jueves, 21 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 38

Ella le tenía cariño antes de que sintiera su atractivo. Y le seguiría teniendo cariño, porque la forma en que amaba a Pedro no se vería afectada por ninguno de esos dos sentimientos.

Pedro la miraba acusador, leyendo la culpa en su rostro enrojecido.

- ¡Pedro, jamás me he acostado con David, lo juro!

— ¡No me mientas! -le gritó revelando los celos que sentía. Le apretó los hombros con rudeza. Miró el encaje negro de su camisón con ojos que quemaban la blanca piel de los hombros y el largo cuello desnudo.

-¿Lo pasaste bien Paula? ¿Cómo hace el amor?

-Basta —gritó temblorosa.

—¿Así? —la apretó contra su pecho, lastimándole los labios como si necesitara herirla—. ¿O es más persuasivo, querida? ¿Qué clase de amante es?

La furia y la humillación la volvieron temeraria.

- Sea como sea, él no me maltrataría.

-¿Ah, no? —agachó la cabeza y movió su boca sobre la piel del ; cuello, deslizando los labios húmedos y cálidos sobre su piel-. ¿Está mejor así? —preguntó rozándole los hombros con los labios.

—Pedro—temblaba.

Entonces la miró con una emoción tan cercana al odio, que ella se asustó.

— ¡Pequeña mujerzuela! Apenas ha pasado una semana y ya estás de nuevo en la cama con él.

—¿Por qué no quieres escuchar? ¡No es cierto, Pedro!

La abofeteó y casi la hizo perder el equilibrio. Cayó sobre la cama. Antes que se repusiera, él estaba a su lado, sus manos desgarraban el camisón y luego su boca se cerró sobre ella.

Paula trató en vano de luchar con él y alejarlo. No podía permitir que la tratara así, pero sentía que, muy a su pesar, el deseo se iba apoderando de ella.

—Te amo, Pedro —le dijo aferrándose a él—. Te amo.

—Mientes, pero me importa un bledo... Oh, Dios. Me vuelves loco.

Ella lo besó amorosamente como respuesta.

Después de dar rienda suelta a sus sentimientos, se quedaron tendidos. La piel de Pedro ardía bajo su mejilla. Se quedó recostada durante un rato, luego se movió y encendió la lámpara, mirándole con atención.

—¿Te lastimé mucho? —le preguntó. La recorrió con los ojos y parpadeó—. ¡Oh, Dios, esas magulladuras! ¿Qué diablos te hice?

—No importa —dijo con rapidez y trató de sonreír-. Eres un amante brusco, Pedro, eso es todo.

—Esto no puede seguir. No tengo derecho a hacerte esto.

—Te amo, Pedro. No mentí acerca de David... jamás me puso una mano encima.

—Lo siento. Por supuesto que te creo. Perdí la cabeza -acongojado le miró el cuerpo—. Esta vez te lastimé de verdad... no digas que no lo hice. Cuando supe que habías visto a Redway quise matarte. Me quedé abajo mirando el whisky y tuve esas visiones que me daban vueltas en el cerebro... estabas en sus brazos... y me puse frenético.

—Olvídalo -dijo en voz baja acariciándole la mejilla.

—¿No entiendes? Podría matarte un día.... y casi lo hice esta noche.

—En vez de eso me hiciste el amor —le sonrió.

—¿Y te dejé esos moretones? ¿Crees que me da gusto habértelos hecho?

—Te perdono.

— Yo no. Pau, tengo que dejarte. Tengo que solucionar esto de alguna manera. Contigo a mi alrededor no puedo hacerlo. Tengo que pensar con claridad y contigo a mi lado no lo lograré.

¿Sería ése el problema?, se preguntó. ¿Cómo coexistía ese cerebro inteligente dentro de la hermosa cabeza de Pedro con los instintos apasionados y brutales de su cuerpo? ¿Había guerra entre ellos? ¿Se sentía dividido, desgarrado entre las dos mitades de su naturaleza? ¿Encontraba que la fría inteligencia de su mente fallaba ante un problema emocional como el de ellos? Había sido educado para usar la mente.

Sin embargo, una inteligencia fría y fuerte no podía resolver problemas surgidos por una causa emocional.

—Todo lo que tienes que pensar es que te estoy diciendo la verdad — insistió—. Te amo, así como eres... no niego que esta noche me lastimaste y a pesar de ello te quiero.

Él pareció sorprenderse y ella se rió con tristeza.

—¿Crees que no debería haberme sucedido? Tal vez tengas razón, pero así fue. Tal vez por esto te quiero a tí y no a David, cariño mío. Algo en mí responde a la ofuscación que hay en tí.

Él se la quedó mirando ceñudo.

—¿Sólo lo dices por consolarme? ¿Tratas de ser amable? No quiero tu amabilidad, Paula.

— Y yo no quiero tu orgullo. Quiero la verdad entre nosotros.

 -Me pregunto si quieres saber lo que es eso. Paula ¿estuviste muy cerca de Redway todos esos
años?

 —Mucho.

-Cuando nos casamos eras virgen -como si hablara consigo mismo—. Eso me sorprendió.

 —Gracias -dijo con acritud.

—Entonces sospechaba que había sido tu amante.

—No lo fue.

— Eso lo supe después. Pero creo que lo hubiera podido ser. Se miraron a los ojos y ella suspiró.

—Oh, tal vez -no tenía objeto mentir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario