La historia que le contó Pedro respecto a Matías resultó conmovedora. El pobre hombre tuvo una infancia terrible. Padres borrachos y abusivos, palizas constantes, asistencia a la escuela interrumpida. No recibió amor.
A los catorce años, Matías huyó de casa, y como era de constitución fuerte, pudo conseguir empleo como trabajador en una construcción. Cuando tuvo la edad suficiente para obtener licencia para conducir, se dedicó al transporte en camiones, de un estado a otro. A los veinticinco años, ahorró lo suficiente para comprar su propio vehículo. Eso en sí resultó remunerado, mas su necesidad de tener familia propia era grande. Contrajo matrimonio con una hermosa camarera rubia, y empezó a trabajar más, para proporcionar una bonita casa a su esposa y futuros hijos. No le importaron las largas horas que tuvo que trabajar, puesto que tenía una meta… un propósito en la vida. Su nueva esposa no fue muy paciente para conseguir las buenas cosas de la vida. Le presentó a su marido un amigo, quien tenía ideas acerca de cómo enriquecerse con rapidez. No de muy buena gana, estuvo de acuerdo en tomar parte en un robo a la mansión vacía de un millonario y fue atrapado. Tan pronto estuvo en la cárcel, su esposa inició los trámites del divorcio. Desesperado, intentó un escape frustrado, lo cual aumentó su sentencia, y no hizo nada para detener el inevitable divorcio.
Pedro lo conoció a diez años después, cuando un capellán del Ejército de Salvación le pidió que diera clases de arte en la prisión. Matías sorprendió a los guardias al inscribirse en las clases de escultura. Sin embargo, lo único que hizo durante seis meses, fue sentarse en la parte posterior del salón, con los brazos cruzados, sin pronunciar jamás una palabra. Al fin, un día se acercó a Pedro para decirle:
—Me gustaría hacer algo... con ese material —señaló un pedazo de mármol que llevó Pedro.
Le tomó mucho tiempo, mas la escultura sencilla de un perro, fue la mejor obra que logró un estudiante de Pedro. Su amistad nació junto con su relación de trabajo, y la promesa de Pedro de proporcionarle empleo y habitación ayudó a que lo soltaran antes de terminar su sentencia.
El accidente automovilístico de Pedro sucedió un par de días antes que Matías saliera de la prisión. Apenas salió de la cárcel, fue a visitarlo al hospital, y se negó a alejarse del lado de la cama del enfermo. Cuando necesitó que alguien lo cuidara durante los largos meses de recuperación, él fue la alternativa natural.
—Por supuesto que le pago —comentó Pedro—aunque estoy seguro que lo haría por nada —Paula estuvo de acuerdo, pues Matías lo adoraba como a un héroe. Ella comprendía el sentimiento, era evidente que Pedro fue la primera persona que en verdad le extendió la mano—. Tengo la sensación de que a pesar de sus gruñidos, le agradas, Paula.
Paula rió al escucharlo.
—No lo creo.
—No estoy de acuerdo contigo. Cuando a él no le agrada alguien, es muy expresivo con las palabras. Las cosas que dijo acerca de Virginia te harían estremecer.
—¿Virginia? —preguntó April.
—Mi prometida —explicó Pedro y rió, aunque su risa no resultó un sonido alegre—.Palabra equivocada... mi ex prometida.
Llegaron junto a los escalones de la casa de Paula, y cuando Pedro extendió la mano para asir la barandilla, ella notó que cerraba los dedos con fuerza sobre la madera, hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Esperó un momento antes de darle una explicación.
—No hay motivo para que no lo sepas. Virginia conducía cuando ocurrió el accidente. Chocó con un coche en la intersección. No resultó lastimada, excepto por algunos golpes menores. Entiendo que estuvo junto a mi cama un par de días. Yo estaba en un estado de semi inconsciencia, por lo que no recuerdo. Cuando los médicos le dijeran que estaba ciego, se quitó el anillo y se fue. No la he visto desde entonces.
Al fin soltó la barandilla. Respiró profundo y expandió su ancho pecho, antes de añadir:
—Creo que mi experiencia ha reforzado la actitud de Mati hacia las mujeres. Estoy seguro de que después de unos días, él y tú se llevarán muy bien, Paula. A él le agrada la gente auténtica, y siento que a pesar de tu impetuosidad juvenil, eres genuina... muy genuina — su mano derecha encontró la barbilla de ella y la levantó. En seguida se inclinó para rozar su frente con un beso ligero y muy platónico—. Gracias por sacarme de mi coraza y por ofrecerme tu amistad cuando la necesité.
Paula intentó hablar, pero no pudo, ya que el nudo que sentía en la garganta amenazaba con convertirse en lágrimas. Pedro deslizó la mano por su cuello y la apoyó en el hombro, y sin dejar de fruncir el ceño preguntó:
—¿Sucede algo?
Paula se aclaró la garganta antes de responder.
—No. ¿Debería suceder algo?
—Supongo que no —Pedro continuaba con el ceño fruncido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario