jueves, 28 de abril de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 6

Si no lo supiera, jamás habría imaginado que era ciego.

—Puede que sea ciego, cara, pero no soy idiota.

«Pero yo sí», pensó ella al mirar su boca y recordarla sobre su piel… Temblando, Paula se abrazó a sí misma para protegerse.

—¿Entonces cómo?

—Tienes una voz inolvidable.

Suave y ronca, con un timbre muy sexy. Pedro apretó los labios, crispado. Como una irritante musiquita, no había sido capaz de olvidar esa voz… Ni a ella.

—Mucha gente tiene acento escocés.

Pero sólo ella tenía esa voz.

Ni por segundo había dudado que aquélla fuera la mujer con la que había pasado una noche en Escocia.

—Y tú perfume…

Pedro  tragó saliva.

—Yo no uso perfume —dijo Pau.

Estaba tan cerca que podría alargar la mano para tocarlo… y sentía el deseo de hacerlo, pero se contuvo.

Aquello era una locura. No había ido allí para volver a perder la cabeza, pensó, intentando apartar los ojos de su cara. Pero no lo consiguió, aquel hombre era tan increíblemente atractivo.

—Y ahora la mujer misteriosa tiene un nombre… ¿Pau?

—Paula, pero todo el mundo me llama Pau.

—Yo prefiero Paula.

Estaba preguntándose cómo responder a ese reto cuando, sin previo aviso, él alargó una mano para tocar su cara y tuvo que cerrar los ojos cuando la punta de sus dedos rozó la curva de su mejilla.

—Así que eres real. Estaba empezando a pensar que te había imaginado. De no ser por los arañazos que tenía en la espalda, habría pensado que eras cosa de mi imaginación.

Pau, mortificada, se puso colorada hasta la raíz del pelo.

—Mira, supongo que estarás preguntándote qué hago aquí —ella misma había empezado a preguntarse lo mismo. Aquello era algo que podría haber hecho por correo, o por teléfono, a distancia.

«Pero entonces no lo habrías visto», le dijo una vocecita en su cabeza. «¿Y no era eso lo que querías?».

Pedro sacudió la cabeza.

—Supongo que quieres algo. Me gustaría pensar que es mi cuerpo, pero…

—No eres tan inolvidable —lo interrumpió Pau. Aunque las eróticas imágenes que aparecían en su cabeza le decían que estaba mintiendo.

—No era eso lo que decías entonces… «Perfecto, absolutamente perfecto» fue lo que dijiste, creo recordar. Y parecías tener una gran opinión sobre mis habilidades en la cama.

—Si fueras un hombre decente, no dirías esas cosas.

—No lo soy.

—¿No eres qué?

—Un hombre decente, cara. Claro que tampoco fueron mis elegantes maneras lo que hizo que te metieras en la cama conmigo, ¿verdad?

—¡No puedo creer que sintiera lástima de tí! —le espetó ella.

Pedro echó la cabeza hacia atrás, como si lo hubiera golpeado.

—¿Te acostaste conmigo porque te daba lástima?

Pau arrugó el ceño, volviendo al misterio que no había sido capaz de resolver a su entera satisfacción.

—La verdad es que no sé por qué lo hice. Siempre he sido una persona sensata —le dijo, sacudiendo la cabeza—. Sabía lo que estaba haciendo. Sabía que era una locura, pero era como si…

La expresión hostil de Pedro desapareció.

—Tenías que hacerlo como tenías que respirar.

Pau levantó la mirada, perpleja cuando él expuso de forma tan acertada lo que había sentido.

—¡Eso es! —exclamó. Pero al darse cuenta de lo que había dicho, y a quién se lo había dicho, se puso a la defensiva—. Ya no siento lástima de tí.

La sonrisa de lobo, que dejó al descubierto unos dientes perfectos, hizo que Paula se preguntara si había sido demasiado sutil dándole a entender que la locura había pasado y ya no era tan vulnerable.

—Nos hemos olvidado de las formalidades, Paula—le dijo, pronunciando su nombre como si estuviera saboreándolo—. Soy Pedro Alfonso… pero claro, tú ya sabes eso porque estás aquí. La cuestión es: ¿por qué estás aquí?

El por qué era algo que Pau seguía intentando entender.

—No sabía tu nombre cuando…

—Cuando te acostaste conmigo por compasión —terminó él la frase—. Aunque debo decir que lo escondías muy bien.

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