El hombre volvió a gritar:
—El desayuno está listo. Ven, Pedro. Apresúrate, o se enfriará la carne.
—Voy.
Paula miró al hombre que estaba a su lado al ver que se ponía de pie.
—Pero... pero... —tartamudeó Paula—. ¿Ese hombre lo llama?
Matías la miró, y se hizo un silencio.
—Eso me temo —respondió él al fin—. ¿Y bien, Paula? Espero que me hagas pedazos... no me desilusiones.
Paula lo miró. Se ruborizó al saber que era Pedro Alfonso quien la miraba, con quien habló, y quien la hizo pronunciar esas frases atrevidas. Supuso que alguien le señaló al hombre equivocado en la exposición.
—Debiste decírmelo —le reprochó Paula—. ¡Nunca me sentí tan avergonzada en toda mi vida!
—¿Avergonzada? ¿Tú? —rió burlón—. ¡No estás avergonzada, Paula Chaves! Además, sólo puedes culparte a tí misma. Insististe en que no podría ser confundido con Pedro Alfonso—rió—. Vamos —extendió una mano para ayudarla a ponerse de pie.
Paula gimió y colocó la mano en la de él. Se puso de pie.
—Dijiste que te llamabas Matías—le recordó Paula.
—Una mentirita blanca —aseguró Pedro—. Él es Matías—con la cabeza señaló en dirección al hombre que gritó. April sintió el calor de su mano, y su circulación se aceleró.
—Eso no fue agradable —indicó ella.
—No soy simpático. De cualquier manera, al menos obtuve una crítica honesta. No tienes idea de lo difícil que es conseguirla.
—¡Por todos los cielos, Pedro! —gritó con impaciencia el hombre desde la casa—. Apresúrate.
—¿Quieres desayunar? —preguntó Pedro a Paula, y le soltó la mano.
Al instante, ella sintió frío. Miró al hombre enorme que se encontraba en la terraza, antes de responder.
—No, no lo creo. Tu amigo tiene una apariencia...
—No te preocupes por Matías. No aprecia mucho a las mujeres; no obstante, su ladrido es peor que su mordida.
—Tal vez en otra ocasión —murmuró Paula.
—De acuerdo. Fue interesante hablar contigo, Paula... muy ilustrativo.
Ilustrativo... Paula meditó en la palabra al caminar por la playa. Suponía que Pedro quiso decir que obtuvo una opinión franca sobre sus esculturas. Deseó poder comprender por qué se sentía siempre atraída hacia los hombres equivocados. El único consuelo era que Pedro parecía mucho más joven que Pablo. Calculó que tendría entre veinticinco y treinta años. Pensó que era una ironía no haber logrado que Pablo mantuviera las manos y ojos apartados de su cuerpo, y en cambio, no logró que Pedro la mirara. Ya en la casa, recordó que fue Pablo quien le señaló al escultor en la exposición... y él no podría equivocarse. La situación la dejó tan perpleja que volvió a telefonear a su tío.
—¿Tan pronto, Pau? —bromeó Juan.
—Acabo de encontrar a Pedro Alfonso—explicó de inmediato.
—¿Sí?
—¿Puedes decirme qué apariencia tiene? —inquirió.
Hubo un momento de silencio, antes que su tío respondiera.
—¿Es una broma, Pau?
—parecía preocupado.
—No, por supuesto que no —aseguró, de inmediato—. Es sólo... que no parece el mismo. Es... diferente al hombre que ví en la exposición. Hazme un favor y descríbelo.
—¡Pau!
—Por favor... —suplicó.
Su tío suspiró.
—De acuerdo. Bastante alto; muy delgado; cabello castaño; atractivo, aunque algo pálido; ojos interesantes de un color azul grisáceo. No puede contarse entre los diez hombres mejor vestidos de este año —rió.
—No es él —aseguró Paula.
—¿No es él? ¿Qué quieres decir con eso? ¡Por supuesto que es él! Lo vi en más de una ocasión.
—Me refiero a que no es el hombre que conocí en la playa, y quien dice ser Pedro Alfonso—un estremecimiento recorrió su espina.
—¿Estás segura, Pau?
—Sí... —respondió con un murmullo.
—Mira, Pau, cuelga y cierra la puerta con llave. Sólo Dios sabe lo que sucede. Llamaré a la galería de Pablo y hablaré con su asistente. Después te llamaré. Si todavía estás preocupada, será mejor que regreses a casa, ¿de acuerdo?
Paula caminó de un lado al otro, en espera de la llamada de su tío. Deseaba creer que el hombre de la playa era sincero, mas no podía olvidar que en el mundo suceden cosas extrañas. Existe toda clase de embusteros en operación, en su mayoría hombres guapos en busca de mujeres vulnerables. Oró para que en esa ocasión no fuera así. Al sonar el teléfono, tomó el auricular.
—¿Tío Juan?
—Respira tranquila, cariño. Sí es Pedro Alfonso. Parece que sufrió un accidente automovilístico poco después de la exposición. No fueron heridas que amenazaran su vida; sin embargo, tiene una apariencia diferente. Se rompió la mandíbula, y tuvieron que restaurarla, por un lado. Comentan que contrató a una especie de entrenador para que lo ayude a estar preparado y en condiciones para más cirugías. En apariencia, desarrolló su cuerpo de manera considerable, lo que lo hace parecer más grande y alto. ¿Eso explica el cambio?
Paula intentó asimilar la sorprendente noticia... un accidente, hospital, cirugía... Todo encajaba, en particular, el asunto del entrenador. Con seguridad era el hombre de la terraza.
—Bueno, sí, eso supongo... —Paula pensó en el color del cabello de Pedro, y comprendió que después de pasar semanas bajo el sol, podía aclararse. Eso explicaba también que la piel antes pálida, ahora estuviera bronceada. Sin embargo...
—La secretaria de Pablo dice que él se volvió una persona difícil de tratar — informó su tío, e interrumpió sus pensamientos—, ya no es el Pedro controlado de antes. Es algo que puedo comprender, pues no puede ser fácil tener que controlar las necesidades creativas. Para los médicos resulta muy fácil decir que todo será temporal. Puedo asegurarte que yo estaría muy preocupado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula—. ¿Tiene algún problema en las manos?
—¿No lo dije? No, no son sus manos, sino sus ojos. Resultaron dañados en el accidente y tiene ceguera temporal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario