—Bueno, entonces, te veré en la playa alrededor de las tres, ¿De acuerdo?
Sin esperar respuesta, Paula se volvió y subió con rapidez por los escalones.
Poco antes de las tres, Paula bajó a la playa. Pedro ya se encontraba sentado en la arena, y al acercarse, ella notó que se aplicaba loción protectora del sol en los brazos. Sintió la necesidad loca de acercarse a él, de colocar las manos sobre sus anteojos y preguntarle ¿Quién es? Sabía que lo haría reír. No obstante, no se atrevió a tocarlo, y decidió que sería mejor mantener las manos alejadas.
¡Qué diferente fue la situación en el verano anterior, en esa misma playa con Pablo, quien fue todo manos y la sedujo con su encanto sofisticado, dejando muy en claro sus intenciones. Estuvo enamorada en secreto de él durante algún tiempo. Ese fue uno de los motivos por los que acompañaba a su tío a menudo a las exposiciones en su galería. Pablo nunca la notó, hasta que se encontró solo en su casa de la playa, el verano anterior, después de que su última chica se fue. Estaba con el tío Juan en su casa de la playa. La idea que su tío tenía respecto a unas vacaciones, era leer y dormir mucho, por lo que la dejaba sola. Fue ingenua y tonta al no comprender hasta mucho después, que no fue honorable que él intentara seducir a la joven sobrina de un amigo. Ahora consideraba que tuvo suerte al escapar de Pablo.
Deslizó la mirada sobre el hermoso y semidesnudo cuerpo de Pedro, al tiempo que se dejó caer en la arena, a su lado. El instinto le dijo que él no se mofaría de su virginidad como lo hizo Pablo. Se entristecía al pensar que Pedro creía que era disoluta en ese aspecto.
—¡Ah! —exclamó Pedro. Una amplia sonrisa apareció en su rostro al volverlo hacia ella—. Regresó Florence Nightingale. ¿Qué espléndido libro trajiste para leerme? ¿Harold Robbins? ¿Jackie Collins? —su insinuación resultaba clara, pensaba que una joven moderna como ella sólo leería libros cuyos personajes reflejaran valores modernos.
Paula se sintió herida. El no tenía derecho para juzgarla con tanta dureza, ni tampoco para burlarse. Decidió que si Hugh continuaba actuando así, encontraría la edición de pasta dura entre sus perfectos dientes.
—Lo lamento — habló con dulzura—. Ya leí todas las obras de Harold Robbins y Jackie Collins al menos tres veces... hasta marqué las partes jugosas para volver a ellas.
—Touché —murmuró Pedro—. De acuerdo, ¿Qué trajiste?
—HighStakes.
—¿High Stakes? ¿Quién lo escribió? —quiso saber Pedro.
—Dick Francis.
—No he leído ninguna novela suya —comentó él.
—Tampoco yo —era el autor favorito de su tío, por lo que supuso que a un hombre le gustaría ese libro. Pedro empezó a untar loción en sus piernas, y a darles masaje. Paula apartó la mirada—. ¿Empiezo?
—En un segundo —respondió Pedro y untó loción sobre sus hombros—. ¿Ya te pusiste tu filtro solar?
—Sí —siempre se lo aplicaba desnuda, si planeaba ponerse el bikini, y no tenía objeto no ponérselo ahora.
Paula fijó la mirada en la diminuta prenda roja, y lo hizo con cierta ironía. Al menos, Matías no podía acusarla de vestirse para seducir a un hombre ciego. Con toda liberación no se perfumó, pues tenía la sensación de que él notaría cualquier maniobra sugestiva que hiciera. Esto parecía ridículo, si se tomaba en cuenta la actitud de Pedro hacia ella. A pesar de su irritación, la devoción protectora de Matías hacia Pedro la conmovía, pues hablaba de una naturaleza cariñosa debajo del exterior rudo.
—¡Toma! —Pedro extendió la mano, tenía el tubo en la palma—. Poneme un poco de loción en la espalda. No puedo hacerlo bien.
Sorprendida, Paula miró el tubo un momento, antes de tomarlo.
—¿Qué hacías antes que llegara? —preguntó Paula.
—Contorsiones.
—¡Vaya! —exclamó Paula.
Puso loción en la palma de su mano, y después, en la espalda de Pedro.
—¡Hey! ¡Está fría! —protestó Pedro—. Pudiste calentarla un poco en tu mano.
—¡Oh, cielos! ¡Qué niño! —dejó de untarle la loción con movimientos rudos, y lo hizo deslizando la mano con más suavidad.
Con los movimientos lentos, fue consciente de la piel suave, sin vello, como satén... como un satén sedoso, fresco y sensual... Paula tragó saliva, y trató de que sus dedos no permanecieran sobre los músculos más de lo necesario. Añadió con voz ahogada por la emoción:
—Creo que te puse demasiada crema, la piel no la absorberá.
—Continúa con lo que haces —pidió Pedro y suspiró—. Se siente maravilloso.
En contra de todos los dictados de su conciencia y sentido común, Paula se arrodilló detrás de él, y continuó untando la loción con movimientos acariciantes, hasta que los nervios en su estómago le produjeron sensaciones más turbadoras. No podía engañarse, se estaba excitando. Sabía que eso sucedería si lo tocaba, lo supo desde el primer momento, cuando vio su belleza desnuda. Sintió la garganta seca, mientras continuaba el masaje. Los dedos le temblaban, y sentía una ansiedad en el cuerpo.
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