—Diría que rompiste todas las marcas para llegar —bromeó su tío—. Espero que mi pequeño Datsun regrese de una pieza —Paula rió, Su tío fue muy amable al insistir que llevara su coche. Aseguró que rara vez lo usaba, debido a la dificultad de encontrar estacionamiento y que prefería los taxis—. ¿Ya nadaste?
—Bueno, no... tío…verás...
—¡No me digas que olvidaste tu traje de baño. De cualquier manera, no necesitas uno allá. Nadie te verá si nadas desnuda.
—Bueno, verás... eso es. Sí hay —lo informó Paula.
—¿Qué hay?
—Hay alguien que puede verme. En realidad... —se mordió la lengua para no decirle a su tío acerca del vecino desnudo. Para un soltero que tenía tantas amigas, como Paula tenía dedos en manos y pies, tomó la responsabilidad de cuidar a su sobrina con sorprendente seriedad—. Parece que Pablo prestó su casa a alguien.
—¿A quién?
—No lo sé. ¿No lo sabes tú? —preguntó Paula.
—No se me ocurre... Déjame ver... —Paula escuchó música de orquesta, señal segura de que su tío trabajaba en uno de sus artículos. Esperó con paciencia—. Oh, sí. Pablo mencionó algo, acerca de permitir que Pedro Alfonso usara su casa, mientras él estaba fuera. Lo lamento, cariño, lo olvidé.
—Está bien —se apresuró a decir Paula—. Me asusté un poco, al ver un hombre extraño en la playa, eso es todo. A propósito, ¿Se supone que conozco a Pedro Alfonso? Hablaste como si lo conociera; sin embargo, juro que no reconocí a ese hombre —pensó que no habría olvidado a ese individuo.
—¡Con seguridad lo recuerdas, Pau! Te llevé a su exposición, en la galería de Martín, el año pasado.
—¿El escultor? —inquirió Paula.
—Sí. Lo conoces, ¿No es así?
—No hablé con él —le recordó Paula.
Por su mente pasó la imagen de un hombre con cabello largo, piel clara y expresión introvertida, en un salón repleto de gente. El parecía estar y no estar allí, no parecía interesado en los comentarios de los invitados.
—Compré una de sus obras —comentó su tío—, la que coloqué en la mesa del vestíbulo.
—¡Oh, sí! Tienes razón —era una escultura pequeña, en mármol gris, con la forma de un tazón con asa curva. Alrededor del asa tenía dos anillos, los cuales podían moverse y colocarse al gusto, aunque no podían quitarse. Fueron hechos de la piedra original, junto con la sección principal, puesto que no tenían uniones—. Con seguridad un amigo está con él..El hombre que ví en la playa, en definitiva no es Pedro Alfonso.
—No todos quieren estar a solas —indicó su tío.
—Querrías estarlo, de haber pasado todo el mes de enero atendiendo a dos hermanos monstruos de catorce años veinticuatro horas al día.
Paula los cuidó con gusto, para ayudar a sus padres. Tuvieron un año difícil, debido a que su padre sufrió un ataque severo de herpes, y su madre temió tener cáncer. Por fortuna, el tumor en el seno resultó benigno. En Navidad, su padre insistió en llevar a su madre a unas vacaciones al extranjero, con las cuales siempre soñaron. Por supuesto, su madre se preocupó al dejar a los chicos, por lo que prometió que no perdería de vista a los pilluelos. Eso resultó más cansado de lo que esperaba, no obstante, comprendió que valió la pena, al ver a sus padres tan felices y relajados a su regreso.
—Eres una joven noble, Paula—aseguró Juan—. Casi tan noble como un sufrido tío que conozco. ¡Deja ya el teléfono, si no quieres que te haga pagar la cuenta!
Paula sonrió y obedeció. La verdad era que su tío no quería aceptarle ningún dinero por el hospedaje. Sus padres no eran ricos, y el subsidio estudiantil del gobierno apenas si cubría el costo de los libros, pasajes, almuerzos y ropa. Correspondía al cocinar y hacer el quehacer de la casa para él. Apenas colgó, su sonrisa se desvaneció, y fue reemplazada por una expresión pensativa. El hombre de la playa era un amigo de Pedro Alfonso. Sin duda, un tipo de inclinaciones artísticas que quizá pensaba que la desnudez era la mejor forma de comulgar con la naturaleza. Se estremeció, pues no podía apartar el recuerdo del desconocido de su mente. No se culpaba por completo, debido a que sería rara la mujer que pudiera apartar con facilidad esa visión.
Encogió un poco los hombros, se apartó del teléfono y fue al pequeño refrigerador. Sacó un filete para la cena, mientras se repitió con firmeza que era tonta al permitir que la preocupara su reacción ante ese hombre. No era el primero que le resultaba atractivo físicamente, y tampoco sería el último. A pesar de lo anterior, era difícil olvidar el hecho de que él estaba muy cerca. Su presencia podría distraerla, y fue a la playa para tener unas vacaciones tranquilas, para que la paz y tranquilidad refrescaran su espíritu, para así poder enfrentar el año difícil que tenía enfrente. Estaba decidida a sacar las mejores calificaciones en sus exámenes finales, y no defraudar la fe que el tío Juan y sus padres pusieron en ella. Al conocer su ambición para convertirse en periodista en economía, y al ver que terminó su primer año de estudios con distinciones, su tío se puso en contacto con sus amigos en el Herald, y aceptaron darle trabajo cuando terminara. Sin embargo, el año anterior... Cerró los ojos con fuerza al recordar lo sucedido, lo cual todavía la perturbaba. No era que todavía estuviera enfadada con Pablo. Ahora lo despreciaba, pero nada podía borrar el pesar por su propio comportamiento, excusable al considerar su edad y la innegable atracción de Pablo, pero increíblemente ingenuo.
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