sábado, 9 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 19

— Eso no es ético —dijo Paula con sequedad.

— Pero muy común en nuestro mundo. Después de todo siempre ayuda tener una recomendación.

Paula se la quedó mirando fríamente.

—Todos esos hombres pensaron que era la «amiguita» de David.

-¿Y qué?

—No me gusta. No lo soy y no quiero que la gente piense otra cosa.

—No seas tan pesada. ¿No juramos que nos proporcionaríamos trabajo? ¿No harías lo mismo por David si pudieras?

Paula la miró indecisa.

—Sí —admitió porque sabía que lo haría.

—Entonces... no te preocupes tanto. David sabe lo que hace. A mí también me ha conseguido papeles en el pasado.

—¿De veras? -Paula se animó.

— ¡Por supuesto! Yo también le conseguí uno.

— ¡No me digas!

— Las patas traseras de un caballo - sonrió Flor y Paula rió.

— ¡Eso fue cuando estábamos en la escuela! ¡Lo recuerdo como si fuera ayer, Flor! —Los tres habían ido a trabajar en una pantomima en un pueblo al lado del mar. Paula hacía el papel de hada y ya entonces David le dijo que con el vestido de tul parecía tener doce años, pero que estaba muy atractiva y la besó antes de que ella le golpeara con un trapo mojado.

Flor  la estudiaba.

—Entonces no necesitaste ayuda para conseguir el papel. Le gustaste al director.

Paula se ruborizó.

— ¡El tipo tenía más de cincuenta años y era calvo y gordo! —De todas maneras le gustaste, querida. David quería romperle la naríz, pero temía que lo despidieran... todos necesitábamos el dinero.

— ¡Lo poco que había! -dijo Paula suspirando. Apenas sí cubría el costo de su alojamiento y durante el día temblaban alrededor de una estufa de gas, compartiendo el calor y la comida que consistía en una bolsa de patatas después de cada función.

—David me preocupa — le dijo a Flor.

—¿Porqué?

-¿Sabías que no disfruta con plenitud el éxito que ha tenido? -¿No? —Flor  no hizo ningún comentario pero Paula la conocía demasiado bien. No la vió sorprendida por lo que acababa de decir.

—Siempre mira hacia el pasado. Ahora que está en la cima, no está seguro de que eso sea lo que quería.

—¿No es así siempre la vida? ¿No nos desilusionamos todos y siempre nos lamentamos por algo que no tenemos? -Flor sonrió ton tristeza—. Se dice que es la condición humana... anhelar un paraíso que apenas sí recordamos, un sueño inalcanzable.

- Sí —dijo Paula pensativa-. Comienzo a pensar que eso es lo que andaba mal en mi matrimonio. No podía olvidarme de los sueños que tú, David y yo compartimos.

Después de eso, la vida que Pedro me ofrecía parecía llena de insatisfacciones.

-No pertenecías a ese mundo -apuntó Flor con toda rapidez-. Él era muy posesivo. El día de la boda le mencioné a David... nada importante, sólo dije su nombre y tu esposo me echó una mirada que me atravesó de un lado al otro. Desde entonces «no le caí en gracia» y se aseguró de que yo lo supiera —miró fijamente a Paula-. Estaba celoso de David, ¿verdad? Y como yo le hice saber que era amigo mío, yo también quedé fuera. Nos alejó a todos... no iba a compartirte con nadie.

Paula se estremeció. ¿Pedro celoso? Pensó en su matrimonio y se sorprendió de haber estado tan ciega. Por supuesto que eso explicaba todo. Pedro estaba celoso de su amistad con David y Flor. Les concedió una importancia que ella no creyó que tenían. Pero ahora, al mirar hacia atrás, podía ver que tal vez tenía razón. David y Flor habían sido muy importantes para ella, pero su pasión por Pedro la impidió notarlo.

El sueño que compartió con ellos estaba en el interior de su mente, la perturbaba como una melodía inolvidable. Pedro dijo que todo el tiempo hablaba de David sin saberlo y tal vez lo hizo. ¿Cómo podía olvidarlo? Estuvieron muy unidos durante demasiado tiempo. Si David hubiera sido su hermano, Pedro lo hubiera considerado natural, pero no estaba preparado para admitir la importancia que en su vida tenía.

-Ni siquiera te quería compartir con un hijo - prosiguió Flor Pensando en voz alta y Paula sintió que las palabras la atravesaban como un puñal. Se quedó mirando a Flor con los ojos desorbitados.

—¿Q... qué dijiste?

Flor  repitió las palabras.

—Te quería sólo para él. ¿Qué otra razón podía haber? En otros aspectos era un hombre muy convencional, exactamente el tipo de hombre que desea hijos. Sin embargo, él no lo aceptó.

Paula sintió que su corazón le daba un vuelco y le dolieron las sienes. Sí, ¿por qué no pensó en eso antes? Recordó que le sugirió que si tenían un hijo, conseguiría alguien para cuidarlo durante el tiempo que Pedro estuviera en casa.

-Entonces no te molestaría, querido —le rogó—. Si el cuarto de niños estuviera en lo alto de la casa, no oirías el menor ruido.

El rehusó enojado, celoso, pensó desconsolada. Jamás se le había ocurrido antes que Pedro estuviera celoso. Ella consideró su comportamiento como fríamente egoísta, basado en el punto de vista de su propia importancia. Pero sí los celos fueron los que estaban en el fondo de todo... ella debió haberlo percibido y pudo hacer algo para darle seguridad. Pudo haberle hecho ver que su sentimiento por él no disminuiría si tenía un hijo. ¿Cómo no se le ocurrió?

—Gracias a Dios que te alejaste de él -le dijo Flor-. Nunca me gustó.

—No -dijo Paula mirándola. Los puntos de vista de Flor eran objetivos.

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