El hombre emitió otro gruñido, sin dejar de trabajar en la cocina. Paula gimió en silencio. Dos semanas..... dos largas semanas de una tortura masoquista, al estar cerca de ese hombre tan sensual, que la trataba como una chiquilla mimada... y al fondo, su secuaz, observando cada movimiento que ella hacía.
—No podría estar dos semanas sin saber lo que les sucedió a tus ojos —aseguró Paula con desafío.
Pedro rió.
—Es justo. Tuve un accidente automovilístico. Fue un choque en una intersección... El parabrisas de mi—auto se estrelló, y algunas de las astillas penetraron en mis córneas, y derramaron el humor vitreo... la sustancia gelatinosa que tenemos en el interior del globo del ojo.
Paula agradeció que Hugn no pudiera ver la expresión de pesar en su rostro.
—¿Cómo arreglarán eso? —quiso saber Paula.
Pedro encogió los hombros.
—El cirujano coloca una sonda y extrae el líquido gelatinoso dañado. Después, por la misma sonda, introduce una solución de sal y productos químicos, la cual compensa el líquido perdido... ¡Y listo! Visión restaurada al instante.
Paula se impresionó por la operación; sin embargo, sabía que era imperativo que demostrara seguridad respecto a dicha operación.
—¿No es maravilloso todo lo que puede hacer la medicina estos días?—preguntó Paula.
Pedro estuvo de acuerdo, y de manera inesperada, se quitó los anteojos oscuros y frotó sus ojos. Paula no pudo evitar mirarlo. Después de lo que él comentó, esperaba ver algún daño o cicatríz, mas no era así. Sus ojos eran hermosos, no azules por completo, sino más bien grises, con el borde azul oscuro. Alrededor de éstos podían verse algunas líneas, y parecía más viejo sin los anteojos.
—¿No deberías dejártelos puestos? —inquirió Matías—. Sabes lo que dijo el médico. Cualquier luz intensa es mala para tí.
Pedro gimió; sin embargo, volvió a ponerse los anteojos. Paula se bajó del taburete.
—Debo irme —anunció—. Tengo planes para leer al menos cuatro novelas mientras estoy aquí, sin mencionar que quiero adquirir un bronceado. Gracias por el té, Matías, y a tí, Pedro, por prestarme tu toalla—se quitó la toalla de sus hombros y la dejó sobre la barra.
—¿Qué tal si me lees en alguna ocasión, Paula? —preguntó Pedro, cuando ella se volvió para partir.
Paula se quedó muy quieta.
—Oh... por supuesto... si lo deseas. ¿Qué?
—Cualquier cosa que tengas estará bien —manifestó Pedro.
Paula pensó en las novelas que llevaba, todas ellas éxitos románticos, no la clase de libros para leerle a Pedro en voz alta.
—Veré que libros tiene el tío Juan—indicó Paula.
—Bien. ¿Cuándo?
Antes de responder, Paula se mordió el labio. ¿Cómo podía negarse?
—Podría regresar después de las tres —informó —. No me gusta estar en el sol cuando el día está cálido. Podríamos sentarnos en la arena mientras te leo.
—¡Bien! Es una gran chica, ¿No es así, Mati? —Matías gruñó de nuevo. Resultaba sorprendente la cantidad de gruñidos, que emitía el hombre. Este en definitiva parecía decir: "Esperemos para ver"—. Caminaré contigo hasta tu casa —ofreció Pedro y se puso de pie.
—Oh... no tienes que hacerlo —comentó Paula.
—Lo sé —resultaba claro que estaba decidido a acompañarla. Paula aspiró profundo antes de seguirlo. Pensó que todo estaría bien, mientras no quisiera tomarle la mano. Tan, pronto como estuvieron en la playa, Pedro volvió a hablar—. Quería darte una explicación sobre Matías. Sé que parece rudo, pero hay motivos para su comportamiento, Paula, los cuales me gustaría que conocieras.
Paula no se atrevió a decirle que preferiría no conocerlos, que de pronto deseaba huir de Pedro y de todo lo que estuviera asociado con él, y correr lo más rápido posible. Lo recorrió con la mirada, y su corazón se contrajo, pues sabía que se quedaría. Permanecería a su lado y escucharía, le leería y permitiría que la naturaleza siguiera su curso cruel e inevitable.
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