Lo de que le iba a doler y se sentiría floja durante una semana era la verdad literal, como tuvo ocasión de comprobar Paula. Era completamente imposible que hubiera podido quedarse sola, ni mucho menos ocuparse de la niña. Marcharse a casa con Pedro fue la solución ideal, y le permitió, no solo recuperarse, sino descubrir montones de cosas que la fueron tranquilizando y llenando de seguridad. Cada ver sentía más vergüenza de haber dudado acerca del futuro compartido con él. Nadie podría haberla cuidado con más cariño ni haber estado más pendiente de sus necesidades. Todos los días iba a visitarla una enfermera para comprobar su evolución, pero era Pedro quien le daba de comer, la lavaba, la ayudaba cada vez que necesitaba hacer algo, y le hacía toda la compañía posible. Cuando estaba despierta, él le llevaba a Olivia cuando iba a darle de comer. Ella no podía hacerse cargo de la niña, pero le gustaba verlo con ella en brazos, hablándole como si fuera a entender cada palabra que le dirigiera, e incluyéndola siempre en la conversación. Había instalado una mecedora en el dormitorio, y allí se pasaba las horas muertas, mirándolas a las dos embelesado. La primera vez que vio a Olivia chupar con tantas ganitas del biberón, sintió un enorme desconsuelo. ¿Habría sido imaginación suya aquel poderoso lazo que le había parecido que se formaba entre ella y su hija al amamantarla? Le dolía sentirse tan prescindible. Debilitada en todos los sentidos por la operación, acabó por romper a llorar.
—Para ella es lo mismo —le explicó entre hipidos a Pedro—. El biberón le sirve igual.
—Le sirve ahora que se ha acostumbrado a él, Pau, pero te aseguro que la primera vez nos volvió locos tratando de dar con un sustituto que le gustara, pero la señorita sabía perfectamente que no le estaban dando la leche de su mamá.
—¿Los tenía a todos? ¿Qué quieres decir?
—A mí, a Leandro, a Diego y a Spike. Yo fui el que tuvo que persuadir a Olivia, mientras ellos se encargaban de la intendencia.
Y Paula le escuchó, sorprendidísima, mientras le describía su aplicación de método científico a la búsqueda del biberón perfecto, la colaboración de sus aprendices, las reacciones de la niña, cómo la había adoctrinado, y cómo se había conformado al fin con el tercer tipo de leche. Terminó por sonreír, lamentando únicamente que no hubiera habido alguien con una videocámara, grabándolo todo.
—Lo hiciste fantásticamente, Pepe —le dijo, con sincera admiración, y considerablemente reanimada tras oír su relato.
Y, al ver la sonrisa que le iluminó la cara, aún se sintió más aliviada. Al parecer, manifestar aprobación funcionaba con todo el mundo. Y alabar a las personas. Agradecerles lo que hacían. El amor y el aprecio iban unidos.
—No dejes que te afecte lo del biberón, Pau —le rogó él, con la mirada llena de cálida simpatía—. Ya sé que te habría gustado seguir amamantándola,pero ya verás como la próxima vez todo nos saldrá mejor. No tendrás que renunciar a nada que quieras darle.
—¿La próxima vez? —Paula no sabía cómo tomarse aquello.
—Oh… —se lo veía confuso, y trató de quitarle importancia—. No es más que una ocurrencia mía. Un poco prematura. Olvídalo. Lo importante es que Olivia está bien. No tienes por qué preocuparte.
—No estás siendo sincero conmigo —lo reconvino Paula—. ¿Por qué no comentas conmigo lo que se te ha ocurrido?
—Es que, verás —contestó él, encogiéndose de hombros—, me parece que he dado por sentadas algunas cosas, y tú me has dicho que no fuera demasiado rápido. Creo que es mejor dejarlo así por ahora, Pau.
—Verás, tengo ahora una nueva política de puertas abiertas —le dijo ella, muy persuasiva—. Soy toda oídos, Pepe —y de verdad deseaba compartir sus pensamientos e ilusiones más íntimos.
Entonces él la miró, con esa mirada directa de sus ojos verdes que parecía clavarse como una flecha en el centro del corazón de Paula, y dudó aún unos instantes, porque temía cometer un error en ese momento. Ella le devolvió otra mirada serena, en la que se reflejaba su deseo de compartir las cosas plenamente con él.
—A mí no me gustó nada ser hijo único, Pau —empezó Pedro—. Y una vez que tenemos a Olivia… Se me había ocurrido que, dentro de uno o dos años… Si te sentías con fuerzas…
—¿Aumentáramos la familia?
—¿A tí qué te parece? —preguntó él con mucha prudencia—. Si prefieres que nos quedemos solo con ella… Solo es una idea. Eso sí, le he estado dando bastantes vueltas esta última semana. A ver si me explico: ahora ya no me puedo imaginar la vida sin Oli. Quiero muchísimo a esta cría. Y si tuviéramos más, pues aún habría más cariño para todos, ¿A que sí?
Paula sentía unas ganas locas de reírse a carcajadas. Pues no se había equivocado poco con Pedro. Sería como para reírse, si no hubiera estado a punto de resultar, en el fondo, trágico. Las lágrimas pugnaron por salir, pero luchó por dominarse, y volvió a sonreírle serenamente.
—Yo también fui hija única, y entiendo muy bien lo que me estás diciendo, Pepe. A Oli le vendría muy bien tener un hermano o hermana.
—¡Eh! —exclamó él, con una sonrisa de satisfacción—. ¿Estás oyendo eso, pequeñaja? —le dijo a Olivia, que dejó de succionar para prestarle a él toda su atención—. De momento, eres la reina del mambo, pero vas a tener compañía. Pedorreta con pompita.
—Ya estamos otra vez, menuda impertinente estás hecha. Se lo contaré a Spike, si no eres respetuosa.
Y el perro, que estaba sentado junto a la mecedora, se incorporó de un salto para comprobar de qué iba aquello. Miró a Olivia, y la niña lo miró directamente a los ojos, como si le estuviera advirtiendo de que no se le ocurriera interferir entre su padre y ella. Después, levantó sus ojitos hacia Pedro, y entreabrió de nuevo los labios para tomar la tetina.
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