jueves, 21 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 39

— Y si se hubiera salido con la suya, lo sería ahora.

—Es posible —admitió en voz baja.

— Sabemos en que quedamos Redway y yo... ¿pero tú? — la miró a los ojos y levantó una mano para evitar que hablara-. No, espera un momento... ¡Voy a dejarte, Paula!

— ¡Pedro! Ya te dije...

—Escucha. No soporto seguirte lastimando así. Temo llegar algún día demasiado lejos. No soy dueño de mi mismo en lo que a tí se refiere. Deja que te diga algo mientras mi mente funciona con claridad. .. quiero una separación.

-No –protestó ella—. ¡No, pedro!

—Puedes recibir una pensión. Conseguir un apartamento o compartir uno —ella supo a quién tenía en mente-. Eso nos dará tiempo a los dos para resolver todo.

Se le quedó mirando, indignada por su sugerencia.

—¿Y si veo a David?

La miró torvamente.

—Eso lo tendrás que decidir tú. Yo te dejo en libertad, Paula. Ningún ser humano tiene el derecho de herir a otro de la manera en que yo lo estoy haciendo. Ambos tenemos que pensaren el futuro. De alguna manera tengo que luchar contra esto y nunca lo haré si estás cerca de mí.

No quería oír razones. Se había decidido y todas las súplicas y argumentos fallaron.



Una semana más tarde estaba instalada en el apartamento de Flor como huésped. Flor estaba entusiasmada y cuando David se enteró del asunto, le dirigió a Paula una mirada inquisidora.

—¿Se me permite aplaudir? -preguntó y ella movió la cabeza sin sonreír.

Los ensayos para la serie de televisión comenzaron una semana después. Las escenas de Paula con David se filmaban en el estudio.

Paula tembló de miedo al ver los trajes, David silbó.

—Estupendos —murmuró.

Al mirarse al espejo pensó con tristeza que eran bastante provocativos. Tenían el talle alto, al estilo imperio y la suave muselina con que estaban confeccionados caía resaltando sus formas.

Encontró que las técnicas de actuación para la pequeña pantalla eran diferentes de las que había aprendido para el teatro, pero David ya la había preparado para controlar la voz y utilizar los menos movimientos posibles.

— ¡No gesticules tanto! —le gritaba Pablo de vez en cuando y ella trataba de controlar las manos. Era difícil romper hábitos aprendidos durante años.

La escena que más la aterraba era una en la que tenía que acostarse con David.

Sin embargo, todos trataban esa secuencia como cualquier otra y después de un rato, comenzó a relajarse. Pero David tenía ganas de mortificarla y Pablo lo amonestó:

—Ésta no es una comedia, David. Repítela y borra esa sonrisa.

David lo miró enfadado pero obedeció. Paula observó cómo desaparecía su expresión burlona y con que facilidad asumía el sombrío aspecto de Napoleón. Caminó por el foro, la tomó de los hombros y la besó. Ella reaccionó por el temor y luchó.

Sin embargo, David no actuaba. Sus ojos tenían un brillo especial al mirarla y cuando comenzó a desvestirla, ella supo que lo hacía con agrado, y la acariciaba con toda deliberación. Pablo parecía satisfecho con la escena y cuando se terminó, mandó a todos a casa.

David  la llevó al departamento en silencio, de vez en cuando la miraba con curiosa sonrisa. Cuando llegaron, Paula le increpó  disgustada.

- Esto tiene que parar enseguida, David o abandonaré la serie.

—¿A qué te refieres? -pareció asombrado.

- Hoy te propasaste a propósito. Él sonrió sarcástico.

—Paula, cuando te quito la corona, me gustaría hacerlo sin público.

—Nunca llegaré a eso contigo, David, espera que te lo pida-replicó.

-Ambos sabemos qué es lo que quieres. Tu yo decidió divertirse hoy conmigo. Me quitaste la ropa con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Y por qué diablos no? No sucede a menudo que le paguen a uno  por algo que ha querido hacer durante mucho tiempo.

—Debí darte una bofetada -estaba furiosa.

—Paula, querida...

—No, David. Te quiero tiernamente, siempre ha sido así y así seguirá. Admito que me ví tentada... por un momento. Pero nunca funcionaría, David. ¿No lo ves? No estamos hechos el uno para el otro.

—Sí lo estamos —comenzó a acercarse—. Querida, lo estamos.

—Flor y tú significan mucho para mí. Pero si todos estuviéramos en un globo con Pedro y sólo dos se pudieran quedar, sé a quién empujaría.

Él soltó una carcajada.

— ¡Paula, dices las cosas de un modo! Así que todavía es Pedro.

— Siempre será. Estoy loca por él. Lo amo, David. Compréndeme.

Se la quedó mirando en silencio y luego dijo con firmeza:

— Entonces, esto se acabó.

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