jueves, 13 de julio de 2017

Una Esperanza: Capítulo 6

—Diga, Paula, ¿Qué piensa del trabajo de Pedro? ¿Ha visto alguna de sus obras?

—Fui a una de sus exposiciones en una ocasión —confesó Paula—. Resulta evidente que es muy bueno, y adoro ese mármol veteado que utiliza; sin embargo, tengo que admitir que me pareció un poco desconcertante.

—¿Conoció a Pedro? —parecía tan sorprendido, que Paula se irritó. ¿Era tan poco probable que una simple mortal conociera a ese gran artista?

—En realidad no—manifestó Paula—, mas él estaba presente, con pesar iba de grupo en grupo, y daba la impresión de desear que todos desaparecieran.

Él volvió a reír.

—Eso suena familiar —indicó él—. Muy antisocial. Algo me intriga. Cuando nos conocimos, de forma automática asumió que yo no era Pedro. Sin embargo, me han dicho que podrían confundirnos.

Fue el turno de Paula para reír. .

—¡Qué ridículo! —exclamó Paula—. No se parecen en nada. Él es... él es... y usted es... —no aumentaría su ego al decirle que era como un regalo de Dios para las mujeres, mientras que Pedro Alfonso era... Frunció el ceño al comprender que no podía recordar ningún detalle acerca de Pedro, debido a que aquella noche, toda su atención estaba enfocada en Pablo—. Puedo asegurarle que nadie lo confundiría con su amigo. Usted es más alto, y su cabello es más rubio.

—¡Oh! —exclamó él y arqueó las cejas, al tiempo que pasó una mano por el cabello, que ya secó, tenía el atractivo color leonado.

—A propósito... ¿Cómo se llama?


—¿Mi nombre? Oh... Matías... Matías Chambers —curvó los labios en una sonrisa extraña—. Puede llamarme Mati.

¿Mati? ¿Se llamaba Matías? Paula decidió que las apariencias engañan. Pensó que él tendría un nombre impactante, pero... ¡Hasta Pedro era un nombre mejor que Matías!

—De acuerdo —respondió Paula con un suspiro. ¿Qué importancia tenía cómo se llamara? Imitó a su compañero y rodeó sus piernas con los brazos. El sol calentaba su cabeza y hombros.

—Entonces, ¿Le gustó el trabajo de Pedro? —insistió él.

—Las obras pequeñas me parecieron muy bonitas —opinó Paula.

—¿Bonitas? ¿Qué significa eso? —habló con voz tan aguda, que Paula abrió la boca, con sorpresa, la cual pronto se convirtió en resentimiento. ¿Quién creía él que era para hablarle de esa manera?

—Bonitas —repitió Paula—. Agradables a los ojos. Me gusta esa palabra. Es mejor que todos esos adjetivos que emplean los que se dedican al arte. Al decir que sus obras pequeñas son bonitas, es un cumplido.

—Mmm —murmuró Matías, pensativo. Acarició la barbilla y se volvió para mirarla—. ¿Por qué las piezas pequeñas en especial?

—No lo sé —respondió ella y encogió los hombros—. Supongo que es un cambio agradable encontrar a un escultor que crea arte que puede ser tomado y admirado, así como colocado en una casa común y corriente. Por lo general, la escultura moderna es muy pesada y difícil de manejar.

—Pesada—repitió él, despacio.

—Sí, sólo es adecuada para patios enormes y sitios parecidos. ¿De qué le sirven a un coleccionista que vive en un apartamento de dos habitaciones? Sé que también es escultor, pero... ¿puedo ser franca? —disfrutaba ventilar sus ideas plebeyas.

—Tengo la impresión de que siempre lo sería —señaló Matías.

Irritada, Paula dejó escapar un suspiro.

—Desearía que la gente fuera más honesta respecto al arte, y dejara de escuchar a los llamados expertos, y no siguieran sus opiniones como borregos. No es mi intención ofenderlo... —su conciencia le indicó que esa sí era su intención—, la mayoría de las esculturas me parecen un timo. Juntan pedazos de metal, les ponen un título frivolo como "Supervivencia". La gente llega, observa la escultura, y emplea palabras tales como dimensión y perspectiva; sin embargo, ninguna persona común tiene idea de lo que hablan.

Esperó que él se defendiera, pero Matías guardó silencio y asintió.

—Por lo que escuché —comentó Matías—, a algunos de los críticos internacionales no les agradaron esas piezas pequeñas que mencionó.

—¿Comprende a lo que me refiero? —inquirió Paula—. ¿Qué saben ellos? Si me pregunta, Pedro haría bien dedicándose a esculpir piezas pequeñas. El tío Juan compró una de esas obras, y él tiene un gusto excelente.

—¿Cuál compró?

—El tazón de forma extraña, con el asa curva y dos anillos —explicó Paula—. Me parece fascinante.

—¿Fascinante?

—Sí. En ocasiones, al pasar a su lado, coloco los anillos en otra posición, y toma una apariencia muy diferente.

—Quiere decir que obtiene una perspectiva diferente —bromeó él.

Paula no pudo continuar con el ataque, empezó a reír, al igual que Matías. De pronto dejó de hacerlo, fijó la mirada en su boca y se preguntó lo que sentiría si la besara. Le perturbaba darse cuenta que deseaba que ese hombre le demostrara interés, en particular, porque resultaba claro que no lo hacía.

—¡Pedro!

Ambos se volvieron al escuchar el grito. Un hombre gigantesco estaba de pie en la terraza de la casa de Pablo. Era calvo por completo, y le recordó a ella a uno de losvillanos de una película de James Bond.

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