martes, 5 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 10

Comprendió que ambos se hicieron mucho daño. Pedro había tomado su vivaz y extrovertida personalidad y la había cambiado de acuerdo con su mentalidad, pero al hacerlo, destruyó todo lo real y vivo de su persona. Ella se volvió callada y tranquila, hasta que al final se alejó por completo de la vida.

También ella causó daño a Pedro. Se dió cuenta de cuando esa mañana oyó el tono angustiado de su voz. Lo había herido sin querer y ahora se sentía invadida por la amargura.

Sólo quedaba algo que hacer al respecto.

—Tengo que divorciarme de él —pensó en voz alta y temblorosa. Cerró los ojos agotada y volvió a dormirse.

Cuando despertó era de día y Flor le traía una bandeja con el desayuno.

—Té y pan tostado. Me voy a ensayar. ¿Nos veremos más tarde?

—¿Temes que me convierta en huésped permanente de tu cuarto de visitas, ángel? -usó la palabra cariñosa con ligereza. En un tiempo usaban esos nombres para todo. Cariño, ángel, querida... que no significaban nada y sin embargo estaban llenos de significado.

—Es tuyo mientras lo quieras. Un cambio te haría bien.

—David mencionó algo acerca de una entrevista.

-¿Para tí?

-Posiblemente.

—¿Y aceptaste? —Flor sonrió de oreja a oreja.

-Creo que sí. Cuando me lo dijo estaba un poco indecisa pero fue muy persuasivo.

-Me lo contarás cuando regrese -dijo Flor mirando el reloj—. Es tarde y Benjamín  Longword se disgustará conmigo.

—¿El productor? —a Paula le dió envidia. Era una persona respetada en el ambiente artístico—. ¡Qué suerte tienes!

—No si llego tarde -dijo Flor apesadumbrada.

Cuando se fue, Paula mordisqueó la tostada y tomó un poco de té. luego, miró el reloj y se salió de la cama al darse cuenta que todavía no había llamado a Pedro, pensó que ya no estaría en casa, sino en el juzgado. Llamó a su despacho y Withers contestó.

— ¡Oh, señora Alfonso! —dijo con alivio, siempre la llamaba así—. El señor Pedro ha estado muy preocupado por usted...

—Me quedé en casa de una amiga después de una fiesta. Temo que me olvidé de la hora. Ya sabe cómo es eso... no quise despertar a mi esposo a una hora avanzada.

— No durmió —dijo Withers con reproche—. Estaba preocupadísimo por usted... Llamó a la policía, a los hospitales...

Ella palideció.

— ¡Oh, no! —¿por qué no se le ocurrió que Pedro  podía estar tan preocupado? Se portó de forma irresponsable al desaparecer sin decir palabra—. ¿Está ahora en el juzgado?

—No, está en casa esperándola.

Paula colgó enseguida y llamó a Pedro. El auricular se levantó antes de que terminara el primer timbrazo.

—¿Pedro?-murmuró nerviosa.

Hubo un silencio que le pareció durar para siempre.

—¿Dónde diablos estabas? -la pregunta quemó su oreja y ella saltó.

Habló con palabras incoherentes.

—Siento no haber llamado. Fuí a una fiesta... me olvidé de la hora y era tan tarde que me quedé a pasar la noche.

—¿Dónde? ¿Con quién? -preguntó con brusquedad-. ¿Dónde estabas?

Titubeó, temerosa de mencionar el nombre de Flor para que no se enojara más.

—Yo... donde la... amiga que dió la fiesta... fue más fácil que tomar un taxi hasta casa y despertarte a esas horas.

—¿Cuál es la dirección?

Ella se la dió automáticamente.

-Pedro, pido disculpas. Me doy cuenta que debe haberte preocupado, pero estoy bien. Fue una imprudencia no avisarte.

—¿Ah, te diste cuenta? -dijo sarcástico-. Quédate allí, iré por tí.

—No —dijo a toda prisa-. Yo... pensé quedarme unos días. Tú, estás muy ocupado y no tengo gran cosa que hacer en casa. ¿No te importará que me ausente por un tiempo, ¿verdad?

De nuevo el silencio, pero podía oírlo respirar en forma irregular.

—Será mejor que te vayas a trabajar —añadió con rapidez—. El pobre Withers está frenético. Siento haber causado tantos problemas.

—¿De veras? —dijo con voz helada-. Es una lástima que no hayas pensado en eso antes. Adiós, Paula.

El sonido al colgar el auricular la hizo cerrar los ojos y suspiró estremecida.

— ¡Adiós, Pedro! — dijo como despedida.

Todo terminó con facilidad. Dos palabras. Adiós, Paula, parecía tener eco en el aire y ella apretó las manos. Dos años de felicidad, incomprensión y anhelos compartidos que se habían terminado en unos minutos. Tai vez Pedro todavía no lo sabía, pero lo entendería después de un tiempo. Ella no quería tener una ruptura dramática, cargarlo con más culpa, más infelicidad. Que pensara que había vuelto de nuevo al teatro. No tenía que aceptar que lo había visto con la otra mujer. Eso facilitaría mucho las cosas.

Oyó el timbre de la puerta y fue abrir. David la miró con divertida ironía cuando entró en el departamento.

— Muy atractiva —murmuró.

Se rió y miró la bata de seda amarilla que agarró del armario de Flor.

—No es exactamente mi color.

No hay comentarios:

Publicar un comentario