Al día siguiente, el viaje de regreso a Sydney resultó largo y acalorado. A Paula se le dificultó mantener la mente fija en el camino, y esto no era muy sabio, puesto que era domingo y el tránsito de fin de semana estaba pesado. No vió a Pedro a solas esa mañana. Se detuvo en la casa de la playa sólo el tiempo suficiente para despedirse y prometer que lo visitaría el martes por la noche en el hospital. Lo operarían el martes por la mañana, mas le informó que no le permitirían recibir visitas hasta la noche. Tal vez fue su imaginación, sin embargo, pensó que Pedro se comportaba tenso con ella. Matías fue quien sostuvo la mayor parte de la charla. Era probable que él se sintiera avergonzado y hasta culpable por lo sucedido la noche anterior. Hizo un esfuerzo para actuar con naturalidad, aunque no resultó fácil. Casi se alegró al alejarse.
Cuando detuvo el coche frente a la casa de su tío en Balmain, varias horas después, estaba resignada a que su amistad con Pedro se desvaneciera una vez que recuperara la vista. El regresaría a su trabajo, y se olvidaría de ella, puesto que ya no necesitaría su compañía para distraerse. Se sentía deprimida, y al entrar en la casa fue un alivio descubrir que su tío no estaba. El le dejó una nota en la mesa de la cocina, en la que le informaba que asistiría a un té por la tarde. También le indicaba que la semana anterior consiguió un contrato para escribir una columna social en uno de los diarios. Al dejar la nota en la mesa, una sonrisa apareció en sus labios y fue a preparar una taza de té. Podía imaginar a su tío, vestido con su mejor traje, comiendo emparedados y pepinillos mientras charlaba con las damas, para extraer los detalles más íntimos y personales, con la habilidad de un mago que saca un conejo de su sombrero. A su tío le encantaban las murmuraciones, escuchar el último escándalo, y parecía que a la gente le agradaba confiar en él. Esto quizá se debía a que sabía escuchar y nunca se mostraba impresionado por lo que hiciera la gente. Frunció el ceño y se preguntó si su tío se sorprendería si le informaba lo sucedido entre ella y Pedro en la playa. ¿Cómo reaccionaría si él compartiera sus sentimientos y se hubieran convertido en amantes? La respuesta llegó de inmediato. Su tío no aprobaría que se relacionara con un hombre de la edad y experiencia de Pedro.
Su respiración se agitó. Tal vez Juan tendría razón, al igual que la tuvo Pedro, y ella era demasiado joven para él. Tenía que recordar que él no representaba la edad que tenía. Era un hombre que pensaba con seriedad, que tenía un punto de vista conservador, y que no seguía las últimas tendencias, como Pablo. Resultaba evidente que a Pedro, una joven de veintiún años le parecía infantil, en comparación a la clase de mujeres con las que estaba acostumbrado a tratar.
La temida Virginia tenía treinta y dos años. A diferencia de Pablo, Pedro no quería tener una aventura casual tras otra, sino una relación duradera con una mujer madura. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y su barbilla empezó a temblar. Era muy bueno decidir las cosas con sensatez. ¿Qué tenía que ver la sensatez con los asuntos del corazón? Amaba a Pedro a pesar de la diferencia de edades y estaba segura que era un amor verdadero y duradero. ¿Qué importaba todo eso? Él no la amaba, lo confesó. Sentada en una de las sillas de la cocina, lloró hasta que no le quedaron lágrimas. Secó sus ojos y se puso de pie al sentirse mejor. Levantó la barbilla y aspiró profundo, antes de continuar con la preparación del té. No acostumbraba golpearse la cabeza contra una pared de ladrillo, ni tenía la intención de ser una de esas chicas que se engañan al perseguir a un hombre. Decidió que una vez que Pedro fuera operado y estuviera de pie, dejaría que él decidiera si volvería no no a verse. Mientras tanto, regresaría a la universidad y continuaría con su vida.
Esa noche, el tío Juan regresó un poco después de las siete, con el rostro sonrojado por el licor, lo que indicaba que esa tarde no sólo sirvieron té. Paula pensó que tenía buena apariencia, aunque su cabello cano y su cuerpo corpulento hacían que representara cada uno de sus cincuenta y un años. Elogió el bronceado de su sobrina, y escuchó con interés su versión sobre las vacaciones y la amistad con Pedro y Matías.
—Entonces, nuestro famoso escultor será admitido en el hospital mañana — comentó Juan mientras bebía una taza de café fuerte.
—Así es.
—Los hospitales son lugares horribles —opinó Juan—. Recuerdo cuando me operaron de la vesícula. La noche anterior a la operación, no pegué los ojos, a pesar de la píldora para dormir. A la mañana siguiente, permanecí acostado una eternidad, en espera para que me llevaran a la sala de operaciones, mientras todos los demás desayunaban, hacían las camas y demás. Fue un infierno. Ese día leí por completo La Caza al Octubre Rojo. Puedo decirte que no fue una proeza mediocre.
—Me temo que Pedro no podrá leer —comentó Paula y suspiró. Deseaba que su tío no hablara de él o de la operación, pues eso la ponía nerviosa.
Durante las últimas dos semanas, apartó sus preocupaciones iniciales acerca de si la operación sería o no un éxito, y trató de tener una actitud positiva, por el bien de Pedro. Ahora que el momento se acercaba, todas sus dudas y temores regresaban. Imaginaba cómo se sentiría él en ese momento, sabía que estaría tenso y nervioso. Deseaba correr a su lado para consolarlo; sin embargo, tenía que mantenerse alejada. ¡Tenía que hacerlo!
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