miércoles, 30 de diciembre de 2015

El jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 20

-El coche ya está listo, te está esperando -anunció Zaira-, Dentro de dos horas, serás una princesa.

-Bueno, no sé...

-¿Cómo que no? Si te casas con un príncipe, obviamente, tú te conviertas en princesa. ¿Y el niño? Seguro que a él también le darán algún título, ¿no?

-No lo sé -contestó Paula saliendo de la suite.

-Supongo que la familia del príncipe Pedro estará sorprendida con todo esto. ¡No creo que les haya hecho ninguna gracia que su hijo se case con una mujer que no es de sangre real! -comentó Zaira-. Uy, perdón, no tendría que haber dicho eso... -añadió tapándose la boca con la mano.

-¿Por qué no? Es la verdad -contestó Paula.

-Ya sabes que me voy después de la misa -comentó su amiga cambiando de tema.

-No, Zaira, por favor...

-Sí, ya hemos hablado de ello. No podría comer al lado de un príncipe. Me pondría muy nerviosa.

Daniel se había ofrecido a llevar a Paula al altar, pero ella se lo había agradecido y le había dicho que no era necesario porque iba ser una boda muy sencilla en la que solamente iba a haber un par de testigos.

Lo cierto era que le producía un terrible dolor que no fuera a acudir nadie de su familia. Le habría encantado que su hermano Gonzalo  estuviera allí con ella, pero no tenía ni idea de cómo localizarlo.

Había llamado a su casa para decirle a su padre que se iba a casar, pero, en cuanto había oído la voz de su hija, Miguel Chaves había colgado el teléfono.

Paula había intentado convencerse de que daba igual, de que aquella boda era un matrimonio de conveniencia que iba a tener lugar única y exclusivamente por el bien del niño, que el anillo que le iba a entregar Pedro no se lo iba a entregar con amor.

Ni siquiera con respeto porque, si Shahir seguía creyéndola una ladrona, ¿cómo la iba a respetar? Claro que, si la gente empezaba a dudar de la versión de Marcela Stevens y a sospechar de lady Pamela, tal vez, Pedro terminaría descubriendo la verdad. -¡Ve por él! -le dijo Zaira al oído cuando Paula llegó al inicio del pasillo.

Paula  se sonrojó de pies a cabeza y se quedó mirando a Pedro, que la esperaba junto al altar más increíble y guapo que nunca.

¿Para qué negarlo? Estaba perdidamente enamorada de él. Cuando Pedro la llamaba por teléfono, Paula sentía mariposas en el estómago y, cuando le sonreía, sentía que se le elevaba el corazón como si tuviera alas.

La ceremonia fue breve, pero Paula no pudo evitar emocionarse cuando Pedro le puso la alianza.

Ahora era su marido.

Pedro  estaba realmente preocupado por Paula porque cada día parecía más frágil y estaba más pálida aunque ella siempre decía que se encontraba bien. Estaba deseando irse a Dhemen para que un ginecólogo de su entera confianza pudiera examinarla.

Mientras Pedro pensaba en todo eso, Paula no podía dejar de pensar en que ni siquiera tenía ramo de novia, en que todo aquello era una farsa, en que aquel matrimonio adolecía de amor por todas partes y en que era mejor que se fuera acostumbrando porque eso era lo que la esperaba.

Estaban saliendo de la iglesia cuando Paula sintió una aguda punzada de dolor en el bajo vientre que la hizo doblarse hacia delante.

-¿Qué te pasa? -exclamó Pedro, preocupado.

-Me duele -consiguió contestar Paula-. ¡Me duele mucho!

Pedro dió instrucciones en árabe a su hermano Federico, tomó a Paula en brazos y la metió en el coche.

-Tengo miedo -confesó Paula nerviosa.

A continuación, cerró los ojos con fuerza y rezó. Mientas tanto, Pedro la hizo tumbarse, él se sentó, le colocó la cabeza sobre su regazo y le agarró las manos para darle fuerzas.

-No te preocupes, llegaremos al hospital en menos de cinco minutos.

-Supongo que no tenías previsto que esto ocurriera hoy.

-Tú tranquila... -contestó Pedro apartándole el pelo de la cara-. Estoy contigo y no te va a pasar nada. Los momentos difíciles no lo son tanto si se llevan entre dos.

Paula  estaba sinceramente preocupada por tener un parto prematuro, temía que le sucediera algo al niño.

Al llegar al hospital, Paula se quedó anonadada, pues se trataba de una clínica privada que pertenecía a una de las fundaciones de Shahir.

Nada más examinarla, el médico decidió que había que ingresarla.

-Deberías comer algo -le indicó Paula a Pedro diez minutos después, una vez a solas en su habitación privada.

-¿Estás de broma?

-¿No tienes hambre?

-Me quiero quedar contigo.

-No hace falta -mintió Paula porque, en realidad, lo que más necesitaba en el mundo era su compañía.

-Me da igual que haga falta o no porque me voy a quedar de todas formas.

Aquella declaración impresionó a Paula, que comenzó a relajarse.

-Estoy cansada... -bostezó desde la cama.

-Duerme -le indicó Pedro.

Paula  así lo hizo y, cuando se despertó, lo primero en lo que se fijó fue en su mano y en cómo brillaba su alianza de matrimonio.

Tal y como había prometido, Pedro no se había ido. Estaba de espaldas a ella, mirando por la ventana.

-Supongo que no era así como tenías planeado pasar el día de nuestra boda -comentó Paula.

Pedro se giró hacia ella y la miró preocupado, lo que sorprendió a Paula.

-Parece que ya no estás tan pálida. ¿Te duele algo?

Paula negó con la cabeza y Pedro sonrió aliviado, se acercó a la cama y la miró.

-Eres una mujer fuerte y nuestro hijo también lo será.

-¿Voy a tener que pasar la noche aquí?

-Sí -contestó Pedro-, ¿Tienes hambre?

-No.

-Estoy preocupado por el peso que has perdido y el médico, también -comentó Pedro con amabilidad.

-Tener náuseas todo el rato no me permite disfrutar de la comida. Por eso he perdido tanto peso -le explicó Paula-. ¿Tú has comido algo?

-No, estaba tan preocupado por tí que no tengo hambre -contestó Pedro.

Paula  lo miró a los ojos y suspiró.

-Está bien, mensaje recibido. Intentaré comer un poco.

Efectivamente, Paula consiguió deglutir una comida ligera e incluso saborear una mousse de chocolate antes de volverse a quedar dormida.

Se despertó a medianoche y vió que había luz en un rincón de la habitación.

Pedro estaba sentado en una silla junto a la cama y Paula se quedó mirándolo.

-¿Por qué estás aquí todavía? -murmuró sorprendida de que no la hubiera dejado a cargo del personal médico.

Pedro no pudo ocultar su sorpresa por la pregunta.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 19

Lo cierto era que Paula sabía que Pedro  era príncipe, por supuesto, pero no se había planteado que fuera el hijo de un rey reinante, ella creía que sería un familiar lejano, un príncipe más de tantos. Desde luego, no se le había pasado por la cabeza que fuera el siguiente en la línea de sucesión.

-Vamos a cenar... -le indicó Pedro.

Sólo entonces Paula se dio cuenta de que alguien había abierto una puerta que llevaba a un comedor en el que había preparada una mesa sencilla y elegante para dos comensales.

Después de sentarse a la mesa, Pedro le sirvió agua y Paula se bebió el vaso entero.

-Entonces, Paula, ¿estás dispuesta a olvidar tu hostilidad hacia mí y a convertirte en mi esposa? -insistió Pedro.

-No me puedo creer que te quieras casar con una ladrona -comentó Paula con malicia.

Pedro la miró a los ojos con intensidad.

-La vida está llena de sorpresas -le dijo.

Paula lo miró apenada porque, en secreto, había albergado la esperanza de que Pedro hubiera cambiado de opinión sobre ella.

-Yo no robé aquella joya, no soy una ladrona -le aseguró de nuevo.

Pedro no contestó.

Paula sabía lo que quería decir su silencio y tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le saltaran las lágrimas de rabia. Le hubiera gustado hablar de aquel asunto con Pedro, pero era consciente de que no tenía energías para hacerlo y de que, además, lo único que le importaba en aquellos momentos al príncipe era el hijo que iban a tener.

Pedro quería casarse con ella para que su hijo fuera legítimo y, para ser sincera, Paula estaba impresionada por el grado de compromiso hacia el bebé que Pedro había demostrado y lo poco que había tardado en hacerse cargo de su futuro.

Por supuesto, ella le importaba muy poco, tal y como demostraba que ni se hubiera inmutado cuando le había dicho que lo odiaba, pero, ¿qué esperaba?

Si Pedro  era capaz de pasar por encima de ciertos sentimientos y de no hacer caso de situaciones desagradables por el bien del niño, ¿acaso no debería hacer ella lo mismo?

Por desgracia, era evidente que a ella le iba a costar mucho más porque estaba completamente enamorada de pedro Alfonso al Assad, un hombre que le había hecho un daño terrible, y le bastaba con levantar la mirada y ver sus maravillosos ojos para darse cuenta de que se estaba arriesgándose a sufrir de nuevo.

Sin embargo, se sentía terriblemente avergonzada porque Pedro fuera capaz de considerar única y exclusivamente el bien del bebé y ella, no.

-¿Te vas a casar conmigo? -insistió Pedro.

-Sí -contestó Paula encogiéndose de hombros, como dando a entender que le daba exactamente igual.

Pedro pensó que Paula se había educado en un ambiente en el que tener hijos fuera del matrimonio estaba muy mal visto y, obviamente, le quería ahorrar a su bebé el sufrimiento de tener que vivir con aquel estigma.

-Te prometo que jamás te daré motivos para que te arrepientas de esta decisión. Voy a preparar inmediatamente la boda -sonrió Pedro alargando el brazo y acariciándole la mano.

Sorprendida, Paula se apresuró a retirarla.

-No hace falta que finjamos -murmuró dejando a un lado el plato de sopa que apenas había probado-. Los dos sabemos que nuestro matrimonio no es de verdad, así que no hace falta que disimulemos cuando estemos solos.

Pedro tuvo que hacer un gran ejercicio de disciplina y autocontrol para no contestar porque, aunque dentro de su familia tenía fama de ser el más diplomático de todos, cuando estaba con Paula se sentía como un elefante en una cacharrería.

Una vez a solas, tendría que meditar detalladamente sobre por qué cuando estaba con ella no era capaz de ser discreto y juicioso.

De momento, prefirió callar.

Parezco una vaca -comentó Paula con aire triste al mirarse en el espejo. Al sentir una punzada en el pubis, hizo una mueca de dolor y se dijo que no era nada.

Zaira  se quedó mirando a su amiga y sacudió la cabeza.

-El vestido es una preciosidad y estás genial -le aseguró.

-Pero si estoy gordísima... -insistió Paula cerrando la maleta.

Era cierto que estaba embarazadísima y que ningún vestido de novia podría haber ocultado su tripa. El que le habían confeccionado era juvenil y bonito, pero no dejaba de ser un vestido premamá y Paula  habría dado cualquier cosa en el mundo por parecer una novia aquella mañana y no una embarazada.


Había transcurrido una semana desde que había aceptado la propuesta de matrimonio de Pedro y durante ese tiempo había dejado el trabajo y le habían dado una tarjeta de crédito, que apenas había utilizado, dos guardaespaldas y una suite en un hotel.

Apolo  se había acostumbrado a la vida lujosa con increíble celeridad y se paseaba por su nuevo entorno con una dignidad y una pomposidad que tenían sorprendida a Paula.

Ella, sin embargo, se sentía como si estuviera interpretado un papel en una obra de teatro.

Pedro había ido a Dhemen para hablar con su familia y obtener autorización de su padre para casarse y, antes de irse, había insistido en que Paula llamara a Zaira para invitarla a la boda.

Desde que se había ido, la había llamado todos los días y se había mostrado educado, considerado e... impersonal.

-¿Sabes lo que estaba diciendo la gente ayer en el castillo cuando me iba? -sonrió Zaira.

Paula  negó con la cabeza.

-¡Que lady Pamela te hizo una encerrona para acusarte de ladrona porque se había dado cuenta de que el príncipe Pedro se había enamorado perdidamente de tí!

Paula  cerró los ojos presa del dolor porque era perfectamente consciente de que, a pesar de que se iba a casar con ella, su futuro marido no la amaba.

-Todo el mundo sabía que la viuda alegre llevaba un par de años intentando echarle el lazo, pero por muchas minifaldas que se ha puesto no ha podido hacer nada -rió la pelirroja-. Lo cierto es que me alegro mucho de que todas sus artimañas no hayan podido con vuestro amor porque... tú estás completamente enamorada del príncipe, ¿verdad?

-Sí -murmuró Paula.

En aquel momento, sonó el teléfono.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 18

Sin embargo, ella estaba convencida de que escondía algo más porque tenía casas por todo el mundo en las que podía hacer lo que le diera la gana sin que nadie lo supiera y a ella le había propuesto ser su amante, ¿no?

No había tardado mucho en llevársela a la cama, lo que significaba obviamente que tenía experiencia. Cualquier hombre que tuviera amantes era un coleccionista de mujeres. A lo mejor, Pedro era un donjuán discreto, pero un donjuán al fin y al cabo.

¡Ahora que había recuperado el odio que sentía por él había llegado el momento de que Pedro se enterara de todo, de que supiera lo que pensaba de él!

Apolo  tenía artritis, así que Paula  tuvo que llevarlo en brazos hasta la limusina, donde el perro se acomodó en un rincón y se quedó dormido.

Paula  se sentó frente a Pedro y cerró los ojos brevemente, repasando mentalmente lo que le iba a decir. Sin embargo, estaba tan cansada, que no pudo evitar quedarse ella también dormida.

La despertó un sonido al que no estaba acostumbrada: Apolo gruñendo.

-Desde luego, es un buen perro de defensa -comentó Pedro-. Estaba intentando despertarte y no le ha hecho ninguna gracia. Ya hemos llegado a mi hotel -añadió.

-Vaya, me he quedado dormida -dijo Paula pasándose los dedos por el pelo-. ¿Dónde estamos?

-En el estacionamiento del hotel. ¿Te crees que te iba a secuestrar o algo así?

-No digas tonterías -rió Paula saliendo del coche y dirigiéndose al ascensor.

Mientras caminaban, Apolo se le cruzó en el camino y Paula se tropezó con la correa, lo que la hizo tropezar. Menos mal que Pedro estaba cerca para agarrarla.

-Ten cuidado...

Sin darse cuenta de lo cerca que estaban, Paula se dió la vuelta nerviosa hacia Pedro con la mala fortuna de que su panza se metió por medio y golpeó a Pedro en la cadera. Al darse cuenta, Paula bajó la mirada e intentó cerrarse el abrigo, que se había abierto ligeramente.

Pedro siguió la dirección de su mirada y de pronto lo comprendió todo, su aspecto enfermizo, sus andares torpes y lentos. Sin pensarlo dos veces, desabrochó los dos botones del abrigo de Paula y separó la tela.

-Vas a tener un hijo -exclamó asombrado-. Y pronto. ¿De quién es?

Paula  se metió las manos en los bolsillos y volvió a cerrarse el abrigo, consciente de que se había puesto roja como la grana.

-¿Tú de quién crees que es? -le espetó.

-Entonces, no te quedan más que unas pocas semanas...

-Ya veo que sabes contar -comentó Paula con acidez.

Pedro  no sabía qué decir.

Si sus cálculos eran correctos, en menos de dos meses iba a ser padre. Estaba completamente conmocionado. Así que el hijo que iba a tener Paula era suyo... Por eso estaba tan cansada.

Pedro apenas sabía nada de embarazos ni de mujeres embarazadas, pero lo poco que sabía, que su madre había muerto al darle a él a luz, hizo que un escalofrío de terror le recorriera la espalda.

Una persona de servicio les había abierto la puerta principal de la vivienda y estaban en el salón.

-Quiero que sepas que te odio por haberme puesto en esta situación -le dijo Paula  con vehemencia-. ¡Te odio!

Pedro  pensó que era normal que estuviera enfadada. Obviamente, no debía de haberlo pasado muy bien los últimos meses y era evidente que estaba cansada, pero ahora que él había llegado para hacerse cargo de ella todo iba a cambiar.

La situación iba a mejorar para ella.

Pedro sintió unos tremendos deseos de tomarla entre sus brazos y de correr con ella hacia el aeropuerto, pero era consciente de que no podía llevarla a su país y cuidarla hasta que no fuera su esposa.

-¿Me has oído? -gritó Paula.

-Sí. Soy consciente de que no hemos tenido una relación convencional...

-No hemos tenido ninguna relación, ni convencional ni no convencional... ¡Simplemente te acostaste conmigo!

-No creo que recordar el pasado desde un punto de vista emocional sirva de nada. Estás embarazada, vas a tener un hijo mío y eso es lo único que importa ahora mismo. Lo que tenemos que hacer es casarnos cuanto antes -declaró Paula  muy seguro de sí mismo-. ¿Por qué? Porque nuestro hijo o hija será el heredero o heredera del trono de Dhemen, pero solamente si nace dentro del matrimonio y es declarado legítimo o legítima.

Paula  se quedó mirándolo furiosa.

-No has dicho nada sobre lo que yo te he dicho.

-No pienso comentar lo que has dicho porque tengo muy claro que lo único que importa ahora mismo es el hijo que vas a tener.

-¿Sigues queriendo casarte conmigo? -le preguntó Paula estupefacta.

No se podía creer que la vida le volviera a poner delante a Pedro, que de nuevo tuviera la oportunidad de casarse con él. El orgullo y un fuerte sentido de la justicia le habían hecho negarse aquella posibilidad siete meses antes porque entonces no necesitaba una alianza para compensar la pérdida de su virginidad y, aunque ya estaba enamorada de él entonces, no había querido aceptar aquellas condiciones tan humillantes.

-Por supuesto -contestó Pedro.

-¿Y no habría sido más sencillo tomar precauciones y evitar que esto ocurriera?

-Sí, pero no ha sucedido así -contestó Pedro apretando la mandíbula-. Te aseguro que jamás antes me había pasado nada parecido.

-¿Y no se te ha pasado por la cabeza en este tiempo que me podía haber quedado embarazada?

Pedro  se sonrojó levemente.

-Para cuando se me pasó por la cabeza que no habíamos usado métodos anticonceptivos, ya era demasiado tarde y confieso que después ni me lo he planteado. Aunque te pedí que siguieras en contacto conmigo, al no hacerlo, nunca se me pasó por la cabeza que te hubieras quedado embarazada.

-¿Y ahora que lo sabes cómo te sientes? ¿Furioso? ¿Nervioso? -le preguntó Paula ansiosa por tener una respuesta.

-Creo que éste es nuestro destino y que debemos aceptarlo con alegría -contestó Pedro.

Paula no se podía creer lo que estaba oyendo. Estaba segura de que Pedro tenía que haberse sentido frustrado y confuso aunque no estuviera dispuesto a admitirlo.

-¿Qué es eso que has comentado antes de que el niño o la niña heredará el trono de no sé qué país?

-Yo soy el príncipe heredero de mi país. Mi padre, Horacio, es el actual rey de Dhemen -le explicó Pedro-. ¿Acaso no lo sabías?.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 17

A continuación, se giró para atender a un cliente y se golpeó con la panza en la mesa. Todavía no se había acostumbrado a su nuevo cuerpo y, a veces, cuando se miraba en algún escaparate por la calle, no se reconocía.

Se había dado cuenta de que estaba embarazada cuando casi estaba de cuatro meses. Había descubierto que las continuas náuseas que sentía no eran el resultado de una gastroenteritis persistente.

Lo cierto era que había llegado a Londres sintiéndose muy mal, teniendo que hacer un gran esfuerzo para no pensar día y noche en Pedro.

Para intentar apartar su mente del príncipe, se había dedicado a trabajar y a estudiar sin descanso, apenas comía y dormía poco y había pasado una eternidad hasta que se había dado cuenta de que no le había llegado el periodo en varios meses.

Entonces, lo achacó al estrés y a la pérdida de peso y tampoco se preocupó demasiado, pero, como no paraba de tener náuseas, decidió ir al médico.

Ni siquiera entonces se le había pasado por la cabeza que pudiera estar embarazada, lo que recordándolo ahora le parecía increíble porque, aunque era virgen, obviamente sabía que mantener relaciones sexuales con un hombre podía desembocar en un embarazo.

En cuanto pensaba en Pedro, las emociones la bloqueaban así que, para protegerse, había decidido no volver a pensar en él ni recordar la pasión que habían compartido aquel día.

Sin embargo, cuando el médico le dijo que podía estar embarazada, Paula no tuvo más remedio que recordar sus momentos de intimidad y entonces se dio cuenta de que Pedro no había tomado precauciones.

En un principio, la idea de convertirse en madre soltera la llenó de vergüenza y de miedo. Luego, se enfureció con Pedro. ¿Por qué demonios no había tenido más cuidado? Obviamente, porque le importaba un bledo cargarla con la responsabilidad de un hijo.

Paula no tenía ni idea de cómo lo iba a hacer cuando naciera el niño, pero lo que era obvio era que no iba a poder trabajar ni dar clases.

Evidentemente, ser madre le iba dificultar mucho la vida.

Había pensado en llamar a Pedro para contarle lo sucedido, pero él la había acusado de ser una ladrona y seguro que pensaba que estaba mintiendo.

Además, no debía olvidar que estaba enamorado de otra mujer y que se arrepentía de haberse acostado con ella. El orgullo que le quedaba había impedido a Paula ponerse en contacto con él.

-¿Qué tal está tu perrito? -le preguntó Sofía.

-Duerme mucho, el veterinario me ha dicho que no es nada en especial, simplemente es muy mayor... -contestó Paula con tristeza.

La idea de perder a Apolo se le hacía insoportable porque era el único vínculo que le quedaba con su madre.

Cuando hubo terminado su turno, salió a la calle. Hacía frío y las farolas alumbraban con su luz amarilla el pavimento húmedo. Bajo una de las luces, había un coche del que se bajó un hombre de pelo negro.

Al principio, Paula  no lo reconoció porque su rostro estaba en sombra, pero cuando se incorporó por completo Paula vió que era Pedro y  no pudo evitar que el corazón se le subiera a la garganta.

-¿Te he asustado?... no era mi intención –la saludó Pedro en tono amable, como si hablaran con regularidad.

-¿Cómo te has enterado de dónde estaba? -exclamó Paula abrochándose el abrigo a toda velocidad para intentar esconder la panza.

-Tengo mis contactos -contestó Pedro-. ¿Estás bien? -añadió mirándola con el ceño fruncido-. Estás muy pálida.

-¿De verdad? Será por esta luz... ¿a qué has venido?

-A verte.

Paula se cruzó de brazos, pero los descruzó a toda velocidad porque aquella postura le marcaba la panza.

-¿Y eso?

-Te dije antes de que te fueras que estuvieras en contacto y no sabía nada de tí. Estaba preocupado. Te llevo a casa.

-No, no hace falta.

-Claro que hace falta. Estás temblando de frío.

Paula se dio cuenta de que era cierto, de que su ligero abrigo no impedía que el frío de la noche entrara en su cuerpo. Tenía frío, estaba cansada, le dolía mucho la espalda y de todo aquello tenía la culpa Shahir.

Entonces, ¿por qué demonios estaba intentando esconder la panza precisamente del hombre que la había metido en todo aquello?

Con un movimiento repentino que tomó a Pedro por sorpresa, Paula se deslizó a su lado y subió a la limusina, donde se sintió muy a gusto porque se estaba muy calentita.

-Podríamos cenar en mi hotel -propuso Pedro.

-Tengo que ir primero a casa... -contestó Paula dándose cuenta de que prácticamente había aceptado su invitación.

Era desconcertante, pero lo cierto era que su boca trabajaba más deprisa que su cerebro. Sin comentar nada más, Pedro le pidió su dirección y se la comunicó al chofer.

Mientras lo hacía, Paula lo miraba de reojo, sin perder detalle de lo bien vestido que iba. Desde luego, aquel hombre parecía recién sacado de una revista de moda.

Era increíblemente guapo, el pecado personificado. No era de extrañar que Paula se hubiera enamorado perdidamente de él y se hubiera metido en su cama.

-Tardo diez minutos -dijo al llegar a casa.

Al ver el barrio tan lúgubre en el que vivía, Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ofrecerse a acompañarla. Por supuesto, lo que sí hizo fue dar instrucciones al guardaespaldas que iba en el asiento del copiloto, que a su vez se puso en contacto con el equipo de seguridad que viajaba en el coche de atrás.

Pedro tomó aire lentamente y se dijo que Paula había cambiado mucho físicamente. Seguía siendo increíblemente guapa, pero estaba pálida, tenía ojeras y estaba horriblemente delgada.

Parecía enferma.

