martes, 26 de abril de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 2

Sólo había tenido quince días para hacerse a la idea y aún no se lo creía del todo; de hecho, la situación le parecía irreal.

Se llevó una mano al abdomen, aún plano bajo la chaqueta, y sus labios se curvaron en una sonrisa. Sin duda, la idea le parecería más real cuando su cintura empezara a ensancharse.

—Soy Paula Chaves y…

La chica, con aspecto aburrido ahora que la estrella de cine y su ruidosa cuadrilla habían desaparecido, se apartó el teléfono de la oreja.

—La primera puerta a la izquierda.

Pau parpadeó. No era así como había imaginado la escena. Los zapatos debían haber funcionado.

Los zapatos en cuestión estaban en ese momento clavados al suelo. No podía moverse, tan sorprendida estaba al no tener que identificarse o explicar los motivos de su visita.

—¿La primera puerta a la izquierda? —repitió, aunque no debería. La recepcionista no parecía saber que no tenía cita y lo mejor sería aprovechar las circunstancias.

¿Por qué no se movía? ¿Eran los inconvenientes escrúpulos, esa horrible compulsión de decir la verdad en momentos en los que una mentira o un silencio serían lo más necesario… o simple miedo?

Con un suspiro de impaciencia, la joven movió una mano de uñas largas y rojas en dirección a la puerta antes de volver a concentrarse en el teléfono.

«Esto es demasiado fácil», persistía la suspicaz vocecita en su cabeza.

—Pero es una suerte —murmuró para sí misma.

Si la habían confundido con alguien, el error estaba funcionando a su favor y sería tonta si no le siguiera la corriente. De modo que, con una sonrisa en los labios, se dió la vuelta y entró por la puerta indicada.

Fue una sorpresa descubrir que era simplemente una habitación con un escritorio en una esquina y varias sillas pegadas a la pared. Pero un segundo después se abrió una puerta y un hombre de pelo rubio y gesto cansado se quedó mirando a Paula con cara de sorpresa.

—Es una mujer.

En circunstancias normales, ella hubiera respondido a tal «acusación», porque era definitivamente una acusación, con algún comentario irónico. Pero el humor y la ironía se le escapaban en ese momento.

—Soy Paula Chaves y me gustaría…

—¡Pau! —el hombre se llevó una mano a la frente—. Eso lo explica todo, claro. Y yo pensando que hoy las cosas no podían ir peor…

—He venido a ver al señor Alfonso…

Al decir su nombre, una imagen mental del hombre apareció en su cabeza… ahora le parecía asombroso no haberse dado cuenta del peligro cuando lo vio por primera vez.

El impacto había sido como un golpe que la dejó sin aliento. Y sintió algo en su interior, como si sus emociones de repente se liberasen, aunque se sentía extrañamente desconectada de lo que le estaba pasando. Su innata habilidad para distanciarse emocionalmente y analizar lo que estaba haciendo la había abandonado. Claro que no se dio cuenta hasta que era demasiado tarde y el daño estaba hecho.

Cuando estaba con él no era capaz de controlar los latidos de su corazón… de hecho, no era capaz de controlarse a sí misma.

No era sólo la simetría de sus facciones o la curva de su boca; no era un rasgo en particular, sino la combinación de todos lo que lo hacía tan increíblemente atractivo.

Incluso ahora, doce semanas después, el recuerdo de su cara la emocionaba. Aunque ahora podía pensar en su reacción y en lo que había pasado después con más objetividad.

No podía negar que era un hombre guapísimo y que poseía una sexualidad arrogante a la que ella no era inmune, pero lo que pasó había sido el resultado de una serie de circunstancias más que otra cosa.

Seguramente resultaría ser un hombre vulgar y corriente, pensó. Seguramente ella lo había engrandecido en su memoria para defender su propio comportamiento porque nadie más que un dios del sexo podía ser responsable de que hubiera perdido la cabeza. Estaba buscando excusas.

Aunque la verdad era que no había excusas; había sido alocada y estúpida. Había tenido un momento de debilidad… en realidad, toda una noche de debilidad, pero eso era algo en lo que no quería pensar. Y, sin embargo, ahora tendría que vivir con las consecuencias.

Probablemente lo vería y descubriría que no se parecía nada a la imagen romántica que se había formado de él: un héroe caído y en necesidad de un consuelo que sólo ella podía darle.

Pau apartó de su mente tales pensamientos y trató de volver al presente. Pero cuando miró al joven rubio que parecía tan sorprendido de verla, él estaba buscando algo entre los papeles que tenía en la mano.

—Esto podría ser un problema… ¡y ahora no encuentro su currículum, por Dios! —exclamó, disgustado—. Perdone, no es culpa suya.

En realidad, sí lo era.

Había sido ella la que dió el primer paso, ella quien besó a Pedro, aunque era un completo extraño.

El recuerdo de ese beso estaba grabado para siempre en su conciencia; cómo su rostro se había iluminado por el repentino relámpago al otro lado de la ventana y cómo se le había encogido el estómago al ver el brillo mate de sus increíbles ojos oscuros y la frustración en sus facciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario