martes, 12 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 24

Silvana pareció interesada.

—¿Crees que los cause? Se controla mucho como para hacer eso y además trajo consigo a uno de sus socios, así que no es probable que haga nada que cause un escándalo, mientras ella anda por aquí.

Como si su mirada le llamara, Pedro se les acercaba con Laura Blare a su lado. David montó en cólera y deslizó el brazo alrededor de la cintura de Paula. Pedro miró a Silvana, ignorándolos.

—Una fiesta encantadora —dijo y el sonido de su voz profunda y fría tocó algo en la mente de Paula, poniéndola en tensión.

Silvana estaba divertida. Era el tipo de situación que iba de acuerdo con su sentido del humor.

—Conoces a Paula por supuesto —dijo—, y a David.

Era como si hubiera reído a carcajadas y Pedro detestaba que se rieran de él; lo enloquecía que ella supiera que su esposa estaba con otro hombre. Miraba a David con cara rígida y Silvana pudo ver sus músculos en tensión. Le sonrió con insolencia.

—Nos hemos encontrado en otras ocasiones —dijo e insinuó con burla el día en que Pedro le tiró. Luego, Pedro miró a Laura Blare y levantó las famosas cejas sonriendo en forma encantadora—. Sin embargo, nosotros no nos conocíamos —agregó implicando que lo recordaría si hubiera sucedido y Laura sonrió involuntariamente.

—Laura, éste es David Redway —dijo Pedro como si detestara presentarlos.

Laura ofreció su mano y David la llevó a los labios y la besó con una inclinación que más parecía una burla.

Pedro  dirigió los ojos hacia Paula.

-Mi esposa -dijo con brusquedad.

Laura volvió la cabeza y miró a Paula, quien devolvió la mirada con desafío en el rostro. Todavía no había visto bien a su rival, pero entonces lo hizo y no le sorprendió que Pedro se hubiera enamorado de ella. Era exactamente su tipo. No era bella, pero tenía un rostro inteligente y astuto y el cabello castaño le brillaba. Era mayor que Paula, tendría como treinta y tantos años. Las dos se quedaron mirando con curiosidad.

Se habían acercado otras personas, entre ellas, un productor de películas que saludó ansiosamente a David y lo acaparó. David tuvo que irse y Silvana también, sólo quedaron Paula, Pedro y Laura Blare. Ella tenía que apartarse de ellos con naturalidad, pero Laura le hablaba con toda calma, con amabilidad y Paula se vió forzada a contestar sus preguntas con cortesía.

—Sí, en un tiempo fuí actríz.

-¿Conoció al señor Redway en la escuela de arte dramático?

— Sí, somos viejos amigos.

Pedro murmuró algo acerca de ir por otra copa y desapareció. Laura Blare dijo con tranquilidad.

—¿Podríamos ir a algún lugar más silencioso? Tengo que hablar con usted, señora Alfonso.

Paula la miró y dudó, pero aceptó. Se dirigieron a un lugar cerca de las ventanas abiertas que daba a una pequeña terraza. Allí había gente fumando y las puntas de los cigarrillos eran como luces rojas en el cielo oscuro.

Laura Blare observó a Paula con todo cuidado.

—Pedro me dijo que quiere usted el divorcio.

—¿Le dijo? —Paula quería pegarle. Al mirarla, sintió que la furia se encendía en su interior.

—No puede divorciarse —dijo Laura Blare de pronto.

—¿Qué? —Paula no podía dar crédito a sus oídos. Miró furiosa a la mujer.

—En esta etapa de su carrera sería un golpe mortal. Está tratando de obtener el puesto más alto, eso lo sabe usted. Cualquier escándalo podría ser fatal y en el mejor de los casos, una desventaja. Usted seguramente sabe que Pedro tiene la ambición de llegar a ser juez algún día, ¿o no? Un divorcio se lo impediría para siempre.

Paula la miró perpleja.

—¿Me está pidiendo que no me divorcie? —esperaba que Laura Blare estaría en favor de la idea; después de todo, quería que Pedro estuviera libre. ¿Por qué se oponía ahora?

—Sí, por supuesto —habló con cierta impaciencia—. Pedro ha trabajado mucho y merece lo mejor. Sena una vergüenza que perdiera la oportunidad por habladurías acerca de su matrimonio. Uno de los más grandes sueños de cualquier abogado es ser juez y Pedro no parará hasta conseguirlo. Es realmente bueno y llegará a la cima.

-¿Sabe él que me está usted hablando del asunto?

— No —dijo Laura con rapidez—. No.

-¿No cree que se molestaría si lo supiera? -Paula trató de hablar con tono ligero, sin dejar asomar la furia que sentía.

— ¡Estaría furioso! —Laura pareció desconsolada—. No es asunto mío, lo sé. Pero usted tiene que ver que además del respeto personal y la admiración que le tengo a Pedro, pienso en el futuro de nuestra firma... el tener a alguien con tanto prestigio en nuestra lista puede beneficiarnos mucho.

Paula estaba confundida, asombrada. La mujer le hablaba de Pedro en una forma que no sugería que hubiera una relación emocional entre ellos y Paula sabía que la había. Al mirarla, decidió que debía ser una gran actriz.

-Tal vez Pedro consideraría que el sacrificio vale la pena -dijo y supo que los celos eran visibles por el tono de voz tenso.

— Sé que la ama profundamente, ¿pero no cree que es una forma egoísta de ver las cosas? -Laura la miraba con desdén y sus palabras eran tan sorprendentes que

Paula estaba demasiado confundida para pensar en ellas.

-No soy ninguna tonta -le respondió-. Sé lo de ustedes.

Laura la miró con la boca abierta y ni siquiera Paula pudo creer que su asombro era verdadero.

-¿Yo? ¿De qué diablos está hablando?

 —Pedro y ... usted... —dijo Paula muy lentamente.

-¡Está loca! -exclamó Linda con indignación-. O loca o muy astuta... no hay nada entre Pedro y yo. Es cierto que de vez en cuando confía en mí. Como soy mujer, pensó que podía aconsejarlo acerca... interrumpió y la cara se le suavizó, miró preocupada a Paula—. Señora Alfonso, soy una mujer casada, tengo dos hijos..., ¿nunca se lo dijo Pedro?

Paula pensó aturdida que tal vez lo hizo, pero nunca lo oyó nunca escuchó.

Temblaba, su mente se movía en círculos.

— Sentí mucho lo de su accidente, lo del niño... sé que debe haber sido algo terrible. Ese día, Pedro estaba fuera de sí. Me dió mucha lástima. Fue entonces cuando me habló de usted por primera vez. Estaba muy preocupado y se sentía muy desgraciado.

Paula se dió cuenta que todas las cosas que oyó cuando visitó la oficina de Pedro, podían tener una explicación totalmente diferente. Ella sumó dos y dos y sacó cinco, pero entonces, todo lo que vió fue un engaño.

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