Laura Blare la miraba y le sonreía.
— Espero que nunca haya sospechado de verdad que Pedro y...
Paula se ruborizó.
—Lo siento, fue una estupidez por mi parte. Lo oí hablando con usted e interpreté mal.
— ¿Es por eso por lo que se quiere divorciar de él? —la alarma apareció en el rostro inteligente de la mujer-. ¡Dios mío!
Paula dijo con amargura:
—¿Es tan sorprendente? Es obvio que usted podía ser mejor esposa para él que lo que yo jamás fuí.
—Lo parecido no siempre atrae —confesó con sequedad Laura--Mi esposo es ingeniero... espléndido con las manos, puede hacer que cualquier maquinaria funcione con la suavidad de la seda, pero no se le puede pedir que converse. Es parco. A veces me pregunto lo que ví en él, pero así es como funciona el amor en ocasiones.
— Después de dos años de matrimonio, Pedro y yo seguimos siendo extraños -confesó Paula y se enojó consigo misma por ser tan franca con una extraña.
-Pobre Pedro -dijo Laura-. ¿Todavía piensa divorciarte de él? Por favor, píenselo... éste sería el peor momento para hacerlo.
-No quiero perjudicar su carrera -dijo Paula-. No, no me divorciaré de él, se lo prometo.
Paula no podía soportar un segundo más, tenía que apartarse de Laura Blare, salir de ese lugar ruidoso lleno de extraños. Se alejó murmurando una leve excusa. Apenas si sabía lo que decía, era demasiado consciente de que todas sus suposiciones acerca de Pedro habían sido equivocadas. ¿Siempre iba a ser así entre ellos?
Buscó a David y lo vió en el centro de un alegre grupo de personas, todas extrañas para ella, excepto Silvana Coronel. En ese momento no se podía enfrentar a David. Silenciosa se retiró del salón y salió a la calle.
Hacía frío. Se cubrió los hombros con el delgado chal y se apoyó en un poste de luz tratando de poner en orden sus ideas. Su estado emocional era un caos. Pedro no estaba enamorado de Laura Blare; la convenció sin lugar a dudas la actitud franca y segura con que se lo dijo.
Pensó en aquella mañana cuyos acontecimientos formaban un confusionismo en su mente. Había despertado con una sensación de inquieta energía. Durante meses, su humor había sido muy diferente al despertar, se sentía deprimida, agotada, sin deseos de hacer nada. Esa mañana, debió darse cuenta que algo había cambiado en su interior, pero estaba tan acostumbrada a la neblina de sus desgastadas emociones, que ni siquiera notó cuándo comenzó a desaparecer.
Pedro se había ido a trabajar. De pronto, ella decidió ir a Londres y sólo eso debió decirle que algo había cambiado. Había decidido actuar. Tal vez desde hacía muchos días se había ido produciendo cambios en su subconsciente, y esa mañana salieron a la superficie.
Ella actuó sin tener en cuenta lo que hacía, pero ahora al mirar hacia atrás, supo que lo que quiso hacer fue romper el molde en el que estuvo encerrada durante tantos meses. Quiso volver a la vida de nuevo.
Así que fue a Londres y se encontró con Flor, y a través de los ojos de la amiga vió en lo que se había convertido... en una mujer perdida, severa y derrotada. Y eso la hizo reaccionar positivamente.
Sabía muy bien que culpó a Pedro... en secreto. Antes de casarse con él, estaba llena de vida, de sueños e ilusiones, que él había ido marchitando o por lo menos así lo juzgaba ella. Sin embargo, ella fue a verlo para pedirle que trataran de salvar su matrimonio y al verlo con Laura Blare interpretó mal los hechos y las palabras.
Tal vez, quería creer que ya no la amaba y por eso llegó a la conclusión de que estaba interesado en otra persona.
Sus relaciones estaban deterioradas entonces, destruidas por sus sentimientos negativos; había tal sentimiento de culpa, y tal falta de comunicación, que de alguna forma había querido terminar con aquella amarga mezcla de amor e insatisfacción.
Estremecida se cubría el pecho con el chal. Amor... ¿Ella lo amaba todavía? Ya no estaba segura después de lo que había pasado con David.
Un coche se acercó por el camino y las luces delanteras alumbraron el pavimento.
Oyó un ligero ruido detrás de ella y volvió la cabeza con un movimiento brusco. Sus ojos trataron de acostumbrarse a la oscuridad y dejó escapar un ligero grito cuando vio cerca de la puerta una figura que la contemplaba.
—Todo está bien -la tranquilizó Pedro-. Soy yo.
—¿Por qué te ocultabas? ¡Me asustaste! -exclamó sobresaltada.
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