martes, 12 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 22

Ella se movió sin respirar, le puso las manos en los hombros.

— ¡No, David!

—Sí -dijo él apasionado-. Ya he esperado demasiado tiempo.

Su boca se cerró con fuerza sobre la de ella sofocándole. Con la mano empujó hacia atrás su cabeza para facilitar todo. Paula estaba aturdida por encontrarse así en sus brazos... jamás la había tocado con tanta vehemencia. Le apretó los hombros con las manos. Resistió por unos cuantos segundos, luego se relajó. Cuando la sintió sin fuerzas, David la acercó más, inclinándose sobre su cuerpo y la besó apasionadamente.

Las manos de David se movían sobre ella y se estremeció. Estaba asustada.

—Paula, Paula-le susurraba contra la oreja.

-No podemos-murmuró ella.

—¿No podemos? Lo estamos haciendo... y no digas que esto es sólo unilateral, querida, porque no soy un muchacho inexperto -con suavidad deslizó los labios a su garganta, tocándola, acariciándola sin prisa.

David  levantó la cabeza y ella supo que la miraba. Abrió los ojos y se sonrojó, consciente de que sabía que la había afectado.

—¿No podemos? —volvió a preguntar burlón. Le dió un beso breve y duro en la boca, luego, se enderezó y puso en marcha el coche. Al pasar por un farol de la calle, vió sus facciones, brillantes de satisfacción y ella se sintió inquieta.

Él la miró de reojo.

—¿Culpable? —preguntó con sequedad.

— ¡David, estoy casada!

—Por el momento, pero eso puede cambiarse -le dirigió una sonrisa alegre—. Te vas a divorciar, ¿no es así, Paula?

Ella no contestó, pero pensó que sí, que tenía que divorciarse de Pedro. Para ellos no había futuro. Su matrimonio había terminado.

—Encontrará a otra persona —dijo David con ligereza.

— Ya lo hizo —luego se arrepintió de haberlo dicho, pero era demasiado tarde.

—¿Lo hizo? -David volvió a mirarla-. Bien, bien... eso no se lo contaste a Flor.

—Por favor, olvida lo que dije.

-Como gustes —David se encogió de hombros, pero parecía muy satisfecho de sí mismo. Estaba encantado de oír que Pedro tenía a otra. Comenzó a silbar entre dientes.

Cuando estacionaron, la ayudó a salir del coche y ella lo miró con disimulo. Pensó que era un hombre muy apuesto, no podía negarlo, y no podía imaginar cómo permaneció tanto tiempo ciega a su innegable atractivo, viéndolo sólo como al hermano que nunca tuvo. Su vieja relación era camaradería y nada más, pero ahora algo había cambiado. Lo veía con nuevos ojos y se sentía perturbada.

Él le pasó el brazo alrededor de la cintura, apretándola. Una sonrisa apareció en su boca.

-¿Hacemos nuestra entrada?

¿Porqué no?

—Paula —murmuró y ella le miró. Los ojos parecían burlones—. Paula —volvió a decir—. Deja de preocuparte... sólo permite que suceda.

-¿Qué?

- Ya sabes de lo que hablo.

Ella levantó la vista y sus ojos verdes brillaron fríos y duros.

-¿Llegó la hora de pagar, David? ¿Quieres cobrar después de todo?

-No, por supuesto que no. ¡Debía darte una bofetada por esto!

-Mientras sepamos dónde estamos —dijo ella con vaguedad y se dió la vuelta. Él le tomó el brazo con decisión.

-Ambos sabemos. Pero no tiene nada que ver con ningún pago, Paula y no trates de pretender que crees que sí. Me siento insultado de que lo sugieras. Lo siento, ¿pero cómo podía estar segura? Tú mismo dijiste que asi era como se hacían las cosas.

No entre nosotros -dijo con rudeza—. Jamás lo vuelvas a sugerir. Significas demasiado para mí para ese tipo de juego.

Volvió a sentir ese extraño estremecimiento de advertencia. Levantó los ojos hacia su cara para estudiar su expresión.

-David... —lo que estuvo a punto de decir, jamás fue dicho. Sus brazos la rodearon y la apretó contra el hombro, acariciándole el cabello.

-¿No lo sabes realmente, Paula? —su voz temblaba. Colocó u mejilla contra su cabello—.Eres tan pequeña, que siempre quise. protegerte y verte dichosa. Cuando sonreías tu rostro se iluminaba y me daban ganas de besarte, pero jamás me diste luz verde —le tomó el rostro entre las manos, inclinándolo hacia atrás para enredar los dedos en el cabello. Un rayo de ternura recorrió sus facciones—. Dame una luz verde ahora, Paula, y te demostraré de lo que soy capaz.

Lo había dicho con palabras. Flor lo había sabido; David se lo insinuó. Ella lo había llegado a sospechar, pero ahora sabía y le miró con ojos asombrados, dudando.

—Es demasiado pronto, David... demasiado pronto.

— Si tú lo dices.

—Dame tiempo -le dijo pero su voz sonó trémula, porque la forma en que sus ojos la miraban la afectaba y podía sentir como le latía con fuerza el corazón.

Él la miró y volvió a suspirar.

—Mmmm —murmuró inclinándose hacia adelante. Le tocó la boca ligeramente, pero luego, se besaron con una extraña y ardiente necesidad que sacudió a Paula hasta las raíces, porque ahora no sólo aceptaba esa pasión, sino que la correspondía y ambos lo sabían.

Se quedaron ahí besándose, abrazándose más y ella perdió la noción del tiempo.

Estaba completamente aturdida, se sentía en una nube, respondía a sus caricias despreocupada de todo lo demás, necesitándolo.

Llegaron otros invitados y el sonido de un coche los sacó del ensimismamiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario