sábado, 1 de julio de 2017

Paternidad Inesperada: Capítulo 32

El problema era grave, y ella no podía seguir haciendo como si no existiera. No iba a mejor, sino a peor, cada vez peor. Desde esa primera noche en que Olivia durmió de un tirón, no tenía bien los pechos. Y esa mañana habían sido una tortura las dos tomas. La semana pasada había estado usando el sacaleches para drenar el exceso de líquido. Dolía, pero había continuado haciéndolo hasta el día anterior. Tal vez la causa fuera su inexperiencia. Pero, cualquiera que fuese la razón, tenía ahora un bulto colorado y duro en cada pecho, hacia la axila, febril y extremadamente doloroso. No le hacía falta ponerse el termómetro para comprender que tenía fiebre. Y, para colmo, su hija no se quedaba tranquila después de mamar, como si no tomara ya lo suficiente. Sentía dolor incluso con levantar el moisés. Se dió cuenta de que no podría acercarse sola hasta la consulta del médico. Se le iba la cabeza a causa de la fiebre. Y podía ser peligroso si se caía. Por eso tomó la decisión más prudente, y llamó a Violeta, que estaba al lado, y que le haría ese favor sin dudarlo.

—Soy Paula—dijo, y, sin más preámbulo—: No me siento bien. Necesito tu ayuda.

—Enseguida voy.

Con un suspiro de alivio, colgó el teléfono. Violeta  tenía la capacidad de cortar su efusividad cuando hacía falta actuar. Bajo la reina de las relaciones públicas, había un cerebro eficacísimo. Se presentó al cabo de unos instantes, irrumpiendo en el departamento cargada de determinación. Se dió la vuelta, mareada, desde la encimera en la cual se había apoyado para usar el teléfono. Violeta le echó una mirada, y luego la tomó del brazo y la condujo hasta el sillón más próximo. Le puso una mano en la frente y comenzó a interrogarla:

—¿Gripe? ¿El estómago? ¿Qué te ocurre?

 Paula se puso a explicarle con voz entrecortada lo que le ocurría.

—Mastitis —diagnosticó Violeta—. Tienes una infección en los pechos. Incluso puede ser que haya abscesos. A mi hermana le sucedió lo mismo. Puede suceder al destetar a un niño.

—Pero si yo no pienso destetar a Olivia —se quejó Paula.

—Ya, pero ella se duerme. Es lo mismo. Si se pasa la noche sin mamar, tú acumulas leche. Tendrás que tomar antibióticos para combatir la infección, y tal vez tengan que darte además pastillas para dejar de producir leche. Hay que ir al médico ahora mismo.

 Las lágrimas se agolpaban en los ojos de Paula.

—¿Me estás diciendo que ya no podré dar de mamar a Olivia?

—Eso depende de cómo sea de grave la infección. Pero los niños salen perfectamente adelante con los biberones, Pau. Ahora no es momento de pensar en lo que le conviene más a Olivia, sino en lo que te hace falta a tí.

Paula se sentía demasiado débil como para oponer resistencia a la actividad que Violeta ya había comenzado a desplegar.

Violeta llamó a su secretaria,que se presentó de inmediato con su bolso y las llaves del coche. Le dejó su teléfono móvil, con instrucciones para que atendiese las llamadas de trabajo. Así, la secretaria se quedaría en el departamento de Paula, al cuidado de la niña, y, si surgía algún problema, Violeta estaría localizable en el teléfono del automóvil o en la consulta del médico. En cuestión de minutos, Paula y su amiga estaban camino.

—¿Está Pedro al corriente? —preguntó Violeta.

—No.

—¿No le contaste que tenías problemas?

—No quería preocuparlo.

Las lágrimas volvieron a llenar los ojos de Paula y empezaron a correr por sus mejillas. El fin de semana pasado, Pedro había estado maravilloso, aunque no le hacía gracia verla emplear el sacaleches. Era palpable el rechazo que aquello le producía; aunque se limitara a fruncir el ceño, para ella era evidente que sentía que aquello no debería suceder. Así que le había puesto la excusa de que estaba sobrecargada de trabajo para no recibirlo las dos últimas noches, porque no quería que él presenciase su malestar. No cabía duda de que él le echaría a Olivia la culpa, y todo empezaría a torcerse. Tal vez fuese cobardía por parte de ella el evitar problemas que pudieran quitarle a Pedro las ganas de seguir adelante con la paternidad, pero había dejado de parecerle buena idea el poner a prueba su resolución. Seguramente, haber hecho el amor con él había sido un gran error. Pero lo deseaba tanto…

—Dame el número de teléfono de Pedro —ordenó Violeta.

—¿Para qué?

—Tú no puedes arreglártelas sola con esto, Pau.

—A otras madres solteras no les quedar más remedio —replicó.

—¿Qué sentido tiene ocultárselo? O puedes contar con Pedro, o no puedes. Es mejor descubrirlo ahora, Pau.

Lógica aplastante. Pero el temor de perderlo persistía.

—Solo son las once. Estará ocupado con su trabajo, y puede que esto no sea tan grave como crees, Viole.

Aquel optimismo desesperado recibió un bufido irónico.

—Tienes una fiebre de cuidado. Si Pedro no va a hacerse cargo de Oli cuando tú estés mala, no merece la pena quedarse con él —declaró Violeta, que no tenía el juicio nublado por el deseo—. Seguramente, a la niña va a haber que darle un biberón dentro de un rato, así que hará falta comprar todo lo necesario. Este es el momento en el que todos deben sumarse a la causa. Dame su teléfono.

A Paula le daba vueltas la cabeza. Había demasiadas cosas que hacer, y ella se sentía demasiado débil y atontada para hacerlas. Además, lo que Violeta acababa de decirle era la pura verdad: si Pedro no era capaz de apañárselas en esa situación, era un malísimo presagio para una vida compartida.

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