jueves, 6 de julio de 2017

Paternidad Inesperada: Capítulo 41

En conjunto, la actuación de la niña dejó a Paula impresionada, y preguntándose si, después de todo, no habría algo más de cierto en la comunicación instintiva de lo que ella creía. Y en el transcurso de los siguientes días, se le hizo evidente que Pedro tenía una aptitud innata para la familia. Hablaba de sus aprendices como de «sus chicos», y ellos respondían tratándolo como si fuera una especie de segundo padre. Spike iba a todas partes pegado a sus talones, y, lógicamente, participaba prácticamente en todas las actividades. Olivia, la «cría», o, como sospechaba ella, la «cachorrita», para Spike, era la mascota de todos ellos.

Por fin llegó el día en que la enfermera la  declaró curada. Después de acompañarla a la puerta, darle las gracias y despedirse de ella,  fue en busca de Pedro y Olivia para darles la buena nueva. Oyó voces en el porche, que era donde él  daba la última capa de barníz a los muebles, y se encaminó hacia allí, pero se detuvo antes de entrar, al darse cuenta de que estaba reunido con Rodrigo Larosa, el anticuario. No quería interrumpir una conversación de negocios. Pero la tal conversación llegó hasta ella, alta y clara, puesto que la puerta estaba abierta.

—Es toda una campeona, Rodri—declaró Pedro, lleno de orgullo—. Duerme toda la noche seguida. No da ningún problema. Más te vale tener una niña la próxima vez.

—Sí, me temo que los chicos hacen más ruido —se oyó responder, un poco mohíno, al otro—. Oye, tiene exactamente tu barbilla, Pepe.

—Pero los ojos son clavados a los de Paula.

—Y el pelo rubio lo habrá sacado de tí.

—Supongo que sí. Va a ser impresionante, Rodri. Una rubia con unos ojazos oscuros para parar un tren.

—Parece que a su papá ya lo tiene totalmente conquistado —dijo Rodrigo, divertido.

Y Pedro rió.

—Pues sí. Y a ese chico tuyo, ya le puedes ir advirtiendo que no se le acerque demasiado, porque me encontrará con escopeta en mano.

 Y Paula sonrió al oírlo. No era que tuviera muchas dudas acerca de la actitud de Pedro para con Olivia, pero, desde luego, después de oír esa conversación, no le cabía ninguna.

—Bueno, tengo que irme ya —dijo Rodrigo, volviendo por un momento a los asuntos de negocios—. El escritorio ha quedado soberbio, Pepe, a mi cliente le va a encantar.

—Leandro te lo acercará esta tarde. Te acompaño a calle, y, de camino, hay en el taller otra cosa que quiero que veas.

Con un poco de apuro, Paula se escabulló para que no se la encontraran en medio del pasillo.

—Cuida de Olivia, Spike —se volvió Pedro en el umbral a decir—. Yo no tardaré.

Esas libertades que parecía darle al perro la  sorprendieron. En cuanto no hubo moros en la costa, se acercó de nuevo a la entrada del porche. Spike estaba sentado junto al moisés, con la cabeza inclinada y las orejas alerta, mientras Olivia movía los puñitos y hacía pompitas. El perro produjo un sonido entre interrogador y quejumbroso, y, en respuesta, la niña alzó la voz, en tono de apremio. Spike se dejó caer junto al moisés, apoyando la cabeza sobre el borde del mismo. Olivia gorjeó. Paula tuvo la intensa impresión de que a esa enorme bestia, que tanto respeto le causaba a ella, a la niña la tenía ya totalmente conquistada también. Desde luego, miedo no le daba ninguno. Aprovechó la proximidad del perro para agarrar un puñado de sus pelos, y Spike sacó su larga lengua y le rozó con ella suavemente la barbilla. Olivia gorjeó gozosa, y Spike, que había notado la presencia de Paula, volvió la cabeza hacia el umbral a mirarla, como si le dijera: «Me lo ha pedido ella».

—Muy bien, mientras no te la comas de un bocado —se oyó decirle, benévolamente, para, al momento siguiente, preguntarse si había perdido el juicio.

Pero el perro volvió a apoyar la cabeza tranquilamente, dejando que Olivia jugara con su pelo, y sin inmutarse en absoluto, mientras el bebé emitía gorgoritos, divirtiéndose, al parecer, mucho.

—No te preocupes. Spike está convencido de que es su niñera.

Paula se sobresaltó al pasarle Pedro el brazo por la cintura, pero se relajó prontamente al recostarla cariñosamente contra él.

—Es tan grandote —contestó, dando un suspiro.

—Tanto mejor para protegerla. Spike la defendería con su vida, Pau. Pero si quieres que le regalemos un perro más pequeño…

—No —era evidente que entre perro y niña se había forjado un vínculo misterioso, con el que los dos estaban contentos. Sin duda, algo tendría que ver en ello Jack, y ella confiaba en su intuición—, pero siento tener que decirte que Olivia te está quitando a tu perro —le advirtió, medio en broma.

—Ya, ya —murmuró él, mordisqueándole la oreja—. Hay algo irresistible en los pequeñajos, los bebés, los cachorros, los gatitos, los pollitos. Debe de ser la primera vez que Spike se encuentra con un cachorro, y no debe querer perderse nada de lo que vaya sucediendo.

 Fue su propia intuición la que le dijo a Paula que él estaba hablando en realidad de sí mismo. Tampoco él quería perderse nada de ese proceso. La próxima vez, estaría junto a ella a lo largo de todo el embarazo. La próxima vez, no habría soledad alguna, sino todo lo contrario.

—Me ha dicho la enfermera que estoy muy bien —le dijo entonces—, y que me he recuperado muy rápidamente, gracias a que tú te has hecho cargo de todas las obligaciones. Por cierto, que ya puedo volver al trabajo.

Pedro cambió de postura. Paula lo sintió erguirse, y su pecho dilatarse, y, al cabo de un momento, su aliento le recorrió el cabello.

—Los chicos te han hecho una mesa estupenda, a la medida de tus necesidades. La podríamos instalar en el solarium, y convertirlo en un perfecto taller para ti. Desde aquí llegarías en coche en un cuarto de hora a casa de Violeta, para probar en su saloncito.

—Tengo que hablar con Viole —le contestó, sonriendo.

—Estoy seguro de que le parecerá bien.

 Y Paula se dió la vuelta, dentro de su abrazo, para que él viera la felicidad y la confianza que brillaban en su mirada.

—Tengo que hablar con ella de todos modos —dijo—. Para pedirle fecha de boda. Si sigues queriendo casarte conmigo.

—Que si quiero… —Pedro se rió, incapaz de expresar de otro modo la alegría que sentía—. Quiero que sea una boda por todo lo alto.

 —Eh, que cobra bastante —lo previno, sin poder evitar reírse con él.

 —¿Y qué más da? Será el mejor día de nuestras vidas. ¿Puede un bebé portar las arras?

—Pues no creo —le contestó ella, en el mismo tono—, pero quizá un perro sí.

—Te adoro, Paula Chaves—dijo Pedro, con toda su alma.

Y ella se lo quedó mirando, dejando que toda la emoción que rebosaba en su corazón se asomara a sus ojos, para que pudiera verla él, ese hombre tan maravilloso, su amante, su compañero, el padre de la futura familia de ambos.

—Te amo, Pedro Alfonso—le contestó, apasionadamente, y se puso de puntillas para besarlo. El beso sellaba su compromiso, pero, sobre todo, expresaba su amor, su confianza, el inmenso placer que hallaba en estar junto a él, en que él estuviera junto a ella.

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