sábado, 29 de julio de 2017

Una Esperanza: Capítulo 26

Paula tenía migraña, y conocía el motivo... la tensión. No obstante, el conocer la causa no facilitaba soportar la visión borrosa o las palpitaciones que sentía en la cabeza. Por enésima vez, se levantó de la silla y caminó por la habitación del hospital.

—Paula, siéntate, por favor —gimió Matías.

—No puedo —no dejó de caminar—. Estoy muy preocupada —sintió ganas de vomitar y corrió hacia el baño, adjunto a la habitación privada de Pedro. Al regresar, se sentó. Tenía el rostro pálido, pero se sentía un poco mejor.

—Hablas en serio, ¿No es así? —preguntó Matías—. ¿Puedo traerte algo?

—No, nada. Yo... ya me siento mejor —sonrió un poco.

—Creo que no debí pedirte que me acompañaras aquí hoy —comentó Matías—. No es justo para ti, dadas las circunstancias.

—¿Dadas las circunstancias?

 Matías le dirigió una mirada de afecto.

—¿Piensas que yo también estoy ciego, jovencita? Sé que estás enamorada de Pedro, y sé que ese tonto te trata como si fueras una niña —Matías se sentó en el borde de la cama vacía, tomó la mano de Paula y le dió golpecitos—. No te preocupes, ya no pensará más que eres una niña.

La actividad que se escuchó en el corredor, hizo que Paula y Matías se pusieran de pie. Un hombre uniformado de azul empujaba una camilla con ruedas, acompañado de una enfermera. Pedro, con los ojos vendados, iba acostado en la camilla, muy quieto y con el rostro cenizo, bajo una montaña de mantas.

—¿Por qué le pusieron todas esas mantas? —preguntó Paula a Matías con voz preocupada.

La enfermera escuchó y respondió, mientras ayudaba al enfermero a colocar a Pedro en la cama.

—Volvió en sí temblando en la sala de recuperación. Algunas personas reaccionan de esa manera a la anestesia. La temperatura del cuerpo desciende.

Paula se meció sobre sus pies y Matías la detuvo.

—¿Eso es peligroso? —preguntó Matías.

Sentó a Paula en la silla.

—Por lo general, no —respondió la enfermera y sonrió—. Por supuesto, no los dejamos así, por eso usamos las mantas. Como pueden ver, una vez que se sintió confortable, volvió a dormir. Gracias, Walter—le dijo al hombre que se alejaba con la camilla.

—¿La operación salió bien? —preguntó Paula, cuando encontró la voz para hablar.

—Sí, hasta donde yo sé —murmuró la enfermera, mientras tomaba la presión a Pedro.

—¿Cuándo podemos hablar con el médico? —quiso saber Matías.

—Estará en el quirófano unas horas más —informó la enfermera—. Tal vez no lo vean hasta que venga esta tarde, para quitarle las vendas.

—¿Tan pronto? —preguntó Paula sorprendida.

—Oh, sí. En este tipo de operación, la recuperación de la vista es instantánea. Una vez que reemplazaron el líquido dañado con la solución sintética, el paciente debe poder ver.

Paula pensó que la palabra crucial era "debe", y se puso nerviosa. La enfermera anotó algo en el expediente de Hugh, al pie de la cama, y levantó la mirada antes de añadir:

—Tengo que irme. Pueden quedarse todo el tiempo que quieran. Si necesitan una enfermera, toquen el timbre —levantó las almohadas de Pedro para mostrarles el timbre. Fue hacia la puerta. Se volvió un poco antes de salir—. Dejé un recipiente en la mesita de noche, en caso de que el señor Alfonso no se sienta bien al despertar. Si necesitan ayuda, llamen.

Por unos momentos, Matías y Paula observaron el cuerpo inconsciente de Pedro. Parecía muy vulnerable acostado entre sábanas antisépticas. Su piel bronceada adquirió un color enfermizo.

—¡Oh, Dios, permítele volver a ver! —oró Paula.

Cuando Matías respondió, comprendió que habló en voz alta.

—Amén —completó Matías—¿Puedes quedarte un momento con Pedro, Paula?

—Sí, por supuesto —nadie podría alejarla de su lado.

—Pensé en ir a conseguir algunas flores —explicó Matías, con las mejillas sonrojadas—. Sé que suena un poco extraño, pero quiero que Pedro vea algo brillante y hermoso cuando le quiten las vendas, y no sólo paredes blancas y suelos pulidos.

A Paula le pareció conmovedor el gesto. Ese hombre áspero quería a su amigo con un amor que lo urgía a hacer algo que normalmente le resultaría embarazoso.

—Creo que es una idea maravillosa —indicó Paula con afecto—. Quisiera que se me hubiera ocurrido primero —en silencio añadió que deseaba compartir la fe de Matías en la operación.

—¿Pedro... no pensará que es... una tontería?

—¡Oh, no, Matías! Él lo apreciará, estoy segura.

 Una vez que Matías se fue, Paula acercó la silla a la cama, y acarició los mechones de cabello húmedo, y los apartó de la frente de Pedro. Sudaba mucho. ¿No sentiría mucho calor? Observó las numerosas mantas y se preguntó si debería llamar a una enfermera. El sentido común le indicó que no le haría mal si le quitaba sólo una. Lo hizo.

—Sed —murmuró Pedro y se movió.

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