Con lentitud volvió a la realidad y se encontró en el coche de David, el aire de la noche le daba en el rostro. Él conducía a su lado y cuando se movió le dijo con rapidez:
—No te muevas. Te llevo a ver a un médico.
— Ya me siento bien —dijo medio sentándose.
— De todas maneras verás a un médico.
— No, David—insistió—. Sólo fue la impresión.
— Eso me imaginé. Me dieron ganas de darle una bofetada.
— Me hubiera gustado que lo hicieras —dijo riendo. Eso hubiera sacado a Pedro de su frialdad pero podía haber matado a David. No sabía el odio que Pedro le tenía.
— Llévame al departamento —le rogó y David aceptó de mala gana. Sin embargo, no la dejó, entró con ella y la hizo acostarse en el sofá mientras le hacía un té que endulzó demasiado y no estaba bueno.
— ¡Ugh! —dijo ella haciendo un gesto de asco.
-Tómatelo —le ordenó-. Te ayudará a reponerte.
—Cuentos de viejas.
—Tómatelo — insistió y ella lo hizo con lentitud, asqueada. David se arrodilló a su lado y le frotó las frías manos preocupado.
—Estoy bien —dijo forzando una sonrisa—. Me iré a la cama. Gracias por todo, David. Que te diviertas en España.
—No voy a dejarte así.
-Sí vas a hacerlo.
-No, Paula. Esperaré hasta que Flor regrese.
-Podrían ser horas. Tienes que tomar el avión temprano.
-¿Y a quién le importa? Esta noche no voy a dejarte sola.
No pudo hacerlo cambiar de opinión así que lo dejó en la sala y ella se fue a la alcoba. Se preparó para irse a la cama y al acostarse apagó la luz. Estaba preocupada por David. Si no dormía, estaría deshecho por la mañana. Se levantó y volvió a entrar a la sala. Él se levantó y la miró.
—¿Por qué no duermes en el sofá si no quieres irte a tu casa? Así podrías descansar un poco.
— Muy bien —asintió—. Regresa a la cama, Paula, antes que mis instintos animales se apoderen de mí.
Ella se ruborizó ante los burlones ojos y dioóun paso atrás. David se rió pero se le veía preocupado. Cuando cerró la puerta él se tranquilizó.
Ella se dirigió a la ventana y se quedó de pie, mirando la calle oscura, preocupada por David. Lo oyó moverse, luego, la luz se apagó en la sala y escuchó cómo se acomodaba en el sofá y se movía inquieto. Continuó mirando la calle sin ver, pero luego, sus ojos percibieron una figura y observó con atención.
Un hombre surgió de las sombras y se quedó mirando a las ventanas del departamento de Flor.
Con un vuelco en el corazón reconoció a Pedro, y de pronto se sintió esperanzada y dichosa, luego, lo vio girar la cabeza y quedarse mirando el coche de David que estaba estacionado fuera.
— ¡Oh, Dios! —exclamó consternada.
Pedro volvió a levantar la vista, se metió las manos en los bolsillos, se dió la vuelta y se fue.
Paula salió de la habitación y pasó corriendo por donde estaba David, quien la preguntó ansioso:
-¿Qué pasa?
Ella no se detuvo a explicarle. Salió del departamento y bajó a toda prisa la escalera para llegar a la calle, tropezándose con el dobladillo del camisón, temblando con el aire frío de la noche.
Ya en la calle buscó a Pedro ansiosamente pero se había ido. No había señales de su persona. Corrió por el camino, sin darse cuenta de cómo estaba vestida, llamándole por su nombre.
— ¡Paula, por Dios! — David la detuvo, la tomó en sus brazos y con ansiedad en el rostro preguntó-: ¿Qué diablos crees que haces?
—Pedro —balbuceó—. Pedro...
Él maldijo entre dientes.
— Estás delirando... debí llamar al médico.
—No —murmuró luchando contra sus brazos—. Estaba aquí... lo ví. Vió tu coche.