Paula  le puso la cena a Squeak dándose cuenta de que no había marcha atrás, decidida a contarle a Pedro que iba a ser padre, y no lo iba a hacer porque le pareciera lo correcto o porque fuera una tontería sentirse humillada por un embarazo del que él era responsable.

No, le iba a decir que estaba embarazada para fastidiarle el día. Sí, era una venganza infantil y rabiosa, pero así era como se sentía.

De repente, se encontró preguntándose con cuántas mujeres habría estado en los últimos siete meses. Seguramente, habría salido con mujeres de su condición social y no con doncellas de la limpieza que solamente servían para practicar sexo.

Aquel pensamiento no hizo ningún bien a su ya de por sí vapuleada autoestima.

Paula estaba convencida de que, mientras ella hacía grandes esfuerzos por sobrevivir, Pedro debía de haber estado pasándoselo en grande. Aunque la gente decía que siempre que iba a Strathcraig llevaba una vida muy sencilla y que no hacía más que trabajar y dedicarse a obras de beneficencia.

martes, 29 de diciembre de 2015

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 16

-Quiero ayudarte. Entiendo tu desesperación.

Paula  no podía soportar más aquella situación e intentó abrir la puerta, pero no pudo porque estaba bloqueada.

-Es por tu seguridad. Lo que te he dicho puede que no te haga mucha gracia, pero no soy tu enemigo -murmuró Pedro.

-¿Cómo que no? Yo confiaba en ti, tenía fe en ti. Ahora me pregunto por qué. ¡No sé cómo demonios he podido llegar a creer que de alguna manera tú sabrías ver que yo jamás robaría nada! Y ahora me encuentro con que me acusas no solamente de haber robado el diamante sino también el broche. ¡Déjame salir del coche!

-Tranquilízate y no digas tonterías.

-¡No estoy diciendo tonterías! -gritó Paula-. No soy una ladrona y no pienso aceptar tu compasión. Supongo que quieres hacerme desaparecer porque te has acostado conmigo. Te aseguro que me voy a ir de Strathcraig, pero lo haré a mi ritmo y con mi dinero. No necesito nada de ti.

-Contrólate -le dijo Pedro con frialdad.

Paula tomó aire varias veces, dándose cuenta de que, en realidad, no quería controlarse en absoluto porque, si su rabia disminuía, su fuerza disminuiría también y entonces, aunque odiaba a Pedro con todo su corazón, corría el riesgo de mostrar el dolor que le había producido que la tomara por una ladrona.

-Lo creas o no, me importa lo que te ocurra -insistió Pedro-, Si no fuera así, no te habría pedido que te casaras conmigo.

-¡No es verdad, no te importo en absoluto! -exclamó Paula.

-Quiero tener la certeza de que estás a salvo y en tu casa no creo que vaya a ser así. La decisión es tuya -dijo Pedro dejándole un sobre al lado.

-Es estupendo tener mucho dinero y poder ir regalandolo por ahí, ¿verdad?

-¿Estás dispuesta a denunciar a tu padre por agresión?

-No -contestó Paula  con vehemencia.

-Entonces, no hay manera de protegerte de él. ¿Tienes algún familiar que pueda intentar hacerlo entrar en razón o con el que te puedas ir a vivir?

Paula negó con la cabeza en silencio.

-Tengo un hermano, Gonzalo, pero se peleó con mi padre hace cinco años, se fue y no sé dónde está. Desde entonces, no se ha vuelto a poner en contacto con nosotros.

-¿Te llevabas bien con él?

-Sí, cuando éramos niños nos llevábamos muy bien.

-A lo mejor, podemos encontrarlo, pero vamos a necesitar tiempo. Me parece que lo único que puedes hacer ahora mismo es irte de Strathcraig y yo te estoy ofreciendo el apoyo que necesitas para hacerlo.

-¿Qué apoyo? ¿Te refieres al dinero? Me has decepcionado -contestó Paula viendo satisfecha cómo Pedro apretaba la mandíbula ante su condena.

-Me da igual lo que creas. Estoy preocupado seriamente por ti. Si te vas, quiero que me digas adonde vas.

-¿Por qué te iba a decir adonde voy si no crees absolutamente nada de lo que te digo? -le espetó Paula-. Te estoy diciendo la verdad, yo no he robado nada, no soy una ladrona. Y te repito que no quiero ni necesito tu dinero. Ya me las apañaré yo sola. Muchas gracias. Ahora, si no te importa, me gustaría bajar del coche.

Paula necesitaba desesperadamente dinero, pero no estaba dispuesta bajo ninguna circunstancia a aceptar el dinero de Pedro.

Nada más poner un pie en el suelo, corrió colina abajo sin mirar atrás, diciéndose que no debía perder el tiempo recordando lo que acababa de suceder, pues sería un desgaste mental innecesario.

¿Cómo había podido ser tan ingenua como para creer que su príncipe iba a acudir en su rescate como en un cuento de hadas?

De repente, el mundo se le antojó a Paula un lugar lúgubre e incierto y la herida que Pedro le había infligido era lo que más le dolía de todo.

Paula era consciente de de que no quería quedarse en su casa, así que decidió meter sus pertenencias en una pequeña maleta e irse a casa de Zaira con Apolo porque no quería dejar al viejo perro atrás por miedo a que su padre la pagara con él.

Paula dejó la bandeja llena de platos sobre la mesa de la cocina.

-No hace falta que hagas eso -le dijo Daniel con amabilidad-. Tú ocúpate de cobrar, no del trabajo duro.

Paula  asintió y esperó a que su jefe se hubiera ido para masajearse las lumbares, que la estaban matando de dolor.

A la hora de la cena siempre había un montón de gente y el resto de las camareras no daban abasto, así que a ella le resultaba imposible quedarse sentada junto a la caja registradora sin echar una mano a sus compañeras.

Hacía ya más de siete meses que se había ido de casa dejando tras de sí solamente una nota explicativa.

Daniel era el hermano de Zaira  y él y su mujer, Eliana, se habían portado de maravilla con ella y la habían ayudado mucho.

El fin de semana siguiente a que Paula se fuera a de casa, Daniel y Eliana se habían presentado allí para recoger sus cosas y la habían llevado a Londres, donde le habían alquilado una habitación en su propia casa y Daniel le había dado trabajo como camarera en la cafetería que tenía.

Al principio, se había sentido muy perdida en la ciudad y el ruido y la cantidad de gente la habían apabullado. A menudo, echaba de menos la naturaleza, las montañas, la paz y el silencio del valle. Eso la había empujado a explorar los parques londinenses acompañada por Apolo.

Una de las primeras cosas que había hecho aparte de trabajar había sido informarse sobre diversos cursos y pronto había decidido que quería formarse como profesora de música.

Para empezar, estaba yendo a clase dos veces por semana porque, a pesar de que sus conocimientos musicales eran suficientes, tenía que pasar un examen de otras asignaturas antes de poder colocarse como profesora.

La idea de pasar varios años estudiando y viviendo con poco dinero hubiera deprimido a otra persona, pero a ella la llenaba de orgullo porque había tenido el valor de intentarlo y de sacar de la vida mucho más de lo que su padre le hubiera permitido tener jamás.

El futuro se le antojaba prometedor, pero pronto sus sueños se vieron truncados.

Sofía, una de sus compañeras, se puso a rellenar botes de kétchup y, cuando Paula intentó ayudarla, la otra camarera le indicó que se sentara y se estuviera quietecita.

-Estás tan delgada que, si viniera una ráfaga de viento un poco fuerte, saldrías volando -dijo la mujer agarrándola del antebrazo para enfatizar su preocupación—. ¿Cómo andas de salud? ¿Cuándo ha sido la última vez que has ido al médico?

-Siempre he sido muy delgada -le aseguró Paula sin querer contestar a su pregunta porque se había quedado dormida y no había ido a la última cita-. No te preocupes tanto por mí. No hace falta, de verdad.

-No lo puedo evitar. No tienes fuerzas ni para levantar una cucharilla y el bebé nacerá dentro de unas semanas -suspiró Sofía.

-Estoy bien -insistió Paula.

El jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 15

A continuación, mientras Paula seguía a la jefa de personal a su despacho, se hizo un incómodo silencio.

-Han encontrado esto en tu taquilla -le dijo la señora Cook mostrándole un impresionante diamante.

-Eso es imposible... -contestó Paula mirando la joya, que conocía perfectamente porque la había visto varias veces en la habitación de Pamela Anstruther.

-Hay un testigo que afirma que te ha visto guardar el colgante en tu taquilla durante el descanso de la comida -insistió su jefa.

Sorprendida por la acusación, Paula se lanzó a defender su inocencia y lo que tuvo lugar a continuación fue la peor experiencia de su vida.

Marcela Stevens, una de las ayudantes de la señora Cook, resultó ser la testigo que la había visto guardando la joya y así lo dijo sin mirarla a los ojos.

Al cabo de una hora, le informaron de que tenía suerte de que lady Pamela no la denunciara por robo, le entregaron sus pertenencias y la pusieron, literalmente, en la calle.

Allí la estaba esperando Zaira.

-¡Yo no he sido, Zaira, te lo juro! -exclamó Paula.

-Ya lo sé -la tranquilizó la pelirroja.

-¿Por qué diablos habrá dicho Marcela que me ha visto guardar el diamante en mi taquilla si sabe que no es verdad?

-A lo mejor, porque ha sido ella la que lo ha robado, se ha puesto nerviosa y lo ha escondido en la primera taquilla que ha visto, que ha resultado ser la tuya. Te recuerdo que tiene llave de todo, pero yo sospecho más de lady Esnob.

-¿De lady Pamela? ¿Por qué? ¿Qué gana ella acusándome? -contestó Paula atónita.

-No tengo ni idea, pero no es trigo limpio. ¿Qué vas a hacer?

Paula recordó la tarjeta de visita que Pedro le había entregado cuando se habían conocido y decidió que debía llamarlo.

Seguro que él no permitía que la acusaran de algo que ella no había hecho. Seguro que Pedro no la creía capaz de robar. Si se interesaba por el caso, podría hacer que se investigara en profundidad y, al final, se sabría la verdad.

-Si tu padre se entera de que te han echado por ladrona, se va a poner furioso -comentó Zaira preocupada.

-Es viernes, así que tengo todo el fin de semana para contárselo -murmuró Paula nerviosa.

-Paula, no se lo digas. Vente a mi casa.

-No puedo...

-Si te pasa algo, llámame por teléfono. Ya sabes que te puedes venir a mi casa cuando quieras. A mis padres no les importa.

Tras despedirse de su amiga, Paula pedaleó a toda velocidad y, al llegar a casa, subió de dos en dos los escalones que llevaban a su habitación y, una vez allí, marcó el teléfono móvil de Pedro.

-Necesito verte -le dijo cuando contestó-. Es urgente.

Se produjo un breve silencio antes de que Pedro le dijera que se verían en una hora en el mirador que había a un kilómetro de su casa.

Paula  se dijo que todo iba bien, que por su tono de voz Pedro todavía no se había enterado de lo que había sucedido.

Al otro lado del teléfono, Pedro colgó el aparato con expresión austera en el rostro.

Desde  el mirador había una vista espectacular del valle de Strathcraig y de las montañas. Rodeado por un espeso bosque, el castillo parecía desde allí un palacio de cuento de hadas. Abajo, en el valle, se veía el lago con forma de lágrima.

El silencio que abrazaba a Paula se vio interrumpido por el ruido del motor de un coche que llegaba

Un par de minutos después, efectivamente, vio llegar la limusina de Pedro.

-Supongo que estarás preguntándote por qué quería verte -le dijo nada más subir.

-Sé perfectamente lo que ha ocurrido esta tarde -la contradijo Pedro mirándola de manera intimidatoria.

Por un momento, Paula tuvo la sensación de que lo que habían compartido aquel día jamás había ocurrido.

-Yo no he robado nada -se defendió.

-Jamás justificaré un robo, pero, en tus circunstancias, entiendo por qué lo has hecho.

-¡Yo no he robado nada! -insistió Paula.

-Paula... yo mismo vi cómo intentabas robar una joya a lady Pamela la primera vez.

-¿Cómo dices? -exclamó Paula estupefacta.

-Te recuerdo que había desaparecido un broche misteriosamente y que no aparecía a pesar de que Pamela lo había buscado una y otra vez. De repente, tú lo encontraste como si tal cosa. Yo creo que lo que pasó es que te asustaste porque se había dado cuenta de que había desaparecido y lo volviste a poner en su lugar.

-¿Me estás diciendo que crees que cuando encontré el broche estaba mintiendo? -preguntó Paula  consternada.

-En aquel momento, ni se me pasó por la cabeza, pero yo no creo en las coincidencias y te voy a ser sincero: cuando me he enterado de que el colgante de diamantes estaba en tu taquilla, me he acordado de lo del broche. Como tú comprenderás, me parece imposible aceptar que te hayan acusado falsamente de robo.

Aquello hizo que Paula se sintiera como si le hubiera dado un puñetazo en la boca del estómago, mareada y con náuseas porque ella, de alguna manera, había estado segura de que Pedro sabría ver la verdad.

Ahora, se daba cuenta de que confiar en él había sido una completa ingenuidad por su parte.

-¿De verdad crees que soy una ladrona?

-Que sepas que no se te ha denunciado a la policía por la situación personal en la que te encuentras -contestó Pedro con frialdad-. Quieres irte de casa y para eso necesitas dinero. Hoy sin ir más lejos me has dicho que tenías intención de irte de Strathcraig.

-Sí, es cierto, pero te aseguro que jamás se me pasaría por la cabeza robar una joya para financiar mi huida -se defendió Paula.

Le dolía la cabeza y tenía unas inmensas ganas de gritar y de llorar de frustración, de miedo y de dolor, se sentía horriblemente sola.

No había hecho nada malo, pero todo el mundo estaba convencido de que era una ladrona y la mejilla amoratada no hacían más que reforzar esa teoría porque justificaba que quisiera irse de su casa fuera como fuese.

-Tengo intención de darte el dinero que necesites para irte de tu casa -comentó Pedro.

-No, gracias. ¡Jamás aceptaría dinero de tí! -contestó Paula mirándolo furiosa.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 14

-Los planes no son suficientes. No permitas que lo que ha sucedido entre nosotros te haga tomar una decisión equivocada. No estás pasando por un buen momento y yo no he hecho más que complicarte las cosas.

-¡La verdad es que estaba bien hasta que me has propuesto que me ganara la vida como una prostituta! -exclamó Paula dejándose llevar por el orgullo herido.

-No me voy a defender de esa acusación -admitió Pedro-, Jamás debería haberte dicho nada parecido.

Que le pidiera perdón con tanta facilidad conmovió a Paula, que terminó de vestirse y decidió salir de allí cuanto antes.

-Bueno, ya no tenemos nada más que decirnos -murmuró yendo hacia la puerta.

-Te equivocas. Te debo una explicación. Quiero que entiendas mi comportamiento.

-No.

-Por favor...

Al oír aquella palabra de labios de Pedro, Paula sintió lágrimas en los ojos. Era obvio que Pedro se arrepentía de lo que había sucedido entre ellos y aquello dolió a Paula todavía más que la terrible propuesta de convertirse en su amante.

Al mirarlo de reojo, volvió a maravillarse de su belleza masculina y recordó el roce de su piel mientras hacían el amor.

-Voy a pedir que nos traigan café -anunció Pedro.

-No, por favor, prefiero que terminemos cuanto antes con esto.

Pedro se quedó mirándola disgustado.

-No me gusta nada verte así. A lo mejor, las cosas no han ido bien entre nosotros porque ambos estábamos con la cabeza en otro sitio, pensando en otras cosas.

-¿En otras cosas? -dijo Paula.

-Sí, tú en tu padre, que te ha pegado y yo... y yo también tenía motivos para estar pensando en otras cosas porque esta mañana me he enterado de que una mujer que era importante para mí se ha casado con otro hombre.

Paula  sintió que la sangre se le helaba en las venas, bajó la mirada y pensó que aquello era como si Pedro le acabara de clavar un cuchillo en el corazón.

Una mujer que era importante para él.

Obviamente, estaba hablando de una mujer de la que estaba enamorado. A Paula se le hacía inconcebible que el príncipe Pedro se hubiera enamorado de una mujer que lo hubiera rechazado.

Pero eso era lo que le acababa de contar y el hecho era que estaba enamorado de otra mujer, que su corazón pertenecía a otra.

Paula  sintió que se le desgarraba el alma al comprender que Pedro estaba enamorado de otra mujer y que, como no podía tenerla, se había acostado con ella, que no había sido para él más que una distracción, el premio de consolación.

Aquello la hizo sentirse dolida y humillada.

-¿Cómo se llama?

Aquella pregunta pilló a Pedro por sorpresa.

-Fátima...

-No tenías por qué haberme hablado de ella -dijo Paula.

De hecho, habría preferido que no lo hubiera hecho porque, al contarle la verdad, había afectado su dignidad y la había llenado de vacío y de angustia.

-Sí, yo lo necesitaba. No me suelo comportar como lo he hecho hoy. Me he aprovechado de ti y quiero recompensarte por ello. Sólo se me ocurre una manera de hacerlo.

-Lo que está hecho, hecho está.

-Cásate conmigo -murmuró Pedro.

Paula estuvo a punto de estallar en carcajadas, pero se había quedado tan sorprendida, que no consiguió articular palabra.

-Estás loco... -dijo por fin.

-No, no lo estoy. Vivimos en una comunidad que no es muy liberal y tú has crecido en una casa en la que el sexo fuera del matrimonio es completamente inaceptable. Entiendo perfectamente que estés dolida por lo que ha pasado entre nosotros hoy y tienes derecho a estarlo. Me he aprovechado de tu confianza y de tu vulnerabilidad y no me enorgullezco de ello en absoluto.

-Pero pedirme que me case contigo...

Paula estaba completamente anonadada ante el cambio de actitud de Pedro. Ahora comprendía por qué la había tratado con tanto cariño en la cama. Obviamente, estaba pensando en Fátima.

-¿Por qué no? Algún día me tendré que casar con alguien.

-Sí, pero no creo que quieras hacerlo con cualquiera -contestó Paula.

-Tú eres guapa.

Paula se sintió fatal, le pareció una ignominia que la apreciara solamente por sus encantos físicos, pero no debía olvidar que, obviamente, eso era lo único que le había atraído de ella.

En cualquier caso, si le hubiera dicho la verdad, si hubiera confesado que era virgen, Pedro jamás le habría hecho el amor, así que de nada servía echarle toda la culpa a él porque ella también tenía su parte de responsabilidad en lo ocurrido.

Pedro le estaba pidiendo que se casara con él porque se sentía culpable y ella no estaba dispuesta a ser tan indecente como para aceptar una propuesta tan importante en aquellas condiciones.

-Lo mejor será que nos olvidemos de todo esto -le dijo-. No me debes nada. No te culpo de nada. No hace falta que me propongas que me case contigo.

-Claro que hace falta -insistió Pedro.

-Gracias por la oferta. No quiero parecerte maleducada, pero creo que no es difícil de entender que no me quiero casar con un hombre que no me ama.

-¿Es tu última palabra?

-Sí -contestó Paula-. ¿Me puedo ir?

-Haz lo que quieras -contestó Pedro.

Acto seguido, Paula salió a toda velocidad de su habitación y Pedro se quedó allí, de pie, confuso. Ni por un segundo se le había pasado por la cabeza que Paula fuera a rechazar su propuesta.

Ahora, en lo único en lo que podía pensar era en que jamás volvería a tenerla en su cama.

Paula  acababa de salir a la galena cuando se encontró con Zaira.

-¿Dónde te habías metido? Te llevo buscando un buen rato -le dijo su amiga-. Por lo visto, ha desaparecido una joya y nos están haciendo abrir las taquillas a todos.

Paula siguió a Zaira hasta los sótanos, donde tenía las taquillas el personal de limpieza y, mientras la señora Cook, la jefa de personal, las abría una detrás de otra, no podía dejar de pensar en Pedro.

¿Qué habría pasado si hubiera aceptado su propuesta? ¿De verdad se habría casado con ella? No parecía muy propio de un príncipe pedir algo que luego no fuera a estar dispuesto a cumplir. Entonces, ¿se habría convertido en princesa? ¿Habrían sido felices? ¿Se habría olvidado de Fátima y habría terminado enamorándose de ella?

-Paula, ¿podríamos hablar? -le dijo la señora Cook tras el registro.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 13

-Perdóname por mentirte, pero no pensaba en lo que hacía -se disculpó en voz baja-. Ojala no te hubiera mentido.

A Pedro le produjo una inmensa admiración que Paula fuera una persona que pidiera disculpas tan pronto, pues eso significaba que era una buena persona. Sin embargo, si tal y como él quería, pasaba a formar parte de su vida, necesitaba aprender la lección y tener muy claro que él no toleraba mentiras en su casa.

-Las mentiras minan la confianza -comentó-. ¿Cómo voy a poder confiar ahora en tí?

-Ojala nada de esto hubiera ocurrido... -se lamentó Paula con pesar.

-No somos niños, Paula. Ha ocurrido lo que queríamos que ocurriera.

-¡Esto ha sido lo más estúpido que he hecho en mi vida!

-No ha sido muy inteligente ni por tu parte ni por la mía, pero lo que a simple vista puede parecer un error puede transformarse en algo positivo.

-No sé cómo... -contestó Paula enrollándose la sábana al cuerpo y levantándose de la cama.

Le hubiera gustado poder cerrar los ojos y desaparecer. ¿Por qué demonios no se había ido mientras Pedro estaba en la ducha? Estaba tan avergonzada por lo ocurrido que, mientras recogía su ropa, no se atrevía ni a mirarlo. ¿Cómo se había acostado con un desconocido? Aquel comportamiento no era propio de ella.

La impresionante intensidad de sus emociones y la atracción sexual habían destrozado el respeto que debería haber sentido por sí misma.

A Pedro le había bastado con mirarla y con tocarla para hacerle perder el sentido común y el control. ¿Cómo negar que sentía algo por él? ¿Se habría enamorado? Lo cierto era que no había podido dejar de pensar en él desde que se habían conocido, pero eso no era excusa para lo que acababa de ocurrir.

-Espera... -le dijo Pedro agarrándola.

-Tengo que volver a trabajar.

-No -le dijo Pedro sentándola en una silla-. Escúchame. Ahora somos amantes.

-¡No hace falta que me lo recuerdes! -exclamó Paula apesadumbrada.

-Tampoco hace falta que te pongas así. Lo que ha ocurrido entre nosotros no es para tanto.

-Me pongo como me da la gana -lo interrumpió Paula.

-Piensa que esto podría ser el comienzo de una nueva vida para ti.

-¿De que me estás hablando?

-Obviamente, después de lo ocurrido, no puedes seguir trabajando aquí, pero no quiero que vuelvas a casa con tu padre. A partir de ahora, yo me hago responsable de tí.

-No te entiendo.

-Te estoy proponiendo que te vistas, que subas al coche conmigo y que no mires atrás.

Paula  lo miró atónita.

-¿Me estás pidiendo que me vaya contigo?

-Te estoy pidiendo que seas mi amante.

Paula no se podía creer lo que estaba escuchando.

-Pero...

-Escúchame antes de contestar. Tengo una casa en Londres en la que podrías vivir de momento. Cuando hayas encontrado una que te guste, la compraré para ti y me haré cargo de todos tus gastos.

Paula  comprendió lo que le estaba ofreciendo y la sorpresa y la furia se apoderaron de ella.

-No me respetas en absoluto, ¿verdad? ¿Es porque soy una doncella de la limpieza o porque me he acostado contigo sin pensármelo dos veces?

Pedro la miró desconcertado.

-El respeto no tiene nada que ver con todo esto...

-¡Ya me he dado cuenta! Me he comportado como una estúpida, pero eso no quiere decir que esté dispuesta a convertirme en una fulana.

-No es eso lo que yo te propongo. Lo que quiero es que pases a formar parte de mi vida.

-¡No te creo! -exclamó Paula con lágrimas en los ojos-. Lo que ocurre es que no crees que sea digna de nada mejor y me reservas para la cama. Muy bien. Me importa un bledo, pero lo que no entiendo es que te hayas rebajado a tocarme si me tienes en tan poca estima.

Cegada por las lágrimas, recogió su ropa, se metió en el baño, se limpió en el bidet y se vistió a toda velocidad.

¿Cómo se había atrevido Pedro a proponerle semejante trato? Aquella oferta había sido horriblemente humillante. Claro que, ¿qué esperaba? ¿Tener una relación de igual a igual con un príncipe cuando sus vidas no tenían nada que ver?

No debería haberse acostado con él.

Le hubiera gustado poder revivir el maravilloso momento de unión que se había producido entre ellos antes de que todo se estropeara, pero era imposible.

