martes, 5 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 9

-Si te lo dijera, no comprenderías.

-¿Y por qué diablos no?

—Por amor. Me enamoré de Pedro.

-¿Y ahora?

Ella cerró los ojos y se estremeció.

—Dios sabe —contestó estremeciéndose.

—Estás fuera de tus casillas —dijo David—. Flor piensa que debías dejarlo y volver con nosotros.

— ¡Flor piensa! -dijo molesta-. ¡Quisiera que mantuviera sus pensamientos para sí!

—Perteneces al teatro. Eras una actríz muy buena.

—Nunca llegué a nada.

—Desististe muy pronto. Cuando me fuí, tenías un buen papel.

—No era malo -admitió al recordar la excitación y embriaguez de esos días.

—¿Por qué no lo intentas de nuevo? Es tu mundo tanto como el mío. Flor y yo te ayudaríamos. Ahora conozco a mucha gente. Podría recomendarte a gente importante.

— ¡Dios mío!, no me dí cuenta que contaba con amigos influyentes.

Él sonrió y se relajó.

-Bueno, date cuenta ahora. Sé franca, Paula, ¿quieres regresar al teatro o no?

Pensó en Pedro con la mujer en sus brazos. Él quería terminar con el matrimonio.

Lo consideraba como un error y tal vez tenía razón. Hacía un año que ya no eran felices juntos y el nerviosismo con que lo trataba no contribuía a mejorar sus relaciones.

David la observaba tratando de leer sus pensamientos y ella le miró llena de emociones confusas.

— No sé.

— Piénsalo —le dijo con sonrisa satisfecha—. Te veré mañana temprano. Se me ocurre que podrías hacer una prueba para una pequeña parte en una serie de televisión.

—¿Ah, sí? —su pulso latió más de prisa al oír las palabras dichas con indiferencia.

Se ruborizó y él le sonrió divertido. -Esto te serviría como venganza, ¿verdad? —¿Qué papel es? -preguntó ansiosa.

— Estoy haciendo una serie sobre Napoleón. Buscan a una Josefina. Por la forma en que está escrita la serie, sólo son unas cuantas líneas... el énfasis está en el aspecto militar de su carácter. Ni siquiera puedo prometer que te tomarán en cuenta para el papel, pero podrías probar.

— Si tú insistes —dijo observándolo con calma.

Su nombre pesaba ahora. Podría manipular cosas así. Tal vez no pudiera garantizar el papel, pero sí podría hacer que la recibieran.

David le levantó la barbilla.

—¿Quieres que te consiga la entrevista?

Paula buscó una respuesta sin estar segura de cuál debía ser. Si Pedro quería el divorcio, ella tendría que buscarse un futuro, una vida sin él. Había extrañado a sus amistades, su charla familiar acerca del teatro, todo el obsesivo mundo de la farándula.

— Sí -dijo impulsivamente de pronto-. ¡Gracias, David! El rostro de él adquirió un curioso aspecto triunfal.

—De acuerdo —miró a la rubia que lo esperaba malhumorada—. Será mejor que regrese a su lado antes que pierda la paciencia y me abandone.

— ¡Hazlo! —rió Paula.

—Nos veremos —dijo y se acercó a la otra muchacha. El rostro se le iluminó cuando lo vió acercarse y una sonrisa asomó a su boca. Paula los observó con divertida ironía. David había triunfado, una mirada y todas caían. No lo recordaba como mujeriego, pero era evidente que ahora le divertía el papel.


Esa noche, Flor la acomodó en la alcoba vacía, y le prestó un camisón negro con encaje rojo entretejido en el escote.

- ¡Oh, tengo que llamar a Pedro! -exclamó Paula asustada al darse cuenta que no lo había recordado antes.

—¿A las tres de la mañana? Yo no te aconsejaría hacerlo, cariño. No te lo agradecerá si tiene que levantarse temprano para ir al juzgado.

— No —Paula se mordió el labio—. Tal vez tienes razón, - luego palideció—. Me pregunto lo que creerá que estoy haciendo...

—Déjalo para mañana — le dijo su amiga y apagó la luz.

Se durmió casi enseguida, pero antes del, amanecer despertó sobresaltada con lágrimas en ios ojos por el sueño que había tenido. Todavía podía verlos, la cabeza de la mujer levantada, Pedro inclinado sobre ella y oyó el murmullo de su voz al decir:

«Dios, ya no resisto más»

No sabía con exactitud en qué momento se habían alejado el uno del otro. No dudaba que Pedro le había amado un tiempo aunque pertenecían a mundos diferentes y eran opuestos en todo. Pedro se ganaba la vida con el cerebro duro y frío; en el juzgado era un adversario peligroso, de lengua cruel y mirada afilada como el acero.

Una vez fue a verle trabajar y fue como una pesadilla ver a ese hombre alto con peluca blanca. Le asustó y perturbó. Se dió cuenta que después de eso comenzó a tenerle miedo. Él empezó a hablarle con la voz que usaba en el juzgado, fría y clara y a mirarle con ojos penetrantes. Esa actitud le hizo apartarse de él.

Flor tenía razón. La pérdida de su hijo fue la gota que derramó el vaso. Pedro y ella ya estaban bastante alejados antes de eso.

Sin embargo, hasta la tragedia de su aborto, habían estado en un terreno de igualdad segura... se atraían. Continuaba existiendo parte de su amor. Pedro siempre fue un amante apasionado.

Cerró los ojos y parpadeó. Hacía mucho tiempo desde la última vez que la tuvo en sus brazos.

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