martes, 19 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 35

—Había planeado una cena especial.

—Si insistes —dijo de mala gana—. Pero yo podría pensar en otra forma más agradable de pasar la velada.

—Lo que queda de ella -dijo mirando el reloj-. Debía necesitar ese sueño.

— Yo te necesitaba a tí -le dijo y ella saltó fuera de la cama con gracia, consciente de sus ojos.

Se puso una bata ligera, se la ató a la cintura y le hizo una mueca.

— ¡Si tú no tienes hambre, yo sí! Pedro preguntó durante la cena: —¿Qué hiciste hoy?

—Pocas cosas. Fui de compras. Ah, me encontré a Juana... quiere que vayamos a cenar a su casa el jueves y le dije que iríamos. Llegarás a tiempo, ¿verdad?

—Si tengo que hacerlo...

—Tienes que hacerlo. Hace años que no cenamos con ellos. Será divertido y ya que se lo prometí tenemos que ir.

—Supongo que lo soportaré —dijo sin entusiasmo. Luego se sirvió otra taza de café y preguntó—: ¿Volviste a pensar en vender esta casa?

— Sí —dijo con firmeza-. Conseguiré un agente de bienes raíces para que venga a valorarla, ¿está bien?

—Si quieres... —desvió la mirada.

—Así que estaremos más tiempo juntos — e insistió—. No tendrás que viajar tanto para ir al trabajo.

—Londres no es el lugar en el que quiero vivir. Trabajar allí ya es bastante desagradable y cuando tenga que viajar no te veré mucho de todas maneras.

Ella se quedó en silencio con la cabeza inclinada. Pedro dijo con brusquedad después de un momento.

— Pero si eso es lo que quieres... Ella levantó la cabeza.

—Eso es.

-Como gustes.

Pero Paula sintió que el corazón se le contraía bajo la fría mirada de sus ojos y volvió a preguntarse cuánto tiempo soportaría su obsesiva y celosa necesidad de aislarla de todos.

Cenaron  con Juana y Bernardo Eddows como tenían pensado y la velada resultó muy agradable. Pedro era encantador cuando se lo proponía y Juana conversaba con animación sentada a su lado. Paula lo observaba en secreto y admiraba la firmeza de sus facciones, las pobladas cejas negras que con ligero movimiento podían demostrar desdén, furia, frialdad; la forma y profundidad de sus ojos grises, la larga naríz y debajo, la línea de su boca, en ese momento relajada, sonriente, pero que en un segundo podía volverse salvaje, herir y exaltarse al besarla.

Bernardo lo llevó a ver la nueva mesa de billar que había instalado en el sótano de la casa victoriana y Juana los vió irse con un suspiro.

—Tu marido es todo un hombre.

-Gracias —dijo Paula sonriendo-. También el tuyo.

Juana puso una cara amorosa.

—Oh, Bernardo es muy dulce y lo amo, pero para ser franca, Paula... ¡Pedro es muy atractivo! A todas las mujeres les gusta soñar en ocasiones y ese hombre tuyo es un sueño... ¿Cómo está con la toga y la peluca? Apuesto a que irresistible.

No, pensó Paula. En el juzgado, Pedro parecía peligroso; un enemigo despiadado de facciones duras como la piedra y una lengua cruel cuando acusaba a sus víctimas. A ella no le gustaría encontrarse en el banquillo de los acusados. Ya era bastante duro cuando en su casa se ponía de mal humor.

Seguía atemorizada. Se sentía inferior frente a esa fuerte personalidad. De vez en cuando, todavía irradiaba de su persona una amarga hostilidad y ella casi perdía la paciencia ante su tono mordaz. Tenía que hacer acopio de toda su voluntad para contener los insultos que la venían a la mente.

Vivía en un continuo estado de alerta, actuaba con amabilidad, se cuidaban uno al otro, pero cuando sonaba el teléfono, lo veía entrecerrar los ojos receloso y cuando recogía la correspondencia diaria, notaba la mirada observadora. No había apartado a David de la mente y estaba seguro de que ella tampoco. Aunque no habían vuelto a saber de David, Paula sabía que éste no estaba sufriendo amargamente por ella.

Cuando Pedro le comunicó que tenía que ir una semana a Leicester para llevar la defensa de un caso importante, trató de no cambiar de expresión porque era muy consciente de que la observaba.

—¿Estarás bien?

—Sí —dijo con cautela—, por supuesto.

Durante su ausencia fue a Londres a ver a Flor. Había retrasado la visita porque no la deseaba y cuando Flor abrió la puerta del apartamento, la miró enfadada. Paula se detuvo indecisa.

—Vamos, entra —dijo Flor con severidad, pero no podía guardarle rencor. El afecto que le tenía a Paula surgió al cabo de unos momentos.

—¿Por qué? —preguntó sin embargo—. Paula, ¿porqué lo hiciste?

—Es mi marido.

—Pero casi te vuelve loca. ¿Regresaste para que pudiera lograrlo?

Paula  pensó que todavía podía suceder, pero dijo en voz alta:

-Pobre Pedro, realmente le tienes manía ¿verdad?

—¿Y qué pasa con David?

- Sobrevivirá —dijo Paula con cierto humor—. Sabe cómo hacerlo, Flor.

—Paula, no sabes que David...

Paula no podía permitir que lo dijera, por lo que agregó con rapidez:

—Conozco a David tan bien como tú, Flor y sé que estará bien.

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