—No —protestó—. No podría soportarlo. Quiero que mi hijo esté rodeado de amor, no de celos.
Pedro parpadeó y de pronto se sentó con las manos sobre el rostro.
—Esta vez será diferente -dijo-. Lo juro, querida, deja que te cuide. No puedes pasar por todo esto sola. Me necesitas.
—Siempre te he necesitado —le dijo y él le agarró las manos.
—Te amo. No me eches de tu vida.
Ella lloró. No podía impedir que corrieran las lágrimas porque lo necesitaba y sin embargo, temía el futuro. Pedro se levantó y la rodeó con el brazo, como si temiera que lo fuera a empujar, y luego, cuando ella volvió la cara y la puso en su hombro, la rodeó con el otro brazo efusivamente y entonces enterró el rostro en su cabello, besándola, murmurando suavemente su nombre.
—Haré que todo sea mejor en el futuro.
Ella lo rodeó con ambos brazos, los metió debajo de la chaqueta y sus manos sintieron la calidez de su cuerpo.
—Abrázame —susurró.
Él apretó los brazos y se quedaron así, abrazados, durante mucho tiempo. No hablaron, solamente necesitaban la seguridad de su amor.
— Redway me llamó -le dijo Pedro más tarde, sentado a su lado en el sofá.
Ella se sorprendió.
—¿Eso hizo David?
—Desde España. La comunicación era mala. Apenas si entendí lo que decía, pero capté lo más importante.
—¿Qué te dijo?
—Me dijo que me necesitabas. Cuando dejé de maldecirlo, escuché... me dijo que no estabas bien, que no trabajabas... parecía preocupado.
¿Habría roto Flor su promesa? Eso sospechó Paula. Pedro se la quedó mirando a la cara.
—Tuve que venir. Pero jamás sospeché esto. Creí que tú y él... —se interrumpió y ella estudió su rostro con cuidado, tratando de leer su mente—. Una noche pasé por aquí y supe que se quedó hasta por la mañana... ví su coche fuera.
— Estaba enferma -explicó- David durmió en el sofá. Flor no estaba aquí y no quiso dejarme sola. Creyó que tenía fiebre, llamó a un médico —ella no le contó que lo vió por la ventana. No tenía ganas de largas explicaciones.
Pedro dejó escapar un largo suspiro.
— ¡Ya veo!
—¿Me crees? —la voz le tembló porque temía que dudara de su explicación.
—Oh, sí —le dijo y los ojos de Paula reflejaron su sorpresa.
Él le besó las manos con pasión.
—Paula, cuando Redway me llamó, me dijo algunas cosas que aclararon mis dudas.
—¿Qué te dijo?
—¿Importa algo?
—Si David te dijo algo que tuvo ese efecto, sí, yo diría que sí importa.
—Me aclaró que no tenía ya nada que temer de él.
—Yo te lo dije.
—No me dijiste que me cortaría el cuello si no te hacía felíz.
—¿David dijo eso? —se rió con ganas.
—Eso dijo y yo encontré que teníamos mucho en común.
—¿David y tú? —no podía creerlo. Pero cualquier cosa que hubiera dicho David, fue positiva. Pedro estaba ahí y ella percibía un cambio, por lo que dijo-: ¡Podría besar a David!
—Por encima de mi cadáver -dijo en broma.
—Tendría que ser. Te amo de una forma ridícula, ¿lo sabías?
—Eso dijo Redway.
—¿Necesitabas esperar que él lo dijera?
—Nunca he podido creer que me querías como yo a tí -pero ya no había amargura, sonreía, sus hermosas facciones estaban suavizadas, los ojos grises brillaban—. Desde el día que nos conocimos, parecías fuera de mi alcance, aún después de casarnos, como una mariposa exquisita que siempre se evadía de mis manos, y temí volverme loco y, al tratar de detenerte, sólo lograba aplastarte.
— Soy más fuerte de lo que parezco.
—Tenías que serlo. Yo te compensaré, querida. Ahora que sé que no suspiras por él en secreto, todo será diferente.
Ella volvió a preguntarse qué sería lo que David le dijo con exactitud, pero decidió que era mejor no hacer demasiadas preguntas. Él estaba allí y ella sabía que era todo lo que necesitaba para ser felíz.
-¿Regresarás a mi lado? -le preguntó quitándole el cabello de la cara con una ternura que jamás mostró antes.
—El niño y yo —le dijo porque quería que se familiarizara con él.
—Tú y mi hijo —le dijo y el pronombre posesivo dejó muy claro que lo aceptaba totalmente.
Ella sonrió con alivio y amor, luego miró a su alrededor cuando Flor los interrumpió.
—¿Estás bien, Paula?-miró agresiva a Pedro.
—Me voy a casa -le dijo Paula, sonriente porque a Flor le preocupaba lo que le sucediera, y eso era lo más importante.
— ¡Oh, Paula! -exclamó Flor incrédula, pero tenía demasiado sentido común para no saber que ahora Paula necesitaba a su esposo más que nunca y que era su hijo, así que sólo se limitó a mirarlos mientras hacían la maleta de Paula y se despedían-. Se lo diré a David -dijo cuando se iban y fue una amenaza. Pedro la miró con calma.
— Ya lo sabe -le dijo y eso dejó callada a Flor.
-¿Qué dijo David? -preguntó muerta de curiosidad.
—Que yo era un tonto -respondió-. ¡Y Dios mío, tenía razón!
Voy a tener que contestar algunas preguntas en el pueblo -le dijo Paula a Pedro a la mañana siguiente mientras desayunaban.
-No veo por qué. Ninguno de los dos había estado aquí. No se darán cuenta que alguna vez estuvimos separados.
Eso la sorprendió.
—¿No lo saben?
—Alquilé un apartamento en Londres - explicó él.
—¿Y cenaste con estrellas de cine?
Pedro se rió divertido.
-¿Te puso furiosa? Silvana se moría de curiosidad, pero fue muy discreta.
Silvana tenía una idea de cómo estaban las cosas, pensó Paula, pero dijo en voz alta:
—¿Te gustaba? -y su tono no fue muy ligero.
—¿Te importaría si así fuera?
—Te sacaría los ojos.
-Es una persona muy especial.
Ella le clavó las uñas en la muñeca y gruñó:
-¡Ten cuidado!
Era la primera vez que se atrevía a hacer una fingida escena de celos y Pedro la miró sonriente.
-Se me ocurrió que un clavo sacaba a otro clavo -admitió.
—¿Y qué quiere decir eso?
—Pensé que debía ampliar un poco mi horizonte — dijo en broma.
-¿Olvidarme con otras mujeres? -ese pensamiento se le ocurrió varias veces en el pasado y no le gustó, lo admitió al decir-: ¿Y lo lograste?
— No. Nunca fue posible. Paula, tú eres como la enredadera... te aterras.
—Aun a tu naturaleza de granito -se burló.
-Especialmente a ésa. No puedo apartarte de mi corazón.
—No me iré ni aunque trates de echarme —prometió y le oyó suspirar.
-Haré que lo cumplas.
Le miró y puso una cara triste.
-¿Aun cuando no me quieras porque parezco un balón?
-Por lo menos ningún otro hombre querrá robarte mientras tienes esa figura. Tal vez debí mantenerte embarazada desde el principio de nuestro matrimonio, ¿por qué no se me habrá ocurrido hacerlo?
Paula se sorprendió de que bromeara al respecto y eso le pareció buena señal.
El haber mantenido sus celos tanto tiempo en secreto y ahora hacer alarde de ellos, era muy significativo.
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