Diego le alargó el biberón. Ambos muchachos se quedaron a la espera de la reacción de la niña. Después de haber olido el pañal sucio que había sido desechado, Spike se unió a los demás. Todos los ojos estaban pendientes de la tetina que entraba en la boca de Olivia.
—Está chupando —dijo Diego, nervioso.
—Sí, pero, ¿Saca algo? —preguntó Leandro.
Las pequeñas mandíbulas trabajaron por espacio de un minuto antes de darse por vencidas. Luego escupió la tetina con manifiesta frustración. Empezó a llorar. A Pedro se le volvió a formar un nudo en el estómago. Miró el nivel del biberón. Apenas había descendido.
—Vamos con la intermedia —ordenó, deseoso de mantener la serenidad, a pesar de sus sospechas sobre la disposición de su hija a adaptarse a las circunstancias adversas.
Mientras Diego se hacía cargo del biberón descartado, Leandro llevó el siguiente. Spike dió un gañido y la niña detuvo su llanto para mirar al perro. Pedro le puso el biberón en la boca y Olivia comenzó a chuparlo. Aunque no por mucho tiempo. Abrió la boca y la leche se le derramó por las comisuras. Tenía una mueca de repugnancia en la carita.
—Ya te lo dije, pequeña. Ninguno de éstos va a saber igual que la leche de tu madre.
Pedro se escuchó la voz quebrada y por vez primera descubrió en qué forma un niño puede reducir a un manojo de nervios a un adulto. Le pasó el biberón desdeñado a Leandro.
—Ha rechazado el primer preparado. Probemos el segundo. Tetina intermedia.
Antes de ofrecerle el siguiente biberón, Pedro limpió bien los restos del preparado anterior, ya que no quería que la niña lo confundiera con el otro. De una u otra forma, tenía que alimentarla. Olivia se aplicó con apetito a la siguiente tetina y durante los siguientes cinco minutos pareció que iba a ser la ganadora. Pero entonces su estómago se revolvió y el preparado fue devuelto. Manchó las toallas, y Leandro se las llevó a la lavadora. Mientras Diego las reponía, Pedro se esforzó en calmar a la niña, tomándola en brazos y palmeándola suavemente. La niña volvió a vomitar sobre su espalda. «Menuda pesadilla», se dijo, luchando por mantener los nervios bajo control. Spike examinó el vómito y decidió no lamerlo. Leandro lo limpió. Como había vaciado el estómago, Olivia empezó a llorar pidiendo más alimento.
—Tercer preparado, tetina intermedia —pidió Pedro, con un toque de desesperación en la voz. Volvió a colocar a la niña sobre su brazo y la advirtió acerca de lo serio de la situación—. Este es el último, Oli. Ya has rechazado los demás. Piénsatelo bien.
—A lo mejor deberíamos volver a probar con la tetina estrecha, Pedro—dijo Diego, ansioso—. Así se irá haciendo al sabor, antes de que le pase al estómago.
Pedro asintió, con la mente todavía nublada ante la posibilidad de un nuevo desastre:
—Bien pensado. Puede que la solución sea que le pase menos cantidad.
Todos contuvieron el aliento mientras Olivia empezaba a chupar de la tetina, con más cautela esa vez.
—Este está rico, rico —le dijo a la niña Pedro, que, en aquel punto, había decidido hacer uso de la propaganda.
Lentamente desapareció del rostro de Olivia la sospecha de que la estaban intentando envenenar. Sus succiones incrementaron el ritmo, y el contenido del biberón comenzó a descender.
—Lo tenemos —exclamó Diego.
—Muy bien —asintió Pedro, cuyos nervios se empezaron a relajar—. Esta es. Perfecto. Nos deshacemos de los dos primeros preparados, y colocamos las tetinas estrechas en los otros dos biberones de esta leche. Guardenlos en el frigorífico para después.
Esperaba que Olivia estuviese almacenando a su vez aquel sabor y aquella tetina en las células de su memoria, para reconocerlo en futuras tomas. En teoría, el procedimiento científico era impecable, pero los seres humanos eran contradictorios e impredecibles. Y no le había quedado más remedio que reconocer que tenía en brazos un ser humano en miniatura con mente y estómago, propios, que dependía por completo de él para ser alimentado. Era toda una experiencia.