Paula  tomó aire y, al abrir la puerta, se encontró Pedro paseándose por la habitación con expresión grave en el rostro.

Cuando él se había quedado a solas, su intelecto había vuelto a reaccionar y la fría lógica se había apoderado de su mente. Su existencia perfectamente orquestada y racional se había salido de los raíles y se había estrellado con estrépito.

Pedro era un hombre disciplinado y no estaba acostumbrado a equivocarse, pero debía admitir que se había comportado sin escrúpulos. ¿Acaso enterarse de que Fátima se había casado lo había afectado más de lo que creía?

Por supuesto, la sugerencia de Pamela de que Paula mantenía relaciones con otros hombres le había ido muy bien para creer que era más fácil y para juzgar su deseo por ella más aceptable.

Ahora que podía pensar de nuevo con claridad, se daba cuenta de que nada, absolutamente nada, podía excusar el hecho de que se hubiera acostado con una empleada.

En lugar de ayudar a una joven que estaba pasando por un momento espantoso en su vida, se había aprovechado de ella, había traicionado su confianza y se había comportado muy mal.

Era responsable del daño que le había causado a Paula y ahora se daba cuenta de que proponerle que se convirtiera en su amante había sido todavía peor.

Se sentía avergonzado por su comportamiento y sabía perfectamente lo que tenía que hacer.

-Paula, me gustaría hablar contigo -le dijo al verla aparecer.

Paula no quería ni mirarlo, estaba consiguiendo mantener la compostura a duras penas y no quería ponerse a llorar delante de él.

-No hace falta que digas nada más. Supongo que te aliviará saber que no voy a seguir trabajando en el castillo y que me voy a ir de Strathcraig.

-No, que me digas eso no me alivia en absoluto. ¿Adonde vas a ir? -preguntó Pedro frunciendo el ceño.

-Tengo planes.

sábado, 26 de diciembre de 2015

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 12

Inmediatamente, él le desabrochó la blusa y el cinturón de los pantalones. A continuación, la volvió a sentar sobre su regazo y se los quitó sin dejar de besarla.

-¡Cuánta ropa llevas! -comentó besándola por el cuello.

Al sentir sus senos expuestos cuando el sujetador cayó al suelo, Paula no pudo evitar taparse los pechos con las manos y tensarse.

Pedro se quedó mirándola estupefacto, la echó hacia atrás e hizo que apoyara la cabeza en las almohadas.

-Supongo que tendrás experiencia, pero si estoy confundido, por favor, dímelo porque no me acuesto con vírgenes -murmuró Pedro tumbándose a su lado en la cama.

Paula evitó mirarlo a los ojos durante unos segundos. Era consciente de que, si le decía la verdad, no se acostarían con ella y ella no podría soportarlo.

-No soy virgen -mintió a toda velocidad.

-Eres muy tímida... -insistió Pedro.

-¿Y qué?

-Y nada.

-¿Te importaría cerrar las cortinas?

-¿Sólo haces el amor a oscuras? -preguntó Pedro enarcando una ceja.

Paula asintió con vehemencia y Pedro cerró las cortinas, no sabiendo si reírse a carcajadas o si sentir una profunda ternura por aquella chica.

Ya en la oscuridad, Paula se levantó de la cama, tropezó con las ropas que había tiradas por el suelo y cayó, pero no le dio tiempo de cubrirse de nuevo cuando Pedro encendió la lámpara que había en la mesilla y se quedó mirándola.

-¿Por qué te empeñas en ocultar la perfección de tu cuerpo? -le dijo tomándola entre sus brazos de nuevo, devolviéndola a la cama y acariciándole los pezones erectos.

Paula sintió que el calor líquido del deseo serpenteaba hasta su pelvis.

-Pedro... -murmuró Paula acariciándole el pelo.

-Me encanta cómo dices mi nombre... -dijo Pedro quitándose la corbata y la chaqueta.

Anonadada, Paula se quedó mirándolo. Aquel hombre tenía un maravilloso torso fuerte y musculoso y unas abdominales muy masculinas.

Cuando se quitó los pantalones y se quedó en calzoncillos, Paula sintió que se ponía roja como la grana y, cuando Pedro se quitó los calzoncillos mostrando su erección, Paula ya no pudo más y cerró los ojos.

-Yo no soy nada tímido -comentó Pedro.

-Ya lo veo -murmuró Paula.

-Sin embargo, tu timidez me resulta atractiva.

-Oh...

-Oh... -volvió a burlarse Pedro.

A continuación, se tumbó a su lado y comenzó a acariciarle los pechos hasta llegar a su vientre y bajar por sus muslos mientras con la boca seguía la misma estela, haciendo gemir de placer a Paula, que no dudó en arquear la espalda.

El nudo de deseo que sentía en el bajo vientre era cada vez mayor. Pedro le separó las piernas, explorando los rizos rubios que ocultaban su monte de Venus y trazó el perfil de los pliegues de su feminidad, caliente y húmeda.

Paula  no podía dejar de moverse, no podía dejar de echar las caderas hacia delante.

-Oh, sí... -dijo Pedro satisfecho introduciendo un dedo en el interior de su cuerpo.

-Por favor...

-Espera un poco -jadeó Pedro.

A continuación, jugueteó con su cuerpo hasta hacerla suplicar y, cuando Paula creía que ya no iba a poder sentir más placer, Pedro se colocó sobre ella y la penetró con dulzura.

Paula se moría por sentirlo dentro, pero no tenía ni idea del dolor que iba a acompañar al acoplamiento y no pudo evitar gritar.

De repente, Pedro se quedó petrificado y la miró a los ojos con dureza.

-¿Me has mentido? ¿Eres virgen?

Paula  se sonrojó, cerró los ojos y no contestó.

Pedro la miraba con incredulidad.

-Paula...

-No pares -contestó Paula echando las caderas de nuevo hacia delante.

A Pedro le habría gustado poder controlarse, pero era imposible, así que volvió a adentrarse en las profundidades del cuerpo de Paula y siguió dándole placer, levantándole las rodillas y echándoselas hacia atrás para poder penetrarla en profundidad hasta que Paula gritó y jadeó al alcanzar el éxtasis.

Extenuada y felíz, asombrada por su capacidad de gozo físico, Paula apenas podía pensar con claridad tras su primera experiencia sexual.

Pedro la abrazó y la besó en la frente y Paula pudo disfrutar de más o menos unos sesenta segundos de paz antes de que Pedro la mirara con dureza y la apartara de su lado.

-No me vuelvas a mentir -le advirtió.

Paula, que no estaba preparada para aquel ataque verbal, se quedó mirándolo con la boca abierta.

-¡No ha sido para tanto! -se defendió Paula incorporándose, apoyándose en las almohadas y tapándose con la sábana.

-¿Cómo que no? -exclamó Pedro.

-Ha sido una simple mentira...

-¿Una simple mentira? -repitió Pedro poniéndose en pie-. Te he dicho que no te tocaría si eras virgen y me has mentido. Me has engañado y eso no ha estado bien, no ha sido justo.

-Así lo he decidido y debes respetar mi elección -insistió Paula.

-Si me hubieras dicho que eras virgen, yo habría decidido no arrebatarte la inocencia. Acabo de traicionar mis principios -contestó Pedro entrando en el vestidor, tomando ropa limpia y metiéndose en el baño.

Paula oyó correr el agua y sintió unas horribles ganas de llorar. El castigo a su mentira había llegado más rápidamente de lo que ella temía.

Le había entregado su virginidad a un hombre que no la quería y que no parecía apreciar el hecho de que se la hubiera dado porque lo juzgara especial.

¿Acaso era especial de verdad?

Paula necesitaba desesperadamente que Pedro la consolara, que se mostrara amable y afectuoso con ella y, en lugar de hacer eso, se estaba comportando con ella como si hubiera cometido el peor de los crímenes.

Era cierto que había mentido, pero jamás lo hacía. En esa ocasión, la idea de perderlo, de no hacer el amor con él le había nublado la razón y le había hecho faltar a la verdad.

Pedro volvió a aparecer, todavía más guapo que antes, ataviado con un precioso traje gris a medida y Paula se apresuró a desviar la mirada.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 11

-No... no sé cómo se te ha podido ocurrir algo así -contestó nerviosa-. Me tropecé y me golpeé con una mesa.

Pedro le acarició la mejilla y sintió que la furia se apoderaba de él al comprender que la habían golpeado. Se preguntó si podría hacer algo para ayudarla porque era obvio que aquella chica tenía una vida familiar problemática.

-Paula, no me mientas -le pidió en tono amable.

Al sentir los dedos de Pedro sobre la piel con tanta suavidad, Paula se había quedado atónita porque hasta aquel momento no sabía que un hombre pudiera ser tan agradable.

-No te miento -murmuró.

-Te han pegado y no debes aceptarlo. Nadie tiene derecho a pegar a otra persona, ni siquiera un padre. Debo saber la verdad -insistió Pedro-. Si no confías en mí, no te voy a poder ayudar.

-¡No podrías ayudar de todas maneras! -protestó Paula en un arrebato y sintiendo que las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

-Te equivocas -contestó Pedro haciendo un gran esfuerzo para no tomarla entre sus brazos y consolarla-. No me parece bien que tratemos un tema tan delicado aquí en la galería, donde podría vernos cualquiera -añadió guiándola al fondo de la galería, donde había una puerta de caoba que llevaba al ala del castillo de uso personal del príncipe-. Ahora que estamos solos, quiero que te tranquilices y que me cuentes exactamente lo que sucedió ayer -le indicó haciéndola sentarse.

-No te lo puedo contar... -sollozó Paula.

Pedro la agarró de la mano.

-Ser leal a la familia es muy admirable, pero en tu caso se trata de una cuestión de seguridad personal, de tu seguridad, que es lo más importante en estos momentos. Lo que sucedió ayer podría volver a repetirse y las lesiones podrían ser mucho peores.

-Fue culpa mía... -dijo Paula sintiéndose culpable.

-¿Por qué dices eso?

-Si te hubiera permitido que hablaras con Bruno Judd, nada de esto habría ocurrido, pero me enfadé contigo creyendo que te estabas metiendo en mis asuntos -contestó Kirsten con lágrimas en los ojos.

-Ya, ya... -murmuró Pedro sentándose en el brazo del sofá y tomando a Paula de la otra mano-. Cuéntame exactamente qué tiene que ver el fotógrafo en todo esto.

-A ese estúpido no se le ocurrió otra cosa que presentarse en mi casa para hablar con mi padre -le explicó Paula.

-¿Judd fue a tu casa? -preguntó Pedro con el ceño fruncido.

-Sí, fue y le enseñó a mi padre fotografías de mujeres, según él, «medio desnudas». No te puedes ni imaginar cómo me lo encontré al llegar a casa. Estaba furioso...

-Muy bien, no hace falta que sigas -la interrumpió Pedro colocándole un dedo sobre los labios-. No volverá a hacerte daño. No voy a permitírselo.

-Pero tú no puedes hacer nada por evitarlo -murmuró Paula con la respiración entrecortada.

-Te doy mi palabra de honor de que voy a protegerte -le juró Pedro con determinación, pensando que la mejor manera de protegerla sería alejarla de Strathcraig.

Sin embargo, ¿sobreviviría Paula al hecho de perder todo lo que tenía allí? ¿Y qué tenía? ¿Pobreza y tristeza? A Pedro se le pasó por la cabeza que no sería ninguna tontería mantener una relación con ella porque, por lo menos, le daría cierta felicidad.

De repente, Paula se dió cuenta del silencio que los había envuelto a ambos y de lo cerca que estaban el uno del otro.

-No debería estar aquí contigo -murmuró sintiéndose culpable.

-Estás aquí conmigo porque quieres estar conmigo -contestó Pedro mirándola a los ojos.

Sí, era cierto, quería estar con él. Si hasta él se había dado cuenta, ¿de qué valía negarlo? Paula  no tenía fuerzas para protestar y se preguntó por qué no dejarse llevar por una vez y hacer lo que de verdad quería.

La intensidad de la mirada de Pedro la hizo sentir pinchazos calientes de anticipación por todo el cuerpo.

La tensión era insoportable.

Paula  sentía el latido de su corazón acelerado en los oídos, la habitación le daba vueltas y el oxígeno no le llegaba a los pulmones.

En un movimiento casi infinitesimal, se acercó a él.

Pedro no pudo controlarse.

-Te deseo.

-¿De verdad? -murmuró Paula.

Pedro  se inclinó sobre ella y se apoderó de su boca. Al sentir su lengua en el paladar, Paula ahogó una exclamación y se estremeció, ladeando la cabeza para permitirle mejor acceso.

