martes, 18 de julio de 2017

Una Esperanza: Capítulo 10

—Que eres inteligente, además de ser hermosa.

Paula agradeció que no pudiera ver su rubor.

 —No me llamaría hermosa —opinó Paula—. Pensé que sólo podías ver la silueta de forma vaga.

—Matías tiene una visión perfecta —explicó Pedro y rió—. Dice que eres una hermosura.

—Pienso que es un exagerado —comentó la chica.

—Pudiera ser, Pau. Pudiera ser... —volvió la cabeza hacia ella—. Él piensa que tal vez yo te gusto.

—¿Me gustas? —repitió Paula y sintió un nudo en la garganta.

—Sí. En apariencia, resulto atractivo a las damas, ahora que tengo buenos músculos y piel bronceada, sin mencionar mi cabello veteado por el sol —habló con ironía, y en su boca apareció una mueca—. Tal vez de haber tenido todo lo anterior hace unos meses, mi querida prometida no habría desaparecido con tanta rapidez después del accidente.

Paula luchó por controlar sus emociones. Sintió pesar al enterarse de que estuvo comprometido. Sin embargo, ¿acaso no sabía que habría alguna mujer en su vida? Aunque la relación con esa mujer terminó en apariencia, resultaba obvio que no sucedió lo mismo con los sentimientos de él. Como  guardó silencio, él insistió.

—¿Y bien, Paula? ¿Tiene razón Mati? ¿Mi atractivo recién adquirido resulta de interés para tus ojos adolescentes?

Era la segunda ocasión que Pedro se refería a la edad. Resultaba claro que cualquier joven que acabara de cumplir los veinte años, para él tenía la cabeza vacía y no podía pensar con sensatez. Paula comprendió que aunque él no estuviera ciego y dolido por terminar su compromiso, tal actitud arruinaría cualquier esperanza de una relación entre ellos. Esto último le dolió más de lo que esperaba, y su orgullo herido la hizo responder con petulancia.

—No tienes que preocuparte por mí sobre eso, Pedro—rió—. Si algo hay en la universidad, son hombres guapos y superficiales. En lo único que piensan es en el sexo. Resulta aburrido después de un tiempo. Por eso vine a este lugar, para alejarme de esa clase de vida por un tiempo.

Durante varios segundos, Pedro guardó silencio. April sabía que debido a su ansiedad de parecer sofisticada y poco afectada, se excedió, y sonó corrió la chica inmadura que él pensaba que era. De inmediato lo lamentó, mas el daño estaba hecho. Cuando volvió a hablar, su voz tenía un tono irónico.

—Parece que nada cambió desde mis días en la universidad. En aquellos días, el juego favorito eran las camas musicales.

—No todos son así —murmuró Paula irritada.

—¿No? Me atrevería a decir que hay muy pocas excepciones. No pienso que tú seas esa excepción, mi querida Paula. No pareces pertenecer al tipo escrupuloso y propio.

—Hay una gran diferencia entre ser escrupuloso y propio, y ser promiscuo — indicó Paula, indignada.

—¿La hay? Dudo que suceda en esta época. Supongo que no se puede poner una cabeza vieja sobre unos hombros jóvenes.

—¿Quieres dejar de hablar como Matusalén? —pidió Paula—. No puedes tener más de veintisiete o veintiocho años.

—¡Vaya, vaya! —exclamó Pedro—. Debo felicitar a Mati por su programa de ejercicios. Tengo treinta y cuatro años.

Paula quedó muy impresionada. Eso significaba que Pedro era sólo un año menor que Pablo. ¿Por qué siempre se sentía atraída hacia los hombres mayores?

—No pareces tan viejo —aseguró.

—¿No lo crees? Vamos... Salí de la preparatoria a los dieciocho años, pasé tres en la Universidad de Sydney, cuatro en Londres, uno en Nueva York, otros dos en Italia, después, necesité seis años de trabajo arduo para estar listo para una exposición. ¿Qué tan buena eras en matemáticas?

—Es la segunda materia en la que estoy mejor —manifestó Paula. Le enfadaba que Pedro insistiera en hacer más grande de lo que era la diferencia en edad—. Treinta y cuatro, ¿Eh? —habló con exasperación—. Dentro de veintiséis años, obtendrás tu pensión. ¡Como vuela el tiempo!

En esta ocasión, la risa de Pedro fue genuina.

—¿Soy una lata? ¿Puedo poner como excusa la tensión mental?—preguntó.

—Sí, pero no lo creeré. ¡Pienso que estás celoso!

—¿Celoso? —parecía muy sorprendido.

—¡Sí, celoso! Has perdido el arte de divertirte, y no te gusta que los demás se diviertan.

—¿Y el meterse a la cama con Diego, Ramiro y Matías es divertido?—inquirió Pedro—. ¿Te has detenido a pensar en las consecuencias?

—¡Oh, eres un viejo quisquilloso! —declaró Paula, frustrada por haber sido mal interpretada.

—¿Un viejo quisquilloso

—Sí, un viejo quisquilloso —insistió Paula. Pedro empezó a reír con ganas—. ¿Cuál es el chiste?

Paula levantó la cabeza al ver que Matías se acercaba a ellos, y que con su cuerpo enorme tapaba el sol. Sintió un escalofrío.

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