—¿Usamos ya el esterilizador para los biberones que sobran, Pedro? — preguntó Leandro.
—Sí. Lavenlos antes.
Contentos por el éxito, los muchachos volvieron a su trabajo de cocina. Spike continuaba vigilante, intentando almacenar en su mente canina toda la nueva información sobre los cachorros de esa especie. Pedro empezaba a sentirse feliz de que Olivia hubiera acabado por aceptar lo inevitable, al menos por esa vez. Tal vez se hubiera rendido por cansancio o por desesperanza, aunque prefería contemplarlo desde el lado positivo: su hija no se iba a morir de hambre ni de sed; al contrario, estaba a salvo a su lado. Tal y como él le había prometido que estaría.
—Tu madre estará orgullosa de tí, Oli. Has dado un gran paso. Y lo has hecho estupendamente.
Olivia soltó la tetina porque tenía hipo. ¿Sería el inicio de nuevas protestas? Claro que, a lo mejor, había tragado aire. Pedro depositó el biberón en la mesa para poder darle en la espalda un suave masaje, que dió como resultado dos grandes eructos. Sin vomitar nada. No había señales de que nada fuese mal. Sonrió a los chicos, que habían dejado de faenar en la cocina para contemplar el desenlace de aquello:
—No hay de qué preocuparse. Lo dijo casi mareado por el alivio mientras se cambiaba de brazo a Olivia. Luego le dijo a la niña:
—¿Ves como tu padre te puede cambiar de lado? Igual que mamá. Y ahora, aquí viene otra vez el biberón rico, rico —se lo acercó a la boquita, y la niña volvió a absorber, lo que lo llenó de orgullo paternal—. Estás hecha una campeona, Oli. Y aprendes muy deprisa.
Spike ladró para manifestar su acuerdo y rodeó trotando la silla para seguir contemplando la operación, desde el otro lado. Lo peor de la crisis estaba superado.
—Gracias por el trabajo de equipo, muchachos —dijo Pedro con calidez—. Sin su ayuda, creo que las habría pasado muy mal.
—Ha sido una nueva experiencia —dijo Leandro, sonriendo.
—Sí —asintió un Diego, también sonriente—. Operación Biberón. Esa es buena, ¿Verdad, Leandro?
Y ambos rieron, satisfechos de haber podido ayudar. Pedro miró a la pequeña. Todos habían aprendido algo ese día. Sentía una sensación de cercanía que no se parecía a nada de cuanto hubiera sentido con anterioridad. Aquella diminuta personita le era preciosa. Deseaba que fuera feliz. Con él. Con el mundo, con todo. Y, costara lo que costara, él se las arreglaría para que así fuera. Spike se adelantó y apoyó su regazo la cabeza, reclamando también su lugar en la familia. Le acarició el largo pelo revuelto. Si Paula estuviera allí con ellos. Una sensación de carencia menguaba la euforia que debería haberle causado su éxito ejerciendo de padre. Paula debía de estarlo pasando fatal, y esperaba que en el hospital le dieran los calmantes necesarios, además de antibióticos. De lo contrario, aquella noche montaría una escena. Apenas se habían visto en los últimos tres días, por elección de ella, y empezaba a sospechar que Paula ya se sentía mal, y se lo había estado ocultando. Aunque lo que no entendía era por qué se lo había ocultado. ¿Acaso no se daba cuenta de que él haría cualquier cosa por ella? Había algo en la forma de pensar de Paula que no iba bien. Había pedido ayuda a Violeta, en lugar de a él. Esa tarde averiguaría por qué no había acudido a él, cuando era lo que debería haber hecho de forma automática, instintiva. ¿O todavía no confiaba en él para cuidar de Olivia? Sacudió la cabeza, perplejo, y posó en la niña la mirada. Había dejado de succionar, tenía cerrados los ojos, y en su dulce carita había una expresión de completa satisfacción. Aquello fue para él un verdadero estímulo, que lo llenó de sentimientos favorables, relegando por el momento toda ansiedad y preocupación. «Mi niña», se dijo. «Mía y de Paula». Al menos había podido descargar a ella de una de sus preocupaciones. La Operación Biberón había sido un éxito.
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