martes, 12 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 23

David se apartó y Paula sintió que el corazón le latía acelerado y que tenía la respiración entrecortada.

— iDios mío! - rió él apasionado. Ella se volvió y David le tomó la mano.

—No pongas esa cara de pánico. No voy a culparte. Caíste..  y no es un crimen —luego sonrió burlón—. Ese es el efecto que les hago a las mujeres, ¿no lo sabías?

-Me lo has dicho bastante a menudo -replicó y trató de ponerla misma ligereza en el tono. Notó que él trataba de dejar pasar e' incidente sin darle demasiada importancia. Ninguno de los dos estaba en condiciones de entrar a la fiesta. David era un excelente actor, no podía ocultar la mirada de su cara en ese momento, ni ella tampoco. Ambos se sentían como transportados y lo demostraban. Ella sospechó que hasta los extraños podrían verlo.

Otras personas pasaban a su lado y los miraban con divertida curiosidad, después, la puerta se abrió y la luz y el bullicio los envolvieron. Silvana les dió la bienvenida, estaba elegantísima con un vestido morado que le quedaba a la perfección, pero que hubiera parecido raro en otra persona.

Besó a David en la mejilla, le dio una palmada y luego miró a Paula con interés, besándola también.

—Más tarde tenemos que charlar —le dijo—. Vamos a tener mucho en común —desvió la mirada del rostro de Paula para dirigirla a David y agregó—: ¿Estás seguro de que os queréis quedar en la fiesta? — los ojos astutos se burlaron de David—. Tengo la impresión de que los dos se sentirían mejor estando solos.

David  se sonrojó y le dirigió a Silvana una mirada nada divertida.

-¿Y perdernos tu fiesta, querida? ¡No podríamos!

Silvana hizo un gesto divertido.

-Siento haber tocado un tema delicado. Llévate a Paula y consigúele una bebida, querido... y David...

Él volvió la cabeza y levantó las cejas.

-¿Sí?

—Trata de no poner esa cara tan ofendida, es como si llevaras una etiqueta.

-Vete al diablo -gruñó David y llevó a Paula al salón donde se centraba la fiesta.

Después de la broma de Silvana, ambos trataron de aparentar frialdad y desinterés, pero lo que había sucedido antes, los hacía ser muy conscientes uno del otro y se notaba. La gente los miraba con caras curiosas y luego desaparecían tratando de actuar con discreción. Paula trató de portarse con la mayor naturalidad pero aún estaba temblando y no podía recuperar su aplomo teniendo a su lado a David.

Bailaron y sintió como si el menor contacto de los dedos de David, pudieran encender una llama en ella, David parecía falto de palabras. Hablaba poco y no la miraba. Estaba rígido, como un hombre que sufre y ella sabía exactamente lo que le pasaba porque también sentía lo mismo.

—Esto tenía que ocurrir -murmuró él cuando dejaron de bailar y tornaron una bebida—. Deja que te saque de aquí, Paula.

Ella le miró aturdida y a punto de complacerle cuando algo atrajo su atención. Al volverse se encontró con la mirada de Pedro. La impresión la hizo palidecer. David pensó que la reacción era producida por sus palabras y trató de acariciarla.

—Querida, no juegues conmigo, no ahora. Ambos sabemos lo que pasa entre nosotros.

Ella ni siquiera le escuchaba. Miraba a Pedro y éste la miraba a su vez, pálido de rabia, con los ojos furiosos y la boca apretada.

Una mujer se acercó a Pedro y le dió un vaso, frunció el ceño, siguió su fija mirada y volvió a mirar de nuevo. El reconocimiento fue mutuo. Paula la había visto una vez antes en la oficina de Pedro, en sus brazos y atravesó a Laura Blare con una mirada hostil y a Pedro con una llena de desdén. Había llevado a la mujer a la fiesta y sin embargo, estaba ahí, furioso porque ella estaba con David. ¿Cómo se podía ser tan hipócrita? ¿Quién creía que era? ¡Había normas dobles, una para él y otra para ella!

Eso es lo que él pensaba.

Volvió los ojos hacia David quien la miraba tenso y en silencio.

—¿Qué está haciendo él aquí? ¿Le dijiste que yo estaría en la fiesta? ¿Cómo lo supo?

—No. Me imagino que Silvana le invitó. Comió con ella el día que la encontramos.

—¿De veras? ¿Conoce a Silvana? —buscó por la habitación la elegante figura de la anfitriona—. ¿Cómo es que se conocen?

—¿Por qué no le preguntas a ella? —sugirió con sequedad.

— Lo haré -dijo tomándola del brazo-. Vamos.

Silvana los saludó encantada, sonriéndoles.

—Los ví bailando —dijo con los ojos brillantes—. Deliciosa pareja. .. ¿en qué mundo estaban?

David ignoró lo que dijo.

—¿Qué hace Pedro Alfonso aquí esta noche?

Silvana le miró asombrada.

—Yo le invité ¿por qué?

-¿De qué le conoces?

—Me lleva un asunto —explicó. Le chispearon los ojos—. Un caso de difamación... cree que tengo buenas posibilidades en contra del desgraciado que me calumnió—les contó que iba a demandar a un periódico y David escuchó interesado desde un punto de vista profesional.

—Es un buen abogado —terminó con calma Silvana—. ¿Verdad?

-También es el marido de Paula -dijo David con franqueza.

Silvana se quedó mirando a Paula.

-¡Oh, Dios mío! —le tocó el brazo a David disculpándose-. Querido, no tenía la menor idea... si hubiera sabido, jamás lo hubiera invitado esta noche. Me dijiste que era casada, pero no con quién.

- ¡Olvídalo! Siempre y cuando no me cause problemas.

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