Los labios de Pedro eran cálidos, expertos e increíblemente sensuales y con cada beso hacían que Paula quisiera cada vez más.

-Tú me deseas tanto como yo te deseo a tí -aulló Pedro volviéndola a besar con urgencia.

A continuación, la tomó entre sus brazos y la sentó en su regazo, le bajó la cremallera de la sudadera y la deslizó por sus hombros.

-Oh... -exclamó Paula al sentir la mano de Pedro sobre uno de sus pechos.

-Oh... -se burló él con sensualidad.

Paula  no se podía creer lo que estaba sucediendo, pero estaba dispuesta a seguir la insistente demanda de su cuerpo. Cuando sintió los labios de Pedro en la erótica zona del cuello, justo debajo de la oreja, no pudo evitar agarrarse a las mangas de su camisa con fuerza, pues jamás había sentido nada parecido.

-Nunca me ha gustado estar incómodo -declaró Pedro con voz ronca. A continuación, la tomó en brazos como si fuera una muñeca que no pesara nada-. La verdad es que me suele gustar hacer el amor en la cama.

¿Cama?

Paula se tensó, pues no se le había pasado por la cabeza que aquellos besos fueran a desembocar en nada más, pero Pedro eligió aquel preciso instante para volver a besarla y Paula sintió que se derretía como un helado y no pudo reaccionar hasta que se vio en su dormitorio  , entre las piernas de Pedro, que se había sentado en el borde de la cama y le había soltado el pelo.

-Te deseo desde la primera vez que te ví -confesó Pedro acariciándole el pelo, que caía ahora sobre los hombros de Paula-. Y cada vez que te veo te deseo más y más... Paula sentía que las piernas le temblaban.

-¿De verdad?

-Parece mentira que no te des cuenta, eres increíblemente guapa.

-Hoy no es que esté muy bien... -contestó Paula tocándose la mejilla amoratada.

Pedro le acarició la mano y la miró a los ojos con intensidad.

-Hoy estás más guapa que nunca.

Paula, hipnotizada por completo por su mirada, se echó hacia delante y se apoderó de con pasión de la boca de Pedro.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 10

Si hubiera podido, Paula no habría ido a trabajar a la mañana siguiente, pues tenía el pómulo amoratado e hinchado y estaba segura de que alguien le iba a preguntar qué le había ocurrido.

También estaba segura de que, si no quería denunciar a su padre a la policía, iba a tener que mentir.

Si en el momento del impacto no hubiera girado la cabeza, lo más seguro sería que tuviera también la naríz rota.

El hecho de que su padre se hubiera atrevido a pegarle una vez quería decir, sin ningún género de duda, que podría volverlo a hacer.

Paula  sintió que se le formaba una bola de angustia en la boca del estómago al recordar la furia de su padre y lo poco que le había importado hacerle daño, algo que aparentemente no le había hecho sentirse en absoluto avergonzado.

Al oír gritar a Paula, Noemí había bajado las escaleras a toda velocidad y se había quedado de piedra al ver la escena, pero al cabo de una hora ya le estaba echando la culpa a la visita de Bruno Judd y justificando la violencia de su marido.

Paula  sentía los ojos hinchados y doloridos por las lágrimas que había derramado en silencio la noche anterior porque, aunque su padre nunca había sido un hombre de carácter fácil, tampoco se había mostrado nunca tan violento.

Obviamente, Zaira  tenía razón en pensar que era imposible que Paula consiguiera irse de casa con la aprobación de su padre y, sin embargo, ahora más que nunca necesitaba salir de allí, así que no le iba a quedar más remedio que irse en secreto. Para colmo, apenas tenía dinero y lo único que se le ocurría era hacer horas extras.

-Madre mía, pero, ¿qué te ha pasado en la cara? -le preguntó Pamela Anstruther en cuanto la vio aparecer.

-Nada, que ayer me tropecé y me di con el borde de una mesa -contestó Paula encogiéndose de hombros-. Menos mal que no me he roto nada.

-Pues sí, menos mal -dijo la aristócrata mirándola sin rastro de sospecha-. Pobrecita. Hoy solamente voy a necesitarte una hora, así que, cuando hayas terminado de limpiar y de organizar mi habitación, puedes incorporarte a tus ocupaciones normales.

Paula  se sintió profundamente decepcionada y resentida porque, de nuevo, otro día en el que no le iban a permitir ayudar a organizar la fiesta. Era obvio que la aristócrata había preferido tomarla como doncella personal, algo que desagradaba profundamente a Paula.

Pedro se quedó mirando la carta que había recibido aquella mañana de un primo suyo y apretó las mandíbulas. A continuación, se rió con amargura, hizo una bola con el papel y lo tiró a la papelera.

Aquello, desde luego, era la guinda del pastel.

Acababa de enterarse de que Fátima, la única mujer a la que había amado, se acababa de casar con otro hombre.

¡Y él sin saber siquiera que estuviera prometida!

Debido a la reciente muerte de un pariente, la boda de Fátima había sido pequeña y familiar y se había llevado a cabo a toda velocidad para que la pareja pudiera irse cuanto antes a Londres, donde el novio trabajaba como cirujano.

Paula se dijo que, tarde o temprano, aquello tenía que suceder. El hecho de estar casada no quería decir que la hubiera perdido porque, en realidad, jamás la había tenido.

«Tengo que ser fuerte», se dijo.

Una hora después, llegó Pamela para recoger la lista de invitados que le había dejado el día anterior para que le echara un vistazo.

-Me parece que a Paula Chaves no le van bien las cosas -comentó con los ojos en blanco.

Pedro la miró enarcando una ceja.

-Parece ser que Paula se ha estado viendo a escondidas con el albañil polaco y, la verdad, no me extraña que haya intentado que nadie se enterara porque teniendo el padre que tiene... lo malo ha sido que se ha enterado de todas formas y -Ya sabes que no me gustan los cotilleos -la interrumpió Pedro.

-Esto no es un cotilleo -sonrió Pamela-. Sé que te preocupas mucho por esa chica, por eso te lo cuento. En fin, para ir al grano, creo que su padre le ha pegado.

Pedro  no se inmutó.

-¿Te lo ha dicho ella?

-No, claro que no. Ella ha dicho lo típico de... «me tropecé y me golpeé». En fin, por lo visto la ha pillado haciendo lo que cualquier chica joven y sana haría con un hombre -rió Pamela-. Es la única explicación que se me ocurre y me parece lógico porque, por lo que me han contado, esa chica no tiene ningún tipo de libertad, lo que no es en absoluto normal.

Una vez a solas, Pedro decidió hablar con la jefa del personal de limpieza para que la mujer se asegurara de que Paula estaba bien.

No había necesidad de que él se involucrara de manera directa.

¿Seria cierto que Paula estaba con un hombre? ¿Y a él qué más le daba? No la conocía de nada. Aun así, no le gustaba la idea de que Paula hubiera estado con otro hombre porque la tenía por una chica inocente.

¿Se habría confundido? Entonces, recordó la pasión que Paula había demostrado entre sus brazos, pero se dijo que por un beso no podía juzgar y que, en cualquier caso, daba igual la experiencia sexual o carencia de ella que Paula tuviera porque aquella mujer no era para él.

Sin embargo, Pedro recordó cómo desde pequeño lo habían educado para interesarse personalmente por cualquier problema que tuvieran sus empleados y la gente que lo rodeaba, y se dijo que tenía que ocuparse de aquel asunto en persona, así que encendió el ordenador y consultó los horarios del personal de limpieza para localizar a Paula.

Qué curioso que no se percatara de que hasta hacía muy poco tiempo ni siquiera había sabido de la existencia de aquellos horarios ni de que se pudieran consultar desde el ordenador.

Paula estaba encerando el suelo de madera en la galería, preguntándose de qué humor encontraría a su padre aquella tarde cuando llegara a casa y temblando ante la posibilidad de que se repitiera el episodio del día anterior.

-Paula...

Al oír su nombre, dio un respingo y se le cayó el cepillo de las manos. Sorprendida, se giró y se encontró con Pedro.

Al instante, el príncipe se dio cuenta de que Paula estaba atemorizada y de que tenía una mejilla amoratada.

-¿Qué te ha pasado? -le preguntó Pedro avanzando hasta ella en un par de zancadas-. ¿Ha sido tu padre?

La ternura de Pedro desconcertó a Paula.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 9

De repente, al palpar con las manos sobre la alfombra, tocó algo que resultó ser el broche.

-¡Lo encontré! -exclamó incorporándose-. Vaya, perdón -añadió al ver que Pedro la miraba desde el salón de la suite de lady Pamela.

-¿De verdad lo has encontrado? -exclamó Pamela encantada-. ¡No me lo puedo creer! ¿Dónde estaba?

-En el suelo, junto a la cómoda -contestó Paula.

-Es increíble, no sé cómo no lo he visto porque he estado buscando por todas partes.

-Suele ocurrir. Enhorabuena, Paula-intervino Pedro.

Paula se quedó mirándolo fijamente. Cuando sus ojos se encontraron, sintió que los músculos del vientre se le contraían y que el aire no le llegaba a los pulmones.

-Sí, muchas gracias -dijo Pamela sonriendo encantada-. ¿Te importaría que habláramos un momento a solas, Paula?

Sorprendida, Paula la siguió al pasillo.

-Tenía que sacarte de ahí cuanto antes –le dijo una vez a solas ante la confusión de Paula-. ¿No te has dado cuenta? Ha sido vergonzoso, te has quedado mirando al príncipe Pedro. Has quedado completamente ridículo ante él. ¿No te han dicho nunca que no debes quedarte mirando a un hombre como una estúpida colegiala?

Sorprendida por el inesperado ataque, Paula bajó la mirada apesadumbrada. Sin embargo, algo en ella la hizo rebelarse pues ¿acaso no se había quedado él mirándola también? ¿Y cómo no iba a quedarse mirando encantada al único hombre que la había besado en su vida?

-Ya me dí cuenta el día que te llevamos a tu casa que estás loca por él, pero procura disimular porque no creo que te apetezca que la gente se ría de tí -añadió Pamela con un desprecio que no era propio de ella.

-Yo no tengo en absoluto la sensación de haber hecho el ridículo -se defendió Puala levantando el mentón.

Ante aquellas palabras, la dura mirada de Pamela se dulcificó.

-Perdón si te lo he dicho de manera demasiado directa, pero me parecía que alguien tenía que advertirte por tu propio bien. Mira, ¿por qué no te vas hoy pronto a casa?

Paula decidió no hacerlo porque un par de compañeras ya se habían quejado de su nueva flexibilidad de horarios y no quería tener problemas, así que bajó al sótano y decidió terminar su turno de limpieza.



Mientras trabajaba, recordó que Pamela le había dado una primera impresión favorable y se dijo que, tal vez, había sido ingenua al juzgarla porque parecía obvio que los rumores eran ciertos, que la aristócrata estaba interesada en el príncipe.

Cuando se disponía a irse casa, uno de los ayudantes personales de Pedro fue a buscarla para indicarle que el príncipe quería verla.

Paula  lo siguió hasta una sala de recepción donde la estaba esperando Pedro y se dio cuenta de que, por una parte, se moría por verlo y, por otra, hubiera preferido irse a su casa.

Le latía el corazón aceleradamente y no pudo evitar pasear su mirada por el maravilloso rostro y espectacular cuerpo del príncipe.

En esos momentos, Pedro se imaginó a aquella belleza de piel de porcelana tumbada en su cama con la melena desparramada sobre la almohada.

Aunque intentó borrar de su mente las eróticas imágenes, su anatomía reaccionó de forma violenta.

Pedro se apresuró a recordarse que aquel encuentro no iba a tener lugar por interés personal, sino por el bien de Paula.

-Supongo que te estarás preguntando por qué quería verte -comentó.

-Así es -admitió Paula sintiendo una bola de fuego en el bajo vientre.

De nuevo, Paula la había mandado llamar. De nuevo, había querido verla. Aquello la hizo sentir como si estuviera flotando.

-He visto a Bruno Judd hablando contigo y me han informado de que no es la primera vez que esto sucede. Estoy preocupado.

Aquella explicación tomó a Paula completamente por sorpresa y la hizo bajar de su nube rosa y sonrojarse por haber sido tan ingenua de creer que el príncipe había querido verla por motivos personales.

-Bueno, por lo visto, quiere hacerme una sesión fotográfica porque cree que tengo lo que se necesita para convertirme en modelo —le explicó nerviosa.

-Haré todo lo que esté en mi mano para que no te vuelva a molestar -le informó Pedro.

