sábado, 29 de julio de 2017

Una Esperanza: Capítulo 27

Paula vió la jarra con agua helada y sirvió una poca en una taza de plástico. La acercó a los labios de Pedro. Pensó que sólo daría un trago, pero él dió varios. Fue un error, pues de inmediato, se arqueó, y ella buscó de inmediato el recipiente. Cuando terminó y volvió a recostarse, muy pálido, ella llamó con el timbre. Llegó una enfermera, y al ver el problema, aconsejó que no tomara más agua durante un tiempo. Le quitó otra manta.

—Después de un rato, podrá chupar hielo, y si eso no lo hace vomitar, podrá dar unos tragos de agua —informó la enfermera.
Se llevó el recipiente y regresó de inmediato con uno limpio.

Paula le habló  con voz suave.

 —Lo lamento, Pedro.

—¿Paula? ¿Eres tú? Pensé que eras una enfermera.

—Sería una enfermera inútil —aseguró —. No debí permitir que bebieras tanta agua. Una ligera sonrisa apareció en los labios de Pedro.

—Parece que siempre tenemos problemas con la bebida —murmuró él.  Paula se tensó ante los recuerdos que evocaban esas palabras. Se hizo un silencio—. ¿Todavía estás allí? —movió una mano sobre la cama.

—Sí, Pedro—después de dudar un segundo, asió los dedos delgados y los oprimió—. Todavía estoy aquí —en silencio añadió que nunca lo dejaría, a no ser que él se lo pidiera. Hugh no le soltó la mano, ni le permitió irse. Tenían los dedos entrelazados—. Matías estuvo aquí cuando te trajeron a la habitación. Salió a comprarte algo —el corazón le latía con fuerza.

—¡Oh! ¿Qué otra cosa tiene que comprar? —quiso saber Pedro.

—Es un regalo personal, una sorpresa, y no la arruinaré diciéndotelo.

—Matías y tú ya me están mal acostumbrando con tantas atenciones —opinó —. ¿No deberías estar en clases?

—No —indicó Paula—. Regreso a clases hasta el lunes, por lo que tendrás que soportarme el resto de la semana.  El tío Juan dijo que vendría a verte el fin de semana, si todavía estabas aquí.

—¡Espero no estar aquí! Ya tuve suficiente con los hospitales, para toda la vida. Me gustaría darle las gracias por esas cintas grabadas que me envió. Anoche me fueron de mucha ayuda.

—Le daré las gracias por tí —aseguró Paula.

—Eres una buena amiga, Paula. No sé qué hubiera hecho sin tí y Matías.—los ojos azules de ella se llenaron de lágrimas. Deseó poder decirle que no sólo quería ser su amiga. Pedro lamió sus labios secos—. ¿Podría tomar un poco de hielo?

Paula parpadeó para controlar las lágrimas.

—Sólo un pedazo pequeño —señaló.

Le colocó un pedazo de hielo en la lengua. Al moverse, tuvo que soltarle la mano, y cuando volvió a sentarse, le pareció demasiado atrevido asirla de nuevo. La sensación de cercanía que parecía crecer entre ellos, desapareció al perderse el contacto físico, se derritió como el hielo. Deseó que Matías regresara, pero al mediodía, todavía continuaba ausente. Llevaron una bandeja con el almuerzo de Pedro, mas él dijo que el solo hecho de pensar en alimentos le revolvía el estómago. La comida parecía apetitosa, y al comentarlo, él sugirió que ella la ingiriera. Tenía mucha hambre, ya que desayunó muy poco por la preocupación. Pedro no tuvo que insistir demasiado para que accediera. Además, era algo en que ocuparse. Con gusto observó que mientras ella comía, él volvió a dormirse.

Matías asomó la cabeza por la puerta un poco después.

—¿Todavía duerme? —preguntó.  Su cabeza desapareció, y en su lugar, Paula vió el arreglo de claveles más grande que admirara en su vida. El arreglo floral tenía claveles de colores rosa, rojo y blanco, y hojas verdes. Eso no fue todo, pues también llevó un cesto lleno de delicadas orquídeas, y un ramo de gladiolas amarillas y naranja—. No pude encontrar flores azules. El color violeta de las orquídeas fue lo más cercano al azul que encontré.

—Oh, Matías... Están preciosas —aseguró  con entusiasmo, y le dió un beso en la mejilla.

—¡No hagas eso! ¡Guarda los besos para Pedro!

Paula se ruborizó.

—¡Matías! Ssh... Pedro podría escucharte.

—¿Y? Le haría bien saber que lo amas —manifestó Matías.

—No, Matías, no —murmuró Paula—. Por favor, no se lo digas.  ¿Promete que no lo harás!

—¿Eres tú, Mati?—preguntó Pedro al despertar.

Paula dirigió una mirada suplicante a Matías, quien asintió con pesar, antes de responderle a Pedro. Ella dejó escapar un suspiro de alivio. A pesar de haber fantaseado al pensar que sería más atrevida con Hugh y que tendría una actitud más liberada, comprendió que no estaba en ella actuar de esa manera. Aquel momento en la playa fue una situación inusual, una tentación espontánea que no pudo resistir. A la luz del día, sabía que tenía demasiado orgullo para arrojarse a los pies de Pedro y también mucho sentido común. Aunque él cambiara de opinión y tuviera una aventura con ella, eso no duraría, no podría durar, a no ser que él la amara.

Al regreso de Matías, charlaron sobre lo que harían cuando Pedro saliera del hospital. Todos actuaban con relativa normalidad, pero a intervalos regulares, se hacía un silencio, el cual indicaba sus tensiones.

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