-Bueno, no sé...
-¿Cómo que no? Si te casas con un príncipe, obviamente, tú te conviertas en princesa. ¿Y el niño? Seguro que a él también le darán algún título, ¿no?
-No lo sé -contestó Paula saliendo de la suite.
-Supongo que la familia del príncipe Pedro estará sorprendida con todo esto. ¡No creo que les haya hecho ninguna gracia que su hijo se case con una mujer que no es de sangre real! -comentó Zaira-. Uy, perdón, no tendría que haber dicho eso... -añadió tapándose la boca con la mano.
-¿Por qué no? Es la verdad -contestó Paula.
-Ya sabes que me voy después de la misa -comentó su amiga cambiando de tema.
-No, Zaira, por favor...
-Sí, ya hemos hablado de ello. No podría comer al lado de un príncipe. Me pondría muy nerviosa.
Daniel se había ofrecido a llevar a Paula al altar, pero ella se lo había agradecido y le había dicho que no era necesario porque iba ser una boda muy sencilla en la que solamente iba a haber un par de testigos.
Lo cierto era que le producía un terrible dolor que no fuera a acudir nadie de su familia. Le habría encantado que su hermano Gonzalo estuviera allí con ella, pero no tenía ni idea de cómo localizarlo.
Había llamado a su casa para decirle a su padre que se iba a casar, pero, en cuanto había oído la voz de su hija, Miguel Chaves había colgado el teléfono.
Paula había intentado convencerse de que daba igual, de que aquella boda era un matrimonio de conveniencia que iba a tener lugar única y exclusivamente por el bien del niño, que el anillo que le iba a entregar Pedro no se lo iba a entregar con amor.
Ni siquiera con respeto porque, si Shahir seguía creyéndola una ladrona, ¿cómo la iba a respetar? Claro que, si la gente empezaba a dudar de la versión de Marcela Stevens y a sospechar de lady Pamela, tal vez, Pedro terminaría descubriendo la verdad. -¡Ve por él! -le dijo Zaira al oído cuando Paula llegó al inicio del pasillo.
Paula se sonrojó de pies a cabeza y se quedó mirando a Pedro, que la esperaba junto al altar más increíble y guapo que nunca.
¿Para qué negarlo? Estaba perdidamente enamorada de él. Cuando Pedro la llamaba por teléfono, Paula sentía mariposas en el estómago y, cuando le sonreía, sentía que se le elevaba el corazón como si tuviera alas.
La ceremonia fue breve, pero Paula no pudo evitar emocionarse cuando Pedro le puso la alianza.
Ahora era su marido.
Pedro estaba realmente preocupado por Paula porque cada día parecía más frágil y estaba más pálida aunque ella siempre decía que se encontraba bien. Estaba deseando irse a Dhemen para que un ginecólogo de su entera confianza pudiera examinarla.
Mientras Pedro pensaba en todo eso, Paula no podía dejar de pensar en que ni siquiera tenía ramo de novia, en que todo aquello era una farsa, en que aquel matrimonio adolecía de amor por todas partes y en que era mejor que se fuera acostumbrando porque eso era lo que la esperaba.
Estaban saliendo de la iglesia cuando Paula sintió una aguda punzada de dolor en el bajo vientre que la hizo doblarse hacia delante.
-¿Qué te pasa? -exclamó Pedro, preocupado.
-Me duele -consiguió contestar Paula-. ¡Me duele mucho!
Pedro dió instrucciones en árabe a su hermano Federico, tomó a Paula en brazos y la metió en el coche.
-Tengo miedo -confesó Paula nerviosa.
A continuación, cerró los ojos con fuerza y rezó. Mientas tanto, Pedro la hizo tumbarse, él se sentó, le colocó la cabeza sobre su regazo y le agarró las manos para darle fuerzas.
-No te preocupes, llegaremos al hospital en menos de cinco minutos.
-Supongo que no tenías previsto que esto ocurriera hoy.
-Tú tranquila... -contestó Pedro apartándole el pelo de la cara-. Estoy contigo y no te va a pasar nada. Los momentos difíciles no lo son tanto si se llevan entre dos.
Paula estaba sinceramente preocupada por tener un parto prematuro, temía que le sucediera algo al niño.
Al llegar al hospital, Paula se quedó anonadada, pues se trataba de una clínica privada que pertenecía a una de las fundaciones de Shahir.
Nada más examinarla, el médico decidió que había que ingresarla.
-Deberías comer algo -le indicó Paula a Pedro diez minutos después, una vez a solas en su habitación privada.
-¿Estás de broma?
-¿No tienes hambre?
-Me quiero quedar contigo.
-No hace falta -mintió Paula porque, en realidad, lo que más necesitaba en el mundo era su compañía.
-Me da igual que haga falta o no porque me voy a quedar de todas formas.
Aquella declaración impresionó a Paula, que comenzó a relajarse.
-Estoy cansada... -bostezó desde la cama.
-Duerme -le indicó Pedro.
Paula así lo hizo y, cuando se despertó, lo primero en lo que se fijó fue en su mano y en cómo brillaba su alianza de matrimonio.
Tal y como había prometido, Pedro no se había ido. Estaba de espaldas a ella, mirando por la ventana.
-Supongo que no era así como tenías planeado pasar el día de nuestra boda -comentó Paula.
Pedro se giró hacia ella y la miró preocupado, lo que sorprendió a Paula.
-Parece que ya no estás tan pálida. ¿Te duele algo?
Paula negó con la cabeza y Pedro sonrió aliviado, se acercó a la cama y la miró.
-Eres una mujer fuerte y nuestro hijo también lo será.
-¿Voy a tener que pasar la noche aquí?
-Sí -contestó Pedro-, ¿Tienes hambre?
-No.
-Estoy preocupado por el peso que has perdido y el médico, también -comentó Pedro con amabilidad.
-Tener náuseas todo el rato no me permite disfrutar de la comida. Por eso he perdido tanto peso -le explicó Paula-. ¿Tú has comido algo?
-No, estaba tan preocupado por tí que no tengo hambre -contestó Pedro.
Paula lo miró a los ojos y suspiró.
-Está bien, mensaje recibido. Intentaré comer un poco.
Efectivamente, Paula consiguió deglutir una comida ligera e incluso saborear una mousse de chocolate antes de volverse a quedar dormida.
Se despertó a medianoche y vió que había luz en un rincón de la habitación.
Pedro estaba sentado en una silla junto a la cama y Paula se quedó mirándolo.
-¿Por qué estás aquí todavía? -murmuró sorprendida de que no la hubiera dejado a cargo del personal médico.
Pedro no pudo ocultar su sorpresa por la pregunta.