Encontró la respuesta a las preguntas anteriores en el momento en que salió para su caminata matutina. El hombre estaba recostado en la arena, no lejos de los escalones de piedra que subían por el farallón hasta la casa de playa de Pablo. No lo hubiera visto, excepto por el color azul de su traje de baño. Pensó que al menos logró que se pusiera un traje de baño, e intentó controlar una descarga de adrenalina. ¡Maldición! Eso no era lo que tenía en mente para sus vacaciones. Esperaba nadar con tranquilidad, tomar el sol relajada, horas de lectura y música... pero sola. Le enfadaba el hecho de tener que compartir la pequeña playa con ese individuo, quien no cesaba de bombardear sus pensamientos y turbar su equilibrio.
Se puso una camiseta rosa brillante sobre el traje de baño negro, y caminó por la arena, mientras afirmaba su resolución de no alentar ningún acontecimiento. Lo único que tenía que hacer era saludar, cuando la viera, y continuar su camino. Eso no resultaría difícil. La fuerte brisa de la mañana hizo que la piel de sus brazos se le pusiera de gallina. Se estremeció, al tiempo que se apresuraba para llegar a la arena firme, a la orilla del mar, para empezar a correr. Al acercarse al hombre recostado en la arena, su corazón latió al unísono con sus pies. En cualquier momento él notaría su presencia. Sin embargo, él no la notó... o pareció no notarla, pues continuó recostado, con la mirada hacia el cielo, y los anteojos oscuros en su lugar. Si notó que ella pasaba cerca, no dio señales de hacerlo. Tampoco advirtió su presencia cuando ella giró y volvió a pasar cerca. Unos minutos después, regresó malhumorada a la casa de playa de su tío.
—¡Vaya! —exclamó, al dejarse caer en el sofá—. ¿Qué te parece eso? ¡Ni siquiera se volvió o demostró verme!
Necesitó una hora y tres tazas de café para sobreponerse a la sensación de que fue desairada. De pronto, otra explicación de lo sucedido pasó por su mente. ¡El dormía! Eso era. Pudo imaginar lo cómodo y tibio que resultaría recostarse en la arena. Con la tercera taza de café, casi vacía, en las manos, se acercó a la ventana y lo observó de nuevo. De alguna manera, la decisión de no permitir que la presencia deese hombre se inmiscuyera en su vida quedó en el olvido. Poco después, el hombre se puso de pje, estirándose, para en seguida efectuar algunos ejercicios rigurosos que ella nunca vió. Era algo que inspiraba admiración... ¡Tantos ejercicios gimnásticos! Caminó hacia el mar y empezó a nadar con calma, en el mar casi sin olas. El observar cómo hacía ejercicio hizo que sintiera el cuerpo acalorado y pegajoso, mas no se reuniría con el vecino en el agua. Cuanto más tiempo permanecía en la casa, y fingía que no lo miraba, más inquieta se sentía. Era una tontería la manera como lo convertía en una fantasía mental. De acuerdo, él no parecía tener alguna mujer, esposa o novia a su lado... ¿ Y eso qué? Tal vez al mirarlo de cerca no resultara tan bien parecido. También era probable que fuera aburrido. Los hombres poco inteligentes siempre la aburrían mucho, sin importar que fueran guapos. Sin pensarlo dos veces, se quitó la camiseta y tomó una toalla, con la intención de ir a nadar, y si la situación se presentaba, hablar con él.
Cuando cubrió la distancia que separaba la casa de playa de su tío del agua, el hombre estaba afuera del agua y se secaba con una toalla. Una vez más parecía ignorarla con deliberación, puesto que no levantó la mirada o dio señales de enterarse de su presencia. La exasperación hizo que Paula decidiera acercarse a él y decir algo. De otra manera, estaría nerviosa cada vez que saliera a nadar. AI caminar hacia él, sintió un vacío en el estómago. El hombre se recostó en la arena, y cuando ella estuvo muy cerca, levantó la cabeza para enfrentarla. La mirada dura y helada detrás de esos anteojos oscuros hubiera enervado a la mujer más segura de sí.
Paula quedó helada. ¡Cómo detestaba esos espejuelos oscuros! Eran del tipo que permite que el que los lleva puestos pueda ver sin ser visto, de los que a menudo usan las estrellas del cine. Decidió que el hombre parecía artista de cine. No era clásicamente guapo, pero sí muy varonil, con nariz pronunciada, boca ancha y firme, y una barbilla agresiva. Aun con el cabello húmedo y peinado hacia atrás, su apariencia era agradable.
—¡Hola! —saludó Paula—. Veo que ya nadó. ¿Está fría el agua?
—Sí, bastante fría —su voz sonaría rica y profunda si no pronunciara las palabras con irritación. April tragó saliva antes de hablar.
—Mi nombre es Paula Chaves—no extendió la mano—. Estoy en la otra casa de la playa.
—Eso supuse —respondió el hombre, sin levantar la mirada. Continuó secándose las piernas—. Uno tendría que estar sordo para no darse cuenta que llegó anoche.
El sarcasmo inesperado sorprendió un segundo a Paula. Comprendió que quizá la noche anterior exageró demasiado. Sintió consuelo al saber que él no supo que llegó a tiempo para verlo pasearse desnudo.
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