¿Con qué derecho asumía aquel hombre que no estaba interesada en la propuesta del fotógrafo? En casa, estaba obligada a aceptar la tiranía de su padre, pero no estaba dispuesta a consentir que ningún otro hombre tomara decisiones por ella ni le dijera lo que debía o no hacer.

-El señor Judd no me está molestando en absoluto -se defendió- Y, en cualquier caso, si así fuera, yo misma le diría que no estoy interesada en su propuesta.

-Como de hecho debe ser -insistió Pedro muy seguro de sí mismo-. No tienes mundo suficiente como para sobrevivir en la pasarela. El mundo de la moda es despiadado, y te aseguro que Judd no tiene escrúpulos y no dudaría en dejarte en la estacada en cuanto a él le conviniera.

-¡Sé cuidar de mí misma! -exclamó Paula indignada.

-No me levantes la voz -contestó Pedro-. No seas impertinente.

Paula bajó la cabeza apesadumbrada, sintiéndose como una niña regañada y castigada al rincón. En su interior, se mezclaban la vergüenza y el resentimiento. Estaba enfadada con el mundo en general y el no poder decirlo en voz alta y con libertad la enfadaba todavía más.

-Yo lo único que quiero es protegerte para que no te exploten -murmuró Pedro.

-A lo mejor, tengo más mundo de lo que parece -dijo Paula dolida-. ¡A lo mejor me quiero arriesgar a convertirme en modelo!

Al ver cómo la miraba Pedro, Paula se quedó sin aliento. Era obvio que la deseaba y aquello hacía que ella reaccionara de la misma manera.

-Por supuesto, esa decisión es tuya y sólo tuya -contestó Pedro abriéndole la puerta para que se fuera.

Paula nunca se había sentido tan rechazada, pero consiguió salir con la cabeza bien alta. Cuando llegó a su taquilla y vio que alguien había dejado allí un ejemplar nuevo de la misma publicación que estaba leyendo la tarde en la que había conocido Pedro, comprendió que había sido él y que realmente estaba preocupado por ella.



Aquello la tranquilizó y de mucho mejor humor llegó a casa, donde desgraciadamente la estaba esperando su padre muy enfadado.

-Ha estado aquí el señor Judd -le dijo en cuanto Paula entró en la cocina.

Paula  tragó saliva.

-Por tu culpa, ese hombre ha venido a llenar mi casa de basura y a enseñarme fotografías de mujeres medio desnudas. ¿Cómo te has atrevido a decirle dónde vivías y a pedirle que viniera a convencer a tu padre para que te dejara ir a Londres con él?

-Yo no he hecho nada de eso -se defendió Paula sinceramente.

-Estás mintiendo y no pienso consentirlo -se enfureció Miguel Chaves levantando un puño y golpeando a su hija.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 8

-Me encantaría -contestó Paula encantada ante la idea de hacer otra cosa que no fuera limpiar.

Lady Pamela sonrió.

-Me encanta ayudar al príncipe a organizar sus recepciones, pero es mucho trabajo para una persona sola, así que me serás de gran ayuda.

-No sé si a la jefa de limpieza le hará mucha gracia -comentó Paula mordiéndose el labio.

A continuación, para su horror, se dio cuenta de que habían llegado a su casa y de que su padre los miraba con desprecio desde la puerta.

Pedro, que no había dicho nada mientras las dos mujeres hablaban, lo estaba mirando con los ojos entrecerrados y los dientes apretados, fijándose en que Miguel Chaves parecía furioso.

Paula  bajó del coche seguida de cerca por Pedro, que le dijo al conductor que sacara la bicicleta del maletero. Mientras el hombre así lo hacía, Pedro se presentó y le explicó al padre de Paula lo que había sucedido, lo que Miguel Chaves pareció aceptar.

-Así que ahora esa ramera trabaja para el príncipe, ¿eh? -comentó una vez a solas con su hija y con su mujer-. Obviamente, quiere meterse en su cama para recuperar el castillo que perteneció a su familia, pero no tiene nada que hacer porque seguro que el príncipe sabe que es una furcia que sólo busca su dinero.

-Por lo que me han dicho, no es fácil engañarlo -intervino Noemí-. Todo el mundo sabe que, antes de quedarse viuda, lady Pamela se acostaba con quien le daba la gana. Obviamente, por eso sir Roberto le dejó tan poco dinero a su muerte.

Paula miró a su perro con tristeza, deseando que su padre y su mujer fueran más compasivos con los demás.

Vivían en un pueblo pequeño en el que no había secretos y ella también conocía la historia de la aristócrata.

Lady Pamela se había casado hacía ya más de diez años con sir Roberto Anstruther, un próspero hombre de negocios que le doblaba la edad. Una vez convertidos en marido y mujer, habían decidido volver a las tierras que antaño fueran propiedad de la familia de ella y pronto habían comenzado las habladurías.

Sir Roberto tenía en aquel lugar un pabellón de caza que no solía utilizar muy a menudo y su mujer decidió reformarlo y utilizarlo como casa de vacaciones.

Sir Roberto pasaba mucho tiempo en Londres y su mujer solía ir mucho por la finca con amigos.

Cuando su marido murió, los rumores se hicieron cada vez peores y la gente llegó a decir que les había dejado casi todo el dinero a los hijos que había tenido en su primer matrimonio como venganza por sus continuas infidelidades.

A pesar de todo aquello, Paula creía que lady Pamela merecía el beneficio de la duda, ya que le había parecido una mujer encantadora y ninguna persona que hablaba mal de ella tenía pruebas definitivas de que la aristócrata hubiera sido infiel a su marido o de que se hubiera casado con él por dinero.

-No tengo interés en que me hagan fotografías -proclamó Paula impaciente cuatro días después mientras cruzaba el patio del castillo.

Zaira se rió al ver la cara de confusión de Bruno Judd.

-Si conociera usted al padre de Paula, señor Judd, entendería por qué se lo dice -le explicó al fotógrafo-, ¡Si conociera usted a Miguel Chaves, jamás le habría pedido a su hija que posara en minifalda! Yo soy amiga suya desde hace mucho tiempo y jamás le he visto las rodillas, así que no creo que usted vaya tener más suerte que yo.

-La oportunidad que le estoy ofreciendo es increíble. Le aseguro que no hay nada ofensivo en mi propuesta. Lo que pasa es que me da pena que se desperdicie una bellezatan increíble -contestó el hombre frustrado-. Yo creo que Paula podría llegar a ser una modelo famosa...

-¡Pues claro que podría serlo! -exclamó Zaira alejándose con Paula-. ¿Tú crees que lo dice en serio? -le preguntó a su amiga una vez a solas.

-No sé -contestó Paula encogiéndose de hombros-. En cualquier caso, me da igual porque cuando me vaya de aquí pienso ir directamente la universidad y no pienso perder el tiempo con estúpidos sueños de fama y pasarelas.

-¿Qué tal te vas con lady Esnob? -le preguntó Zaira cambiando de tema.

-No la llames así -contestó Paula-. Se porta muy bien conmigo.

-Qué raro porque todo el mundo dice que es muy mala persona.

-No es cierto.

-Si tú lo dices... -contestó Zaira, nada convencida.

Paula  llevaba dos días trabajando para lady Pamela y estaba encantada contestando el teléfono, dejando mensajes, organizando la mesa llena de papeles de la aristócrata, deshaciéndole las maletas, planchándole la ropa y recogiendo la habitación en la que lady Pamela se hospedaba cuando estaba en el castillo.

Lady Pamela la trataba como a una conocida en lugar de cómo a una empleada y Pedro no podía evitar querer complacerla.

Pedro frunció el ceño al ver a Bruno Judd hablando con Paula en el patio, pues de todos era sabida la falta de escrúpulos del viejo fotógrafo.

Cuando se disponía a apartarse del ventanal, preguntándose si debía o no intervenir, llamaron para decirle que lady Pamela quería verlo en persona inmediatamente.

-¿Qué ocurre que es tan importante como para que no lo podamos tratar por teléfono? -le preguntó a la aristócrata unos minutos después.

-Lo cierto es que es una cuestión un tanto delicada -contestó Pamela-. Ha desaparecido una de mis joyas de mi habitación.

Pedro se puso muy serio.

-Voy a llamar a la policía ahora mismo.

-No, no quiero que el personal de servicio se sienta bajo sospecha. La verdad es que el broche que ha desaparecido no valía demasiado.

-El valor económico es lo de menos. No pienso tolerar que nadie robe nada en mi casa.

-Espera un poco antes de llamar a la policía. A lo mejor, no me lo han robado y simplemente lo he extraviado. Le voy a decir a Paula que busque bien por toda la habitación.

-Como tú quieras -contestó Pedro preguntándose por qué habría ido hablar con él sin haber buscado bien antes-. ¿Tienes ya la lista de invitados para la fiesta?

-Casi está terminada -contestó Pamela-. ¿Por qué no vienes a tomar café hoy conmigo?

-Muy bien, nos vemos dentro de media hora -contestó Pedro  a pesar de que no le apetecía demasiado.

Cuando Pamela le contó lo que había sucedido con el broche, Paula se preocupó de veras porque sabía que, si algo desaparecía, todos eran sospechosos.

-Por supuesto, me pondré a buscarlo ahora mismo -le dijo.

-Si no te importa, busca primero por esta sala y, cuando llegue el príncipe a tomar café dentro de media hora, te pasas a mi dormitorio y sigues allí -le pidió lady Pamela-. Muchas gracias por tu ayuda. Espero que aparezca.

Paula estaba a cuatro patas buscando el broche por el suelo cuando oyó llegar a Pedro y no pudo evitar sentir una gran emoción.

Por mucho que lo intentaba, no podía dejar de pensar en él.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 7

Quiero que averigües dónde está trabajando Paula Chaves porque quiero hablar con ella en privado. Disponlo con la máxima discreción -le dijo Pedro a su secretario privado, que a duras penas consiguió disimular su sorpresa.

Una vez a solas, Pedro se quedó mirando las rosas rojas que había en el florero situado junto a la ventana. A continuación, acarició delicadamente uno de los pétalos y pensó en los labios de Paula.

Aquello lo hizo maldecir pues, aunque la pasión de aquella mujer lo había sorprendido, no debía permitir que sus pensamientos volvieran una y otra vez a ella.

Al cabo de unos minutos, llamaron a la puerta y entró lady Pamela, con la que había quedado para hacer la lista de la próxima fiesta que iba a tener lugar en el castillo y que ella, como en otras ocasiones, iba a organizar.

Al verlo, lady Pamela sonrió encantada y Paula le devolvió la sonrisa, pero no era una sonrisa de complicidad como otras veces porque ahora lo cierto era que aquella mujer se le hacía demasiado obvia comparada con Paula y no lo atraía.

Paula  estaba limpiando los ventanales de la galería y, como de costumbre, se quedó mirando el piano de cola que había en aquella estancia y se preguntó si todavía sería capaz de tocar.

Hacía muchos años que no lo hacía y, en cualquier caso, no se atrevía a tocar una pieza tan antigua sin permiso.

Su madre había sido profesora de música antes de casarse y se había encargado de que su hija fuera una maravillosa pianista.

Paula había llegado incluso a sustituir con asiduidad al organista en la iglesia, pero cuando la gente había comenzado a comentar lo bien que lo hacía, su padre había decidido que la música era una frivolidad, había vendido el piano y le había prohibido volver a tocar.

Aquello le había roto el corazón a su madre y había sido entonces, aquel mismo día, cuando Paula se había jurado que algún día tendría un piano propio que podría tocar tantas horas al día como le diera la gana.

En aquel momento, apareció un hombre y le pidió que pasara a la sala a limpiar un servicio de té que había caído al suelo. Paula asintió, agarró un trapo y rezó para que no se hubiera manchado una de las valiosas alfombras del castillo.

Afortunadamente, sólo se había derramado un poco de leche sobre el suelo de madera y Paula no tardó nada en recogerlo.

Cuando se incorporó, el hombre había desaparecido y Paula  se encontró en un precioso salón lleno de flores.

Cuando se disponía a retirarse, se abrió otra puerta y apareció Pedro. Paula no pudo ni moverse del sitio. Estaba tan guapo, que no pudo evitar quedarse mirándolo fijamente.

-Espero que me perdones por haber dispuesto este encuentro.

-¿Lo tenías planeado? -se sorprendió Paula.

-Sí, quería hablar contigo a solas. Quería verte, quería pedirte perdón por cómo me comporté el otro día. Lo que hice fue inapropiado, una equivocación por mi parte. Paula lo miró con la boca abierta.

-Pero yo...

-Tú no tuviste absolutamente ninguna culpa.

Paula quedó gratamente sorprendida al comprobar que Pedro no se había dejado llevar por el orgullo sino que, lejos de ello, había querido verla para pedirle perdón. Seguramente, cualquier otro hombre en su posición, no se habría tomado la molestia de hacer eso por una empleada.

-Yo también tuve mi parte de culpa -insistió Paula.

-No, tú eres muy joven y la inocencia no es ninguna culpa —murmuró Pedro con amabilidad.

Paula  lo miró a los ojos y Pedro recordó la tarde en la que se habían conocido, aquel momento en el que se había fijado en su pelo dorado y sus ojos como esmeraldas y se dijo que debía comportarse como un hombre adulto y no como un adolescente que no puede dejar de pensar en la chica que le gustaba.

-Yo...

-Supongo que no querrás que la gente se entere de que has estado a solas conmigo, así que no es inteligente que nos quedemos mucho tiempo charlando -la interrumpió Pedro.

Paula bajó la cabeza avergonzada.

-No me gusta que hagas trabajos tan duros porque no pareces muy fuerte -comentó Pedro.

-Te aseguro que soy fuerte como un caballo percherón -rió Paula-. Aunque no quede muy bonito decirlo...

Pedro se quedó mirándola unos segundos, hasta que pudo reaccionar y sacarse del bolsillo una tarjeta de visita.

-Si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en llamarme a este número.

Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular su sorpresa porque Pedro no estaba flirteando con ella y ella se moría por que lo hiciera.

Tragando saliva, aceptó la tarjeta, se la guardó y volvió a su trabajo.

Aquella misma semana, volvía a casa una tarde en bicicleta cuando su rueda trasera pinchó.

Lo peor era que no llevaba bomba ni parches para arreglarla y estaba lloviendo.

A pesar de que intentó remolcar la bicicleta a toda velocidad, pronto se encontró calada hasta los huesos, así que, cuando un gran coche paró a su lado, se asustó porque no lo había visto.

-Hola, te llevo a casa -dijo Pedro bajando la ventanilla.

A Paula le hubiera gustado negarse, pero resultó completamente imposible porque el conductor, siguiendo las instrucciones de Pedro, estaba metiendo la bicicleta en el maletero.

-De verdad... no hacía falta que pararas. Podría haber ido andando perfectamente... estoy calada y te voy a poner el coche perdido... -balbuceó Paula entrando en la limusina.

Sin embargo, al percatarse de que Pedro no viajaba solo, calló inmediatamente y se sonrojó de pies a cabeza.

-Pamela Anstruther -se presentó la elegante mujer que iba sentada junto a él-, ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

-Paula Chaves-contestó Paula tímidamente.

Sabía perfectamente quién era aquella mujer, sabía perfectamente que su familia había construido el castillo de Strathcraig y había vivido en él durante unos doscientos años, pero que desgraciadamente el padre de Pamela se había visto forzado a vender la propiedad para pagar sus deudas, lo que había provocado que se fueran a vivir a Londres cuando ella era niña.

-Estás empapada -intervino Pedro-. Toma -añadió entregándole un pañuelo blanco.

Paula se apartó un mechón de pelo mojado de la cara y se secó el rostro con el pañuelo. Mientras lo hacía, miró a Pedro y, cuando sus miradas se encontraron, sintió que se le aceleraba el corazón.

-Gracias.

-De nada -murmuró Pedro educadamente.

Paula sonrió encantada y Pamela carraspeó, lo que la hizo dejar de mirar a Pedro. Al darse cuenta de que la otra mujer la había pillado mirándolo, se avergonzó y bajó la cabeza.

-El príncipe Pedro me ha dicho que trabajas como limpiadora del castillo -remarcó lady Pamela-. Pareces una joven muy capaz. ¿No crees que podrías tener otro tipo de trabajo?

-Sí, eso espero, algún día... éste es mi primer trabajo -contestó Paula mirando por la ventanilla.

No quería que la llevaran hasta la puerta de su casa porque no quería ni imaginarse cómo se pondría su padre si se enterara de que había aceptado que alguien la llevara en coche.

-¡Se me acaba de ocurrir una idea estupenda! -exclamó lady Pamela-, ¿Por qué no me ayudas a organizar la fiesta que vamos a dar en el castillo?

-¿Yo? -exclamó Paula sorprendida.

-¿Por qué no? Me podrías ayudar a hacer algunos recados y a escribir las invitaciones a mano.

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 6

-¡No son tonterías! ¿Qué quiere de mí? ¿Quiere que le pida perdón? Muy bien, pues se lo pido. Perdón por haberle gritado por conducir su motocicleta como un loco. Perdón por interrumpir su importante reunión... ya está... eh... majestad -dijo Paula abriendo la puerta y perdiéndose dentro de la nueva estancia.

Pedro se apresuró a seguirla.

-¡No te muevas! -murmuró-. Debes hacerme caso cuando te hablo.

-¡Eso va contra las normas! -se defendió Paula.

-¿Qué normas? -rió Pedro.

-Las normas del castillo. Se supone que el personal de servicio debe desaparecer cuando usted aparece...

-No cuando yo quiero hablar con uno de ellos -la interrumpió Pedro.

-Me va a meter usted en un buen lío... nadie sabe que nos hemos conocido el otro día y yo no quiero que se enteren.

-No hay problema -contestó Pedro abriendo una puerta que había a su derecha-. Hablaremos aquí.

Paula tomó aire y entró en una sala de reuniones elegantemente amueblada.

-¿Por qué quiere hablar conmigo?

Pedro pensó que jamás había oído una pregunta tan rara.

Era obvio que a cualquier hombre le gustaría hablar con aquella belleza de piel cremosa color marfil y perfil de una elegancia y perfección maravillosas.

La falta de vanidad y la ingenuidad de aquella mujer lo sorprendieron sobremanera. Estaba acostumbrado a que todas las mujeres se interesaran por él, algunas, de forma directa, otras, de una manera más sutil. Si él mostraba el más mínimo interés por alguna chica, se deshacían en cumplidos y se ponían a sus pies.

-¿Por qué no le has contado a nadie que nos conocemos?

Paula  fijó la mirada en los preciosos zapatos de Pedro.

-Porque se suponía que no tendría que haber estado aquella tarde en la colina.

-¿Y eso?

Paula no sabía qué contestar. No quería admitir que su padre la tenía completamente controlada, pero la alternativa de mentir se le hacía insoportable porque no estaba acostumbrada a hacerlo.

-Te he hecho una pregunta -insistió Pedro.

Paula levantó la cabeza.

-No tendría que haber estado aquella tarde en la colina porque a mi padre no le gusta que salga sin su permiso. Además, estaba leyendo una revista y me lo tiene prohibido.

-Perdón, no debería haber insistido -se disculpó Pedro al comprender que la había avergonzado-. Sentía curiosidad.

Paula tragó saliva.

-Yo también sentía curiosidad...

Pedro  se quedó de piedra ante la sincera admisión, pues no estaba acostumbrado a que lo trataran así y pronto comprendió que había sido culpa suya por haber entrado a tratar temas personales.

Se apresuró a recordarse que aquella chica trabajaba pera él y que estaban a solas en una habitación porque era su empleada y confiaba en él, así que no debía aprovecharse de la situación.

Daba igual que la atracción entre ellos fuera mutua.

Paula no podía dejar de mirarlo a los ojos.

-El otro día, me dijiste que alguien había entrado en moto en las tierras de tu padre y las había estropeado. He hecho que investigaran el caso y, efectivamente, unempleado del castillo ha sido el culpable. Ya se lo hemos dicho y la situación no se volverá a repetir. Nos pondremos en contacto con tu padre para informarle de lo ocurrido y para dejarle bien claro que yo corro con los gastos de lo estropeado.

-Ah... -contestó Paula desde otro mundo.

-¿Qué te acabo de decir? -preguntó Pedro, dándose cuenta de que Paula no lo había escuchado.

-Algo de los campos de mi padre... -contestó Paula.

-No estabas escuchando -murmuró Pedro, satisfecho.

Le encantaba que Paula no pudiera concentrarse estando tan cerca de él. Le encantaba que tuviera la respiración entrecortada y los pezones endurecidos.

Pedro se sintió como un pirata que podría haberla tomado entre sus brazos, haberla tumbado en la mesa y haberla poseído de manera tan exquisita y placentera, que Paula se habría convertido voluntariamente en su esclava.

La sonrisa de Pedro cautivó a Paula y se preguntó qué sentiría si la besara.

Entonces, de repente, se dio cuenta de lo que estaba pensando y bajó la cabeza avergonzada, sintiéndose una mujerzuela.

-Tengo que volver al trabajo -murmuró ella.

-No es eso lo que te apetece hacer.

-No... -admitió Paula.

-¿En qué estabas pensando? -quiso saber él.

Paula  se estremeció.

-Venga, dímelo y no me mientas.

-Me estaba preguntando qué sentiría si me besaras...

Pedro murmuró algo en árabe, la tomó de los antebrazos y se acercó a ella. Sentía la sangre latiéndole en las sienes y no podía pararse a escuchar a la vocecilla que dentro de su cabeza le advertía que no debía hacerlo.

-Deja que te lo demuestre...

Acto seguido, Paula sintió aquellos maravillosos labios en la boca. El beso de Pedro fue firme y apasionado, pero no lo suficiente como para satisfacer el increíble deseo que Paula sentía en lo más profundo de su ser.

Paula  se puso de puntillas y le pasó los brazos por el cuello, acariciándole el pelo. Se sentía como si estuvieran dentro de una tormenta, como si el mundo girara a toda velocidad alrededor de ellos.

La excitación se había apoderado por completo de su cuerpo y ahora lo único que importaba era la potente sensación de tener a Shahir tan cerca, pegado a su piel, sentir sus brazos, sus manos y su lengua.

Paula estaba tan entregada a lo que estaba haciendo, que cuando alguien habló en árabe por el interfono no pudo evitar dar un respingo asustada.

-¿Quién es ése? ¿Qué ha dicho? -preguntó.

-Es mi secretario personal y me informa de que ha venido una persona a verme -contestó Pedro.

Se hizo el silencio entre ellos.

Paula  no se atrevía a mirarlo y, de repente, abrió la puerta que tenía cerca y salió corriendo como alma que lleva el diablo.

A Pedro le habría gustado correr tras ella y disculparse, pero lo estaban buscando y era obvio que Paula estaba disgustada, así que sería una locura arriesgarse a que se produjera una escena que lo único que haría sería atraer la atención sobre ella y acrecentar su vergüenza.

¿Qué demonios le había pasado? No entendía cómo había podido perder el control de aquella manera y estaba furioso por ello. Había sido como si su libido se hubiera desbordado y él no hubiera podido hacer absolutamente nada para someterla.

Paula se miró al espejo y comprobó que había un brillo de culpabilidad y de sorpresa en sus ojos, que tenía los labios enrojecidos y que sentía el cuerpo más prieto y voluminoso que nunca.

La culpa y la vergüenza se apoderaron de ella con saña. ¿Cómo se había atrevido a decirle al príncipe Pedro que se estaba preguntando qué sentiría si la besara? ¡Se había comportado como una fulana!

Intentó concentrarse en el trabajo, pero no podía olvidar cómo había respondido al beso de Pedro. Jamás se le había ocurrido que un hombre pudiera hacerla reaccionar de aquella manera, pudiera hacerla estremecerse de pasión, una pasión que ni siquiera era consciente de poseer hasta aquella tarde.

No conocía al príncipe absolutamente de nada y, sin embargo, no habría dudado en entregarse a él.

¡Le parecía tan irresistible que habría permitido que le hiciera cualquier cosa y lo que peor la hacía sentirse era que había sido él quien había dejado de besarla al oír a su secretario por el interfono!

Aquella tarde, al salir del trabajo, Paula estaba montándose en la bicicleta cuando se percató de que un hombre la miraba fijamente desde un descapotable.

-Hola, soy Bruno Judd, fotógrafo de moda -le dijo desde la distancia-. ¿Es usted consciente de lo increíblemente guapa que es? Si fuera también fotogénica, podría ser una de las mejores modelos del mundo, ¿sabe? -añadió acercandose-. ¿Le parece bien que quedemos para hacerle una sesión de fotografías?

-No, gracias -contestó Paula.

-¿Pero no me ha oído lo que le he dicho?

-Déjeme en paz -le dijo Paula alejándose pedaleando a toda velocidad.