Las luces. Dios, lo que debe estar pensando. Tengo que encontrarlo, decirle...
—Querida, no estás vestida para andar, corriendo por la calle en mitad de la noche. Entra. Estás helada, pescarás una pulmonía.
— ¡No, David, tengo que encontrarlo!
—Más tarde -dijo levantándola en brazos como si fuera una criatura—. Yo lo encontraré por tí, Paula.
—Es que no entiendes...
—Sí, sí -la tranquilizó-. No te preocupes por él. Yo arreglaré todo.
Paula luchó inútilmente. Él la llevó en brazos al departamento.
—Quédate quieta, cariño -le dijo con suavidad.
El agotamiento la venció y se quedó recostada con los ojos cerrados, una lágrima rodó por sus mejillas.
—Así está mejor. Quédate recostada por un rato y no llores.
Poco tiempo después, un médico se inclinaba sobre ella examinándola con detenimiento.
—Es posible que sea el comienzo de algo — le dijo aparte a David sin que ella pudiera oír—. No sé lo que pueda ser. No hay síntomas especiales de algo en particular. Pero manténgala en cama y obsérvela. Si le entra fiebre, llámeme... tal vez todo lo que necesita es dormir.
Cuando se fue, David regresó a su lado y se sentó en la cama, mirándola con afecto.
—Trata de dormir, querida.
— Busca a Pedro. David, dile que no es cierto.
-¿Que no es cierto qué?
No tenía sentido, se dió cuenta. Pedro no creería una palabra que le dijera David. Evidencia circunstancial.
-¿Qué?
—Nada —dijo ella cerrando los ojos de nuevo y suspiró—. Vete a dormir, David.
— Así está bien —dijo acariciándole el cabello.
Despertó y encontró a Flor mirándola a la luz del día; se mostraba preocupada.
— ¡Hola, Flor!
—¿Cómo te sientes ahora?
-Bien.
—Estás muy mal. David me dijo que te desmayaste, que estabas delirando.
Paula preguntó:
—¿Pudo tomar su avión?
-Quería tomar uno más tarde, pero Pablo insistió en que no cambiara su vuelo.
—Me alegro de que no haya perdido el vuelo.
—¿Qué pasó, Paula? David estaba muy alarmado. Preocupado por tí. No quería irse.
—Estoy bien —dijo Paula sintiéndose muy mal. No quería preocupar a su amiga.
Salió de la cama, se tambaleó, corrió al baño.
Después, Flor le limpió el rostro con una esponja húmeda.
—¿Paula, qué será lo que tienes? Tal vez sea un virus.
—Tal vez una infección estomacal -dijo Paula temblando.
Se metió de nuevo en la cama, pero poco después se le pasó el malestar y se sintió lo suficientemente bien como para levantarse durante el día. Flor protestó, pero en realidad ya no sentía ninguna molestia. Por la tarde se sintió bien, aunque a instancias de la amiga se acostó temprano esa noche.
Por la mañana volvió a sentirse mal. Flor estaba bastante preocupada y llamó al médico. Éste llegó e hizo unas cuantas preguntas breves e impersonales. Paula contestó, pero de pronto tembló por una sospecha completamente nueva.
El médico leyó su expresión.
— ¿Podría ser, señora Alfonso? —preguntó con sequedad.
— Sí —asintió y comenzó a temblar. -¿No está contenta? Parece preocupada. Ella tragó saliva y apartó los ojos.
— Yo... yo estaría muy contenta, doctor, pero mi marido no quiere niños.
—Qué lástima -se la quedó mirando y se avergonzó ligeramente—. ¿Es... es...?
Ella adivinó la pregunta y rió con ironía.
—Oh, si es hijo de mi esposo, sí... eso no tiene importancia.
Cuando el médico se fue, ella se quedó sentada con la mirada en el vacío durante mucho tiempo. Flor entró y se miraron en silencio.
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