—No sabía quién eras hasta que ví una fotografía tuya en el periódico.
No podía creer que el hombre descrito como «el genio de las finanzas de su generación» pudiera ser el mismo hombre con el que había pasado la noche. Pero después leyó un breve párrafo en el que mencionaban el accidente que lo había dejado ciego y la consiguiente ruptura con su prometida, una bien conocida actriz.
—¿Y ahora has descubierto que sientes algo por mí?
Pau, sorprendida por la ironía, negó con la cabeza.
—No, yo…
—¿Lamentas haberte marchado mientras dormía?
—Eso fue… yo…
¿Cómo iba a explicarle que estaba demasiado avergonzada como para quedarse, que nunca antes había despertado al lado de un hombre y había sentido miedo?
—No hace falta que me des explicaciones. Entiendo que hayas cambiado de opinión.
—Lo dudo —murmuró ella.
—Pues no lo dudes. Sé por experiencia cómo cambia la actitud de la gente cuando descubren quién soy y el dinero que tengo.
Paula tardó unos segundos en entender el sarcasmo y, con los dientes apretados, lo fulminó con sus ojos de color azul violeta.
Un hombre que tenía una opinión tan triste de la naturaleza humana no iba a recibir la noticia de que iba a ser padre con alegría, evidentemente.
—Para tu información, a mí no me importa nada tu dinero.
Pedro se pasó una mano por el pelo, decepcionado. Aquella chica era igual que los demás, después de todo.
¿Qué querría de él?, se preguntaba.
Él nunca había sido un hombre que disfrutase de un revolcón indiscriminado y consideraba a los que se marchaban en medio de la noche como unos maleducados. Y, por supuesto, no veía razón para aplicar otro criterio a las mujeres.
Por la mañana, al descubrir que se había ido, se puso furioso, pero se le pasó el enfado al darse cuenta de que ella le había dado algo sin pedir nada a cambio, lo cual en su mundo era muy poco frecuente. Por desgracia, ahora parecía ser como las demás.
—Sí, seguro que no te importa —murmuró, desdeñoso.
—Y si fuera tan cínica como tú… —Pau respiró profundamente para controlarse, haciendo un esfuerzo para continuar con más moderación—. No sabía quién eras entonces y la verdad es que me gustaría no haberlo sabido nunca. Pero estaba investigando para un artículo y ví tu foto…
—¿Investigando para un artículo?
—Trabajo para el Chronicle.
—¿Eres periodista?
—Sí… y bastante buena en mi trabajo, además.
—No lo dudo.
Su expresión irónica no dejaba la menor duda de que el comentario no era precisamente un elogio.
—Veo que no te gustan los periodistas.
Pedro sonrió, conteniendo la furia antes de responder con cierto desdén:
—Supongo que es un trabajo estupendo para alguien sin escrúpulos.
El reportero que había entrevistado a la familia de la niña a la que había sacado de un coche en llamas desde luego no tenía ninguno. Porque, sin la menor compasión, y mientras la niña estaba en estado crítico en el hospital, le había preguntado a los padres si se sentían responsables por la ceguera del hombre que la había salvado.
—Pero intento no generalizar y admito que la mayoría de los periodistas que conozco no se acostarían con alguien para conseguir un artículo jugoso —siguió—. Claro que debería haber sabido que no hay nada gratis…
Una bofetada resonó en el despacho, la fuerza del golpe haciendo que Pedro girase a un lado la cabeza.
Pau, avergonzada por lo que había hecho, se llevó una mano al corazón. Lo había visto todo rojo de repente…
Lo que ocurrió esa noche podría no haber significado nada para él, pero no tenía que trivializarlo o hacer que el asunto sonara como un sucio truco porque no lo había sido en absoluto. Y no iba a dejar que la insultara.
Sin embargo, ella nunca había pegado a nadie en toda su vida, no estaba en su naturaleza.
Como no estaba en su naturaleza acostarse con un hombre al que no conocía.
Aquel hombre la sacaba de sus casillas y unas lágrimas de frustración asomaron a sus ojos cuando se echó a reír.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Llevándose una mano a la cara, Pedro se encogió de hombros en un expresivo gesto.
—Por fin he encontrado a una mujer que no hace concesión alguna a mi ceguera. Si no fueras una manipuladora y una mentirosa, podrías ser la ayudante personal perfecta. O incluso… —añadió, bajando la voz— la perfecta amante.
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