martes, 4 de julio de 2017

Paternidad Inesperada: Capítulo 33

Mientras le daba el número, Violeta lo iba marcando en el teléfono del coche.

—Pedro: soy Violeta. Escúchame sin hablar. No hay tiempo para conversaciones. Estoy llegando a la consulta del médico con Pau, que está mala. Tiene fiebre y le duelen los pechos. Tal vez tengan que ingresarla.

—¡Ingresarme! —exclamó Paula, que veía más negro el futuro por momentos.

Violeta no le hizo caso y siguió diciéndole a Pedro:

—¿Estás dispuesto a ayudar con la niña?

—Dime lo que hay que hacer, y lo haré —fue la rápida y decidida respuesta.

—Ve a una farmacia y compra cuanto necesites para alimentar a un recién nacido: leches en polvo, biberones, tetinas, solución esterilizante. Pregúntale al farmacéutico, él sabrá lo que necesitas. Puede que no haga falta, pero es mejor estar preparado. Siempre puedes cambiar lo que compres por otras cosas. La próxima toma es a las dos en punto, pero puede que Olivia la pida antes.

—Voy ahora mismo a la farmacia.

—Aguarda. Si Pau se queda en el hospital, ¿Puedes encargarte tú de la niña?

—Sí, no hay problema. Me la traeré a casa. Y a Paula también, si el médico se limita a recetarle algo. Yo cuidaré de las dos.

—¿Estás seguro de que te las podrás arreglar?

—Son mi familia. Gracias por avisarme, Violeta.

—He dejado a mi secretaria al cuidado de la niña en el departamento; la llamaré cuando sepa algo.

—Iré al departamento tan pronto tenga las cosas para Olivia.

—De acuerdo. Entonces, hasta luego.

 Olivia. Pedro la había llamado Olivia. Paula se dijo que era una buena señal. Y la forma que había tenido de decir «mi familia»… No sabía por qué lloraba: Pedro tenía la mejor de las intenciones, pero era como si ella llevase dentro una fuente inagotable de lágrimas.

 —El chico se está portando francamente bien, Pau —le dijo Violeta mientras estacionaba su BMW en el estacionamiento  del centro médico—. Tiene corazón. Como directora de una agencia de bodas, he conocido a infinidad de novios, y te aseguro que Pedro destaca de entre ellos en bastantes aspectos.

—Gracias, Viole—atinó a decir Paula.

Ojalá hubiera recurrido a ella antes de llegar al lamentable estado en que se encontraba.

—Ahora, vayamos a ver al doctor.

Paula pensó que ya nada estaba en sus manos. El destino había vuelto a hacer que su vida diese un giro que ella no podía haber previsto, y sobre cuyo resultado no tenía ningún control. Dependía de Pedro hacer que las cosas salieran bien. Si tenía coraje suficiente.

La pequeña Oli gritaba a todo pulmón, y no escuchaba una sola palabra de lo que Pedro decía. Aunque él caminara arriba y abajo por el salón con ella en brazos, pasándole suavemente la mano por la espalda, no obtenía mejor resultado. La cría no admitía razones ni consuelo. Cuando estaba ya desesperado por tener noticias de Paula y nuevas instrucciones, sonó el teléfono.

—Ya contesto yo —le dijo a la secretaria de Violeta, pasándole enseguida al bebé—. Llévesela al dormitorio, y cierre la puerta. No quiero que Paula la oiga llorar y se preocupe. ¡Rápido! —tan pronto como la puerta se cerró, descolgó el teléfono—. Soy Pedro. ¿Cómo está Pau? —preguntó ansioso.

—Ha pasado lo peor que podía pasar. Tiene abscesos. El doctor le acaba de inyectar antibióticos y la ha enviado al hospital Royal North Shore. Estamos ya en camino, y esta tarde la verá el cirujano.

—¿El cirujano? —repitió Pedro alarmado.

—No es gran cosa. Incisión y drenaje. Bajo anestesia general.

—Eso podría sentarle bastante mal —dijo preocupado, con el estómago encogido ante lo que ella tenía que pasar.

—Ya está bastante mal. Probablemente la tengan en el hospital un par de días. ¿Tienes todo lo que necesitas para Olivia?

En ese momento fue cuando comprendió sobresaltado que iba a tener que arreglárselas él solo con la niña. No una o dos horas, sino ¡Un par de días! ¡Con sus noches! Sin poder recurrir a Paula en caso de emergencia. Ahora toda la responsabilidad era suya. Se esforzó en reprimir una incipiente sensación de pánico. ¿No era él el que repetía que ningún crío iba a poder con él?

—Lo tengo todo listo y preparado —respondió con firmeza, infundiendo confianza—. Dile a Pau que no se preocupe, que Olivia no podría tener un padre más competente. Yo me ocuparé de todo en este frente.

Así era como Paula la llamaba: Olivia. Y ahora que iba a tener que hacer de padre y madre, lo mejor sería llamarla también así, para duplicar sus armas.

 —Bien —dijo Violeta al oírlo—. Me pasaré esta tarde a última hora por tu casa para quedarme con la niña, y así tú podrás ir al hospital a ver a Pau, y tranquilizarla. ¿Te parece?

El alivio se expandió por su interior. No estaba totalmente solo. Si hacía falta, Violeta lo ayudaría. Y también estaban Rodrigo y Nadia, y un montón de amigos a los que podía recurrir. El pánico retrocedió un tanto.

—Eso sería estupendo, Violeta. Dile a Pau que la quiero, y gracias otra vez —dijo, con sincera gratitud por su amistad y consideración.

Pedro colgó el auricular y respiró hondo repetidas veces para deshacer el nudo que se le había formado en el estómago y oxigenarse el cerebro. Iba a necesitar la cabeza fría y una constitución de hierro. La vida y el bienestar de la niña estaban en sus manos. De repente, pensó que recurrir a sus amistades para ocuparse de la niña podría ser tomado en este caso por Paula como una evasión de responsabilidad. De hecho, lo era. Olivia era su hija, y él le había dicho que nada de niñeras, que no iba a dejar que nadie se encargase de su hija. Esa sí que era la prueba definitiva. Ya podía manejar bien la situación o ella lo echaría para siempre de sus vidas. Y con toda razón. Si no podía actuar como un padre responsable durante una crisis, no se merecería nada más.

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