jueves, 27 de julio de 2017

Una Esperanza: Capítulo 21

Antes de volver a hablar, Pedro hizo una pausa.

—Supongo que debo disculparme, a pesar de que tú lo pediste, Paula.

—Por lo general, no actuó de esa manera —se defendió Paula—. También bebí demasiado.

—¡No lo hagas en el futuro! Ejercita un poco de control —sugirió Pedro.

 Su actitud empezaba a enfadarla.

—¡No seas ridículo! En otras ocasiones bebí unas copas y no intenté seducir al primer hombre que vi. Era inevitable que algún día deseara acostarme con un hombre —estaba dispuesta a decir cualquier cosa, menos que lo amaba—. Ya llegué a esa edad.

—¿Y qué estúpida edad es esa? —preguntó Pedro.

—Lo sabes muy bien. La edad de la experimentación sexual. Les sucede a todos tarde o temprano. Llega un momento en que tienes que saber cómo es. Tomé la píldora como una precaución sensata, no como un boleto gratis a la promiscuidad.

—En eso se convertirá, Paula, ¿No comprendes?

—Mira, Pedro, eres mi amigo, no mi guardián. No tengo que responderte, ¿De acuerdo? Vamos a olvidar que esto sucedió. Tengo frío, estoy cansada y me gustaría irme a la cama —se puso de pie y empezó a recoger su ropa.

Al estar vestida, recordó los pantaloncillos de Pedro, y los vió a la orilla del agua. Supuso que tenía que ir a buscarlos. Tenía que ayudarlo a regresar a la casa, mas no lo haría mientras estuviera desnudo. Con el rostro sonrojado, le entregó la prenda y murmuró:

 —Tus pantaloncillos. Me temo que están mojados.

 —No importa.

Paula apartó la mirada, mientras él se los ponía.

 —Toma mi mano —ofreció, una vez que estuvo vestido.

Caminaron en silencio, tomados de la mano. Pedro mantuvo la distancia y no pidió su apoyo al subir por los escalones.

—Paula... —musitó Pedro al llegar al descanso—. He estado pensando... Cuando regresemos a Sydney... comprenderé si no deseas volver a verme. Por favor, no pienses que estás obligada a visitarme en el hospital.

Paula ya había aceptado que tal vez su amistad terminara, sin embargo, no estaba preparada para una separación tan rápida. No podía dejarlo ir. Todavía no...

—¿Por qué, Pedro? —preguntó. Intentó hablar con calma—. ¿Acaso fue por lo sucedido esta noche?

—Sí... por eso —respondió.

—No seas tonto, Pedro—indicó Paula y rió—. Ambos bebimos demasiado, como dijiste, y nos dejamos llevar, eso es todo. No te culpo por lo sucedido.

Pedro se volvió y se apartó despacio de ella. Extendió la mano hasta encontrar la barandilla.

—Yo sí me culpo—insistió él—. No debí permitir que llegáramos tan lejos. Estuve a punto de usarte como un objeto sexual.

—Mas no fue así, Pedro. No harías algo así.

Pedro soltó una carcajada amarga.

—No me otorgues tantas virtudes —manifestó —. Es sólo que en este momento no estás en mí... —Paula se ruborizó y se hizo un silencio largo—. Supongo que estoy siendo un poco melodramático.

—Por supuesto. Además, no tienes tantos amigos como para darte el lujo de apartar a alguien tan tolerante como yo. Nada más mira lo que tuve que soportar estas dos semanas... no dejaste de hacerme menos y molestarme. "Oh, Paula, ¿Qué sabes tú, si eres tan joven?" —lo imitó.

Pedro sonrió.

—¿Tan malo como eso? Con seguridad puedo decirte que esta noche no te sentiste pequeña —admitió Pedro—. Ese es el problema —Paula sintió más calor en las mejillas, pero no dijo nada—. No quiero lastimarte.

—Tú... no me lastimarías, Pedro.

—Lo haría, si te hiciera el amor sin amarte —indicó.

—Comprendo. ¿Y si te dijera que deseé que me hicieras el amor, sin importar si me amabas o no? —Pedro contuvo la respiración al escucharla—. Sólo bromeaba — resultaba sorprendente que hablara con ese tono despreocupado, cuando su corazón se rompía en pedazos—. Te veré por la mañana.

Sin esperar respuesta, le dio las buenas noches y bajó por los escalones con rapidez. Corrió apenas llegó a la arena. Corrió y corrió, las lágrimas cegaban sus ojos, y a pesar de la rapidez con la que se alejaba, sabía que el amor que sentía en su corazón no tenía escape.

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