aspecto que jamás había visto antes. Los ojos almendrados de precioso color verde resaltaban más al estar ligeramente maquillados.
Flor dejó escapar un silbido.
— ¡Ya quisiera ver la cara de David!
Paula volvió a sentir de nuevo esa señal de advertencia. Miró tensa a Flor.
—Flor... -empezó.
Cualquier cosa que hubiera querido preguntar fue interrumpida por el ruido del timbre de la puerta.
— Ya llegó —dijo Flor y Paula se preguntó si había imaginado el ligero alivio en el tono.
Flor fue a abrir la puerta y Paula la siguió, mientras recogía su pequeño bolso negro y un chai blanco con hilos plateados.
Cuando entró a la habitación, David se reía. Volvió la cabeza y se quedó serio, con los ojos desorbitados.
— ¡Fantástica! —murmuró con voz profunda. Flor sonrió complacida.
—Creí que te impresionarías —dijo y miró a los dos—. ¡Que se diviertan!
Cuando David y ella salieron, pensó que Flor tramaba algo. ¿Qué era lo que tenía en mente al empujarlos tan descaradamente a uno en brazos del otro?
Mientras cenaban en un encantador restaurante, David dijo:
—¿Se te olvidó que dijimos que iríamos a la fiesta de Silvana? Por eso quería yo que estuvieras elegante. Quiero que los impresiones. Silvana puede serte muy útil.
Ella frunció el ceño con disgusto.
—¿Es ésa la única razón por la que hay que ser amable con ella, David?
-Tú sabes que no. La admiro y sé que tú también, pero debes recordar que conocer gente ayuda. Sin talento no llegarías a ninguna parte, pero aún con él. puedes pasar inadvertida por el mundo a menos que haya personas que te ayuden. Mucho del éxito depende de estaren el lugar adecuado en el momento adecuado... Si pierdes la oportunidad tai vez pierdas todo, por mucho talento que poseas.
—Has cambiado —le dijo francamente. En la superficie parecía ser el mismo, pero en su interior había cambiado mucho, se había endurecido, era cínico,
—Tú también -le dijo recorriéndole con la mirada-. Estás arrebatadora.
Atractiva y hermosa. Vas a causar sensación. Ya vi los diseños preliminares para el vestuario de Josefina y algunos están maravillosamente.
Comenzó a hablar de la serie de televisión y los sentimientos de alarma y ansiedad se desvanecieron. El viejo David volvió a salir a la superficie y el placer de las cosas de su trabajo se sobrepusieron a lo demás. Cenaron sin prisa, pero a las diez menos cuarto, David miró el reloj y dijo con un suspiro de pesar.
—Es hora de irnos a la fiesta de Silvana. Es una lástima, porque disfrutaba con nuestra pequeña conversación privada.
Paula también había disfrutado, tenía que admitirlo. Cuando se sentó en el lujoso automóvil y lo observó de perfil detrás del volante, sintió que el corazón le daba un vuelco. Era atractivo; siempre lo fue.
Por qué nunca antes sintió esa atracción? Siempre lo vió como un hermano.
Ahora, sabía que esa imagen se desvanecía y David intentaba que así fuera. Él volvió la cabeza y le dirigió una mirada acariciadora.
— ¡Estás muy callada! ¿Te preocupa algo?
-No estoy segura -dijo francamente, mirándolo a los ojos.
David se movió a lo largo del asiento y le ladeó la barbilla con un dedo.
—Deja de pensar en él —lo dijo en tono agudo y la mirada se le oscureció.
-No estaba haciéndolo -dijo sorprendida.
—¿No? —David la estudió—. Estás conmigo y me gusta que mis mujeres piensen en mí, no en otra persona.
— Yo no soy una de tus mujeres, David —le aclaró.
Él le acarició con el dedo la mejilla y la línea de la boca.
—Es cierto —dijo con suavidad—. Nunca lo fuiste. Eres única. Paula, única en tu clase. Nunca podría confundirte con alguien más.
-¿Confundes a las otras?
—A menudo. Al final, todas parecen ser lo mismo. No importa con quién de ellas esté.
— ¡Eso es terrible! — se estremeció.
-¿Verdad? —le puso la mano a lo largo de la mejilla-. Aún con los ojos cerrados en la oscuridad, creo que conocería tu rostro.
Paula pensó que la conversación estaba dando un giro demasiado frívolo.
-¿No será mejor irnos? Llegaremos tarde a la fiesta.
David cerró los ojos. Se inclinó hacia ella con el rostro emocionado, delicadamente movió los dedos sobre su piel, acariciándola. Paula lo miraba helada.
Los dedos largos le tocaron los párpados y le cerraron los ojos. Ella suspiró.
— ¡Paula! -murmuró él.
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