jueves, 21 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 37

Pedro  regresó un día antes de lo pensado y sin avisar, por lo que ella ya estaba en la cama cuando oyó el coche y luego la forma silenciosa en que cerró la puerta de la casa. Se salió del lecho y se puso una bata, parpadeando adormilada cuando él abrió la puerta de la habitación y la miró.

— Has llegado pronto -le dijo acercándose a besarle y su brazo la sostuvo por un momento antes de mirarla con una ligera sonrisa.

— Perdona, querida, ¿te desperté?

 -No importa... ¿quieres algo de cenar?

— Ya he cenado. Voy a beber algo y luego iré a la cama.

Ella se volvió a meter a la cama y lo esperó. Unos momentos después entró en la alcoba llevando un vaso.

—¿Salió todo bien en el juicio? -le preguntó.

Él asintió, dándole la espalda mientras se quitaba la chaqueta y la corbata. Ella lo observó mientras colgaba cuidadosamente su ropa. Sorbió un poco de whisky.

—¿Cómo lo pasaste mientras estuve ausente?

Ella tenía que decírselo.

—Comí con Flor—dijo con indiferencia pero observando la frialdad de su rostro.

—¿Sólo con Flor? —preguntó sin expresión.

Paula titubeó y eso fue un error.

—Redway también —contestó por ella.

Ella se lamió los labios con nerviosismo.

—Sí — dijo deseando haberlo dicho la primera vez, porque sabía lo que quería decir esa dura expresión.

—¿Qué tren tomaste de regreso?

—David me trajo en su coche.

—Muy amable. Espero que le haya gustado mi whisky.

Ella iba a decir algo pero supo que él ya lo había adivinado antes de subir. Miró su vaso de whisky y cerró los ojos sintiéndose desgraciada.

—¿Lo tomó antes o después? -preguntó Pedro y su tono no pudo ser más insultante.

—Por favor no, Pedro -le rogó angustiada.

—Estoy seguro que lo hiciste sentirse a gusto.

— ¡Por Dios del cielo, Pedro no sigas! Soltó el vaso de golpe.

—¿En mi propia casa? ¿Fue en esta cama, pequeña golfa? Paula salió de la cama temblando.

 — ¡No, Pedro, no es cierto!

Él la alcanzó antes de que llegara a la puerta, y sus manos la agarraron con tanta violencia que gritó de dolor.

— ¡No lo hice, Pedro... créeme!

—¿Me tomas por un tonto? No ibas a decirme la verdad. Tuve que sacártela.

Estuvo aquí, tomando mi whisky, disfrutando de mi mujer.

-¡No!

—Cada vez que lo ves, se te nota en la cara —la acusó violento—-Cualquiera que los viera juntos sabría... no lo puedes disimular.

Le miró aterrorizada, porque era cierto y lo sabía. En la fiesta de Silvana, fue consciente de ello. Sin embargo, ¿cómo podía hacerle creer a Pedro que el magnetismo físico que la atraía hacia David no tenía ninguna fuerza comparada con el amor que sentía por él? ¿Por qué hay que creer que una mujer es incapaz de sentir atracción física a menos que esté profundamente enamorada? —se preguntó y se dijo que David era un hombre muy atractivo y que ella le tenía afecto. Las dos emociones no estaban relacionadas.

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