Después de haber colocado las cosas de Paula en los cajones de un armario de la habitación, Pedro volvió a sentarse y la miró con una expresión de amarga resolución que la alarmó. Había ido a visitarla lleno de preocupación, y ella le había echado en cara algo de lo que solamente ella era responsable. Ahora se estaba fraguando el precio de ese error.
—Violeta me ha dicho que te va a doler y te sentirás floja por una semana, más o menos. Había pensado que Olivia y tú se quedaran conmigo. Pero si no es lo que deseas… si prefieres volverte a tu departamento y buscarte otra ayuda…
—No —dijo ella, que tenía que frenar aquel alejamiento de Pedro—. Si no te resulta demasiada molestia… —aquello sonaba incierto y poco firme—. Quiero decir…
—No te sientas obligada a venir tan solo porque me hiciera cargo de Olivia mientras estabas aquí —replicó, antes de que Paula pudiera rehacer su comentario de otra manera—. He dado demasiadas cosas por sentado, te he empujado a una situación que te desagrada. Es mejor que llevemos las cosas de otra manera. Nunca te he querido lastimar. Bastará una palabra tuya para que lleve las cosas de vuelta a tu departamento.
—No. Deseo ir contigo —dijo con tanta fuerza como pudo.
La mirada directa de Pedro no dejaba lugar para vacilaciones.
—¿Como una postura intermedia o como un compromiso más serio, Pau? Sé sincera conmigo, por favor.
Su corazón empezó a desenfrenarse. ¿Cómo le podía prometer el nivel de confianza que Pedro deseaba, si no sabía siquiera si era capaz de confiar así? Si le hubiera sido posible introducir en su cerebro un interruptor que regulase todos los circuitos negativos que tenía, lo habría hecho. Tampoco era su intención herir lo.
—¿Me darás otra oportunidad, Pepe? —pidió—. Haré cuanto pueda para dejar de temer.
—No tienes por qué hacerlo tú sola, Pau. Mi puerta está siempre abierta para tí, y estoy dispuesto a escuchar. Si tú estás dispuesta a ser sincera conmigo —añadió con frustración en la voz.
—Sí, ahora me doy cuenta.
El rostro de Pedro se relajó en una media sonrisa.
—Charlotte no es solamente tuya, Pau. Es de los dos. No somos dos contra uno, sino tres.
—Sí —asintió, tratando de hacer suyo ese nuevo punto de vista—. ¿Tú la quieres, Pedro?
Pedro pareció quedarse en blanco, como si hubiese perdido contacto con el pensamiento de ella.
—Olivia, nuestra hija, ¿La quieres? —repitió Paula ansiosamente, pues necesitaba oírselo decir.
Los ojos de Pedro se volvieron a encender, tomó la mano de Paula y sosteniéndola con fervor dijo:
—Sí, sí, claro que sí.
Era como si le sorprendieran sus propias palabras. ¿Sería cierto lo que acababa de decir?
—Somos una familia —añadió él, con vehemencia.
Paula aceptó también aquella idea, deseando renunciar a la identidad de madre soltera que durante tanto tiempo la había acompañado. No tenía por qué seguir siéndolo: Pedro le estaba dando la oportunidad, a los tres, de formar una familia.
—Una familia… —repitió, resuelta a afrontar aquella idea en todos sus sentidos.
Nada de puertas cerradas. Pertenecerse el uno al otro. Eso era lo que debía significar ser una familia. Tanto que el amor y el apoyo pudieran darse por sentados. La confusión de ella comenzó a ceder. Pedro tenía razón al decir que los seres humanos tienden a complicar la vida más de lo necesario. Claro que tenía que querer a Olivia. No estaría pidiendo sinceridad si él mismo no estuviese dispuesto y preparado para darle otro tanto. Entrelazó sus dedos con los de él, cerró los ojos y se concentró en el calor y fuerza de aquel roce. Juntos… Una familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario