sábado, 16 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 29

 Decidió casarse sin tener realmente idea del hombre con quien se casaba o de lo que sentía por él. Los celos eran una emoción en la que no había pensado mucho, pero si lo hubiera hecho, le hubiera parecido un sentimiento fiero y cálido y no esa cosa fría y obsesiva que Pedro ocultó, complicando aún más la situación, porque ella jamás sospechó ese aspecto negativo de la personalidad de él. Sin embargo, hasta que no pudiera estar segura de lo que sentía por David, no podía saber lo que sentía por Pedro.

Esa noche, David la entusiasmó. La vieja imagen que durante tanto tiempo llevaba de él, no tenía conexión con la que descubrió del hombre que esa noche la tuvo en sus brazos. No podía volver a reconstruir su matrimonio con Pedro sintiéndose así.

No podía quedarse quieta. Se sentía extrañamente nerviosa.

Caminó por la habitación, abriendo armarios, revisando los objetos en los cajones. Eran sus cosas, y eso era lo que eran... cosas, sin significado para ella en su actual estado. Su ropa estaba colgada en el armario; los cajones llenos de su ropa interior. Pasó por encima de todo los dedos fríos y la seda y el encaje se deslizaron sobre la piel como si pertenecieran a otra persona.

Se puso una bata para volver a bajar y Pedro se levantó y se la quedó mirando.

-¿Y ahora qué pasa?

-Quiero tomar algo para que me ayude a dormir.

En silencio, le sirvió una copa de brandy y ella la agarró con ambas manos como si eso la calentara, estaba helada y temblorosa.

— Vete a la cama —dijo Pedro cortante, y se dió la vuelta como había hecho muchas veces durante el último año, pero ahora la frialdad en la voz no podía ocultar sus verdaderos sentimientos y ella lo sabía.

—No puedo dormir en esa habitación. Me recuerda muchas cosas que quiero olvidar.

—¿Y qué sugieres? —preguntó—. ¿Dormir conmigo? Si lo haces, te tendrás que atener a las consecuencias.

Lo miró a través de las pestañas y supo que eso era lo que quería. Quería qué él rompiera ese muro de hielo para hacer que la sangre volviera a correr por su cuerpo, haciéndola humana. Todo en la casa la aplastaba. La sentía como un trozo de hielo que le caía encima y la aplastaba.

Él se volvió y cuando sus ojos se encontraron, ella supo que la estaba leyendo la mente. Se puso serio y lentamente se le acercó. Ella no se movió, temblaba con la copa entre las manos. Pedro se la quitó y la acercó a su boca.

— ¡Tómatelo! —le dijo con suavidad.

— ¡Sabe horrible!

Él volvió a ladear la copa y ella volvió a tomar, sintiendo que el calor corría a través de las venas y que sus mejillas florecían repentinamente. Pedro dejó la copa sobre la mesa y se la quedó mirando.

—Podría aceptar tu ofrecimiento —dijo cuidadosamente—, pero si lo hiciera, no volvería a dejarte ir, Paula. Ya no soporto más castigo. Depende de tí.

Ella bajó la vista al recordar su reacción en los brazos de David y se sintió desgarrada por la indecisión. Antes de volver a pertenecerle a Pedro, tenía que saber con exactitud lo que sentía por David.

—Todavía no lo hemos discutido. Las cosas no podrían seguir como estaban antes. Dices que te duele el que necesite a otras personas... pero así es, Pedro. Me gusta tener amistades, amo el teatro. Quiero volver a trabajar. El matrimonio no tiene que estar concentrado en un sólo hombre, en un tipo de vida.

Vió la furia en sus ojos y agregó a toda prisa:

—No, no sugiero relaciones extra-matrimoniales. Hablo de muchas otras cosas.

-Nuestro matrimonio pudo haber sido diferente si nos hubiéramos quedado en Londres, donde ambos nos sentimos a gusto, donde pude haber visto a mis amigos, ir ocasionalmente al teatro...

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