sábado, 9 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 18

—¿De veras? —le dijo como si no estuviera convencida.

-Lo que siento por mi trabajo es parte de lo que siento por tí y Flor... los tiempos duros que pasamos cuando éramos jóvenes, los ahorros y comida barata, los sueños y planes para el futuro... para todos nosotros fue una época inolvidable y desde entonces, nada ha significado tanto.

Era cierto. Aun su vida con Pedro se vió perturbada por la brillante sombra de esos días con David y Flor. Jamás pudo deshacerse de ellos y tal vez eso contribuyó a la ruina de su matrimonio.

Alzó la vista y vió que Pedro los observaba desde una mesa lejana. Su rostro era una máscara fría de ojos sombríos. Sintió un vuelco al cruzarse con su mirada durante un segundo. Después, volvió a prestar atención a David.

—Entonces soñábamos demasiado —le dijo con tristeza-. La vida no tiene el mismo sabor cuando deja uno de soñar, ¿verdad?

Él se inclinó ansioso hacia ella.

-¿Así es como la encontraste?

Mentalmente se echó para atrás, afectada por la mirada de sus ojos, pero como Pedro los observaba, dejó que David le agarrara la mano y le sonrió.

—Así es como la encontré —aceptó y era cierto y se preguntó si tanto ella como David, encontraron que la realidad era menos excitante que los sueños.

Al levantar la vista unos momentos más tarde, encontró que podía ver a Pedro en un espejo que colgaba en la pared. Bebía, reclinado en la silla y no apartaba los ojos de su mesa. Estaba solo, frente a él no había alimentos, por lo que ella supuso que esperaba la llegada de alguien y se preguntó si vería a Laura Blare en cualquier momento.

Dejó que sus ojos se dirigieran a él deliberadamente y vió que le temblaba la mano. La copa golpeó la mesa cuando la bajó y derramó el vino. Trató de secarlo con la servilleta nerviosamente.

Le regocijaba producir ese efecto sobre él. Durante muchos meses fue un compañero frío y distante. Ahora era consciente que tenía el poder de perturbarlo y disfrutaba. Podía adivinar por qué le afectaba su presencia. Pedro tenía un elevado sentido de la moralidad, de lo que se debía y lo que no se debía hacer y sin lugar a dudas se arrepintió de la violencia con que la forzó el día anterior. Ella era un recordatorio permanente de su pérdida de control. Lo avergonzaba.

La alegraba que fuera así. Quería herirlo... él lo había hecho una y otra vez durante meses y la noche anterior fue la peor de todas.

Alguien se detuvo junto a su mesa y David apartó los ojos de mala gana de Paula, para mirar a su alrededor.

—Hola, Silvana —dijo sonriente.

Paula también levantó la vista y la reconoció inmediatamente. Se sobresaltó al ver ese rostro famoso a su lado.

—¿Cómo estás, David? -Silvana Coronel era muy alta, rubia, iba elegantemente vestida y tenía una cara inteligente y cínica que sin embargo era bella; sus rasgos tenían, quizá, algo de masculino, pero en conjunto era muy atractivo y lograba atraer todas las miradas.

Recorrió a Paula con los ojos azules, primero valorándola y luego con cierto cinismo, pero aceptando sin embargo su presencia con David.

—Sil, te presento a Paula.

—¿Paula? —Silvana repitió el nombre mirándola y luego a David.

—Paula — afirmó David.

La mujer se volvió y le dio la mano.

— ¡Hola Paula! -dijo examinándola más detenidamente-. He oído hablar de tí. Pero no esperaba conocerte.

Paula estaba sorprendida, divertida.

-Y yo tampoco esperaba conocerla, señorita Coronel. Soy admiradora suya, como David debe haberle dicho.

—David me dijo que en un tiempo la llevaba a ver mis películas.

— Seis o siete veces cada una, si mal no recuerdo —intervino David—. Paula te comía con los ojos y luego te recordaba durante semanas. Yo me burlaba de ella cuando en la escuela la veía tratar de actuar como tú.

Paula se sonrojó y se rió.

-Después traté de disimularlo un poco.

Silvana parecía divertida y halagada.

—Todos aprendemos unos de otros —echó una mirada por el restaurante—.

Tengo una cita con un contrincante muy duro, así que debo irme... ya se me hizo tarde y nadie hace esperar al gran hombre. David, el sábado doy una fiesta. Lleva a Paula y así hablaré con ella sin interrupciones —miró a Paula amistosamente—. David me ha hablado tanto de usted que siento que ya la conozco, por favor, no deje de ir.

—Allí estaremos —prometió David, y Paula sonrió agradecida.

Cuando Silvana se fue la observó y luego, el corazón le dio un vuelco cuando vió ante la mesa de quién se detenía. David hablaba alegremente.

—Es tal como aparece en la pantalla... — no registró sus palabras en la mente porque no podía apartar los ojos del rostro de Pedro. Saludaba a Silvana con una inclinación de cabeza. Cuando Silvana se sentó, Pedro echó un vistazo hacia su mesa y Paula desvió la mirada. ¿Por qué comía Silvana Coronel con él?

Una hora después, David la llevó de regreso al departamento de Flor y la dejó después de darle un beso en la mejilla. Flor estaba acurrucada en un sillón, cosiendo un cojín.

— ¡Esto tendrá el color del lodo para cuando lo termine! Ya lo deshice seis veces, pero sigue mal —lo echó a un lado—. Ahora cuéntame. ¿Qué tal estuvo?

Paula se lo contó y Flor sonrió.

 —Me imagino que David usó todas sus influencias.

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