jueves, 6 de julio de 2017

Paternidad Inesperada: Epílogo

A Pedro le costaba emerger de las profundidades del sueño. Iba recordando lo sucedido antes de acostarse. Estaban de celebración: una cena estupenda, con mucho champán, Paula y él, en compañía de Violeta, festejando por todo lo alto la aparición de ella en una revista para novias, con bellísimas fotografías de sus mejores creaciones. Y, por fin, comprendió qué lo había despertado. El bebé berreando. Hizo un esfuerzo por levantarse de la cama, procurando no despertarla. Era una gran noche. Una noche que se tenía bien ganada. No quería que el llanto la despertara de sus sueños, que seguro que eran dulces, llenos de éxito y reconocimiento de su talento. Había trabajado mucho para conseguirlo.

Cuando habían llegado a casa. Diego, que se había quedado de canguro, les aseguró que no había habido ningún incidente. El bebé tenía ya seis meses, y no debería despertarse llorando a esas horas. Y Pedro comprobó, ceñudo, en el reloj despertador, que eran las cuatro y cuarto de la madrugada. En el pasillo había una luz de emergencia encendida, que le permitió llegar sin contratiempos al cuarto del bebé. Al acercarse, vió con sorpresa que había otra luz más fuerte encendida en ese cuarto. Alguien debía de haberse dejado encendida la luz de la mesita de noche. Los berridos habían parado, pero decidió acercarse, por si realmente pasaba algo. Y, ya de paso, para apagar la lámpara. Al llegar al umbral, se paró en seco. Allí estaban su hija y, cómo no, Spike pegado a ella. La niña, desde la altura de sus tres años, estaba mirando de hito en hito al bebé en su cuna.

—¡Escúchame bien, chico! Tú y yo tenemos que llegar a un «cuerdo». A mí no me gusta despertarme cuando aún está oscuro. Y a Spike tampoco.

Y Spike dió un pequeño aullido, para indicar, disciplinadamente, que a él tampoco le gustaba.

—Te voy a enseñar las cosas —dió un paso hasta la mesilla, y apagó la lámpara—. Esto es oscuro. ¿Te has enterado, pequeñajo? Oscuro —repitió, por si acaso—. Cuando esté oscuro, te callas.

 Una pedorreta procedente de la cuna. La lámpara se volvió a iluminar.

—Esto es luz. Puedes berrear cuando hay luz… —sacudió autoritaria el dedo ante el bebé—… pero antes no. Y a mí no me hagas «perrodetas». Un poco de respeto, que soy tu hermana mayor.

Adecuado silencio en la cuna.

—Mejor así —declaró Olivia, satisfecha—. En esta familia, tienes que aprender deprisa, chico. Dale un lametón por ser buen chico, Spike. Y Spike metió la lengua entre los barrotes de la cuna para lamer la manita de Baltazar.

—¡Muy bien! Ahora te vuelvo a dejar oscuro, y Spike y yo nos vamos a la cama. Y tú más vale que te vuelvas a dormir. Te puedes despertar cuando haya luz.

La lámpara se apagó, y Pedro se escurrió hasta su habitación, antes de que lo sorprendiera la patrulla educativa. Se quedó un rato atento, para asegurarse de que todo estaba bien. Reinaba el silencio, así que volvió a acostarse, con una sonrisa de oreja a oreja. Desde luego, su Olivia estaba hecha toda una campeona. Paula se acurrucó contra él.

—Te quiero —farfulló entre sueños.

—Yo también te quiero —le susurró él, besándola en la frente.

Tenía una esposa maravillosa, una hija listísima, un hijo espabilado, un perro encantador. ¿Qué más podía desear un hombre? Tal vez otro crío. Siempre que Paula tuviera ganas, claro. Después de todo, a Baltazar le haría falta un hermano o hermana menor, al que transmitirle el saber familiar. La paternidad, iba viendo , era adictiva. Por lo menos, con una familia como la suya. Y, satisfecho con esa conclusión, cerró los ojos y volvió a dormirse, con la tranquila seguridad de que en su mundo todo iba bien.





FIN

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