El caos del tránsito de West End disminuyó cuando entró a la ciudad. Los bloques de oficinas y torres daban paso a la piedra gris del Lincoln Inn Fie Id, los árboles y flores de los jardines alegraban el cielo. El taxi se detuvo fuera del edificio donde
Pedro tenía el despacho. Pagó al chófer y alzó la vista hacia las ventanas.
Respiró hondo. Seguramente estaría en el juzgado, pero ella le dejaría una nota diciéndole que no fuera a casa sino que la esperara en el despacho.
Withers no estaba en su oficina. Una muchacha vestida de rojo escribía a máquina con cara malhumorada. Miró a Paula con mala cara.
-¿La puedo ayudar?
—Quiero hablar con el señor Withers.
— Regresará enseguida —le dijo la chica y volvió a su trabajo sin sonreír.
Paula se quedó allí, mirando a su alrededor, luego, escuchó una voz familiar.
¡Pedro! Se dió la vuelta y salió caminando a lo largo de uno de los corredores subiendo por un tramo de escalones. Se dio cuenta que no estaba en su despacho, el sonido de la voz llegaba de otro. Se detuvo ante una puerta y escuchó indecisa. ¿Debía llamar o esperar a que estuviera libre? Tal vez estaba con un cliente importante y ella no quería echar a perder la oportunidad de que fuera a la fiesta de Flor, molestándolo con la interrupción.
Tratando de valorar la importancia de la conversación, apoyó la cabeza contra la puerta y escuchó:
Entonces le llegó con claridad la voz de Pedro.
— ¡Nunca debí casarme con ella! —su voz era amarga, dura. Lo oyó-golpear el escritorio con la mano-. ¡Fue una locura!
—¿No podrías hablar con ella, Pedro? -la otra voz era femenina, clara, segura y Paula no la reconoció.
-¿Cómo diablos puedo hacerlo en este momento? Sería cruel tratar de obligarle a discutir un asunto así.
— ¡Pedro, hace seis meses que perdió al niño! Con seguridad ya estará recuperada.
—No - la voz de Pedro sonó ahogada.
—¿Lo has intentado?
—Cada vez que quiero hacerlo me traicionan los nervios -se movió y Paula oyó cada paso que daba en la alfombra, como si arrastrara los pies. Pálida, se quedó mirando la puerta.
-Me estoy volviendo loco -dijo con aspereza-. Lorena, ni siquiera puedo concentrarme en el trabajo con las cosas así entre nosotros... tiene que suceder algo o me derrumbaré.
—Pedro...
El tono apasionado en la voz de la mujer hizo que Paula levantara la cabeza, abrió los ojos de par en par por la impresión.
—Encontraremos un camino, Pedro—susurró la mujer. Te prometo que encontraremos un camino.
Paula tenía que verla. Tenía que ver a ambos con sus propios ojos y enfrentarse a los hechos que saltaban a la vista. Decidida, abrió la puerta y entró.
Al otro lado de la habitación vió la espalda delgada de Pedro con la cabeza inclinada. En sus brazos estaba una mujer. Paula no podía verle la cara, sólo los largos mechones de cabello castaño, pero no necesitó ver más. Vió la desesperación con la que esas manos blancas agarraban a Pedro de los hombros, vió que levantaba la cabeza y oyó el beso.
Con un movimiento reflejo cerró la puerta y se apoyó sobre una esquina angustiada, con la cara entre las manos.
—Alguien entró —dijo Pedro intranquilo.
—Lo imaginaste —la mujer lo tranquilizaba.
—No —dijo él con voz segura.
—¿Y qué importa? —la mujer parecía divertida-. Por Dios del cielo, Pedro. No estamos haciendo nada indebido.
—Pudo haber dado la impresión... -se interrumpió Pedro.
—Olvídalo.
Paula luchó por contener el dolor que la invadía. Todavía no podía salir del edificio. Su rostro estaba demasiado trastornado y tal vez Withers hubiera regresado ya. Tenía que pasar por su lado para salir. Cuando se calmó, regresó al despacho y pasó silenciosamente por la puerta de Pedro. La muchacha seguía escribiendo a máquina y ni la miró, pero no había señales de Withers.
Caminó por las nubladas calles durante horas, se sentía con el cuerpo agotado y la mente torturada. Ya había adivinado quién era la mujer, debió saberlo enseguida.
Pedro había mencionado a su nueva socia, Lorena Blare y ella nunca puso mucha atención, pero ahora buscaba en la memoria huellas que pudieran indicar la relación.
«Es una mujer inteligente -había dicho Pedro cuando la mencionó por primera vez—. Increíblemente brillante y capacitada. Tenemos suerte de tenerla.» Paula pareció recordar que los otros socios eran hombres. Lorena estaba emparentada con el jefe del despacho... su tío. Pertenecía a la compañía desde hacía un año.
Un año... justo en la época en que su matrimonio comenzó a tambalearse. Cuando Pedro se negó fríamente a tener un hijo. ¿Por qué no quería afianzar su matrimonio? —se preguntó en ese momento— . ¿O sólo porque sentía que casarse con ella fue un error? Estaba en pie en el malecón y mirando hacia el Támesis.
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