"Estás madura y lista para un amante, Paula" le había dicho Pablo, después que ella le confesó su falta de experiencia. "Debes agradecer que no me haya aprovechado de ese hecho". En aquel entonces, no se lo agradeció.
—Podría quedarme así por siempre —murmuró Pedro con voz soñadora, y se apoyó hacia atrás, contra las manos de Paula.
El contacto repentino de la parte superior de su espalda con los senos de Paula la impresionó y lo empujó para que se enderezara.
—Ya es suficiente —manifestó —. Vine aquí para leerte, no para ser tu esclava personal —en silencio le pidió que le permitiera ser su esclava.
—Muy bien —Pedro se volvió y se recostó sobre el estómago—. Lee, mas no me culpes si me quedo dormido, pues me siento muy relajado.
¡Él estaba relajado, pero ella tenía los nervios de punta!
Paula se tomó su tiempo y buscó una postura cómoda en la arena, antes de abrir el libro. Aspiró profundo y empezó a leer. Unas páginas después pensó que era típico, pues se trataba de una novela acerca del rechazo. Al notar que callaba dudosa, Pedro preguntó:
—¿Acaso eso es todo?
—Oh, cállate, o tendrás que pedirle a Matías que te lea.
—Imposible —aseguró Pedro.
—Nada es imposible.
—Mati no sabe leer —explicó Pedro.
El corazón de Paula se entristeció. Una vez más se sentía culpable por permitir que sus propios sentimientos la consumieran, cuando la gente que la rodeaba tenía problemas mayores, tales como un compromiso roto, la ceguera, el no saber leer.
—¡Oh, Pedro! ¡Pobre hombre!
—Sí. Iba a enseñarlo a leer antes que ocurriera este maldito accidente. No quiso asistir a la escuela nocturna porque aseguró que no soportaría que se rieran de él.
—No me digas más o lloraré —pidió Paula.
Pedro se inclinó y le dió golpecitos en el brazo.
—Eres muy tierna. Será mejor que te endurezcas, cariño, o el mundo te comerá. Al menos... eso es lo que Matías siempre aconseja.
—¿Y cuál es tu consejo? —preguntó Paula.
—En tu lugar, no pediría mi consejo respecto a los problemas de la vida en este momento —respondió Pedro con ironía—. Solía pensar que tenía todas las respuestas, que sabía con exactitud adonde iba y lo que quería de la vida. Observaba las malas decisiones que otros tomaban respecto a sus carreras y compañeros, yestaba seguro de haber evitado todos los escollos. Lograba que mi nombre fuera reconocido en el mundo del arte y estaba a punto de contraer el matrimonio perfecto, según pensaba. ¡Todo quedó en tinieblas de pronto! Créeme, Paula, el quedarse ciego le da a uno una nueva perspectiva —rió—. ¡Al menos, descubres quiénes son tus verdaderos amigos!
—¿No tienes familia, Pedro? —le impresionó el tono de amargura que escuchó en su voz.
—No, mis padres no eran jóvenes cuando me tuvieron. Hace algunos años murieron. Tengo un par de primos distantes en diferentes lugares de Australia, pero a nadie cercano.
—¿Come empezaste a esculpir? —quizo saber Paula.
Tenía la intención de que Pedro dejara de pensar en el accidente, y en la infelicidad subsecuente.
—Papá y mamá eran artistas. Papá pintor y mamá alfarera. Uno de sus amigos era escultor... un hombre fascinante. A los trece años, solía ir a su estudio y fingía que quería aprender a esculpir, sólo para escuchar las historias que contaba; sin embargo, antes de darme cuenta, quedé atrapado.
—Parece que él es un hombre interesante —comentó Paula.
—Lo era, pues ya murió. El certificado de defunción dice que fue cirrosis hepática, pero para mí, con más exactitud, fue un corazón roto.
—¿Qué sucedió? —preguntó Paula.
—Se enamoró de una de sus estudiantes... una chica veinte años más joven que él. Se casó con ella después de un noviazgo rápido.
—¿Y?
—Sucedió lo inevitable, por supuesto —respondió Pedro—. Después de seis meses, la luna de miel terminó. ¡Al menos para ella! Un día, simplemente dijo que él la aburría, y se fue con otro de los estudiantes, un joven de veinte años. Gabriel quedó destrozado, empezó a beber y no dejó de hacerlo hasta que murió. Fue una gran pérdida, y todo porque permitió que su corazón gobernara a su cabeza. Fue un loco al casarse con una jovencita.
Paula parpadeó ante el rencor que expresaba Pedro y comprendió por qué era tan desdeñoso con las jóvenes, en particular con las estudiantes. Era evidente que la muerte de su maestro causó una fuerte impresión en su mente adolescente, y le hizo pensar que no se podía tener fe en ninguna mujer joven. El hecho de ser hijo único de padres mayores, también contribuyó a que él tuviera es.e punto de vista. ¿Qué bien obtenía al comprender la actitud de Pedro? Eso señalaba la inutilidad de sentir por él otra cosa que no fuera amistad. Respiró profundo, y dejó salir el aire contenido con un suspiro.
Después de una pausa, Pedro añadió:
—Algo me dice que Dick Francis no será escuchado bien hoy. ¿Qué te parece si mejor dormimos una siesta?
Paula se controló, decidida a concentrarse en ser la amiga que él necesitaba.
—¡En definitiva, no! —aseguró —. A las cinco ya habremos llegado a la página cien. Mañana terminaremos. Ahora... volveré a empezar...
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