martes, 27 de septiembre de 2016

La Venganza: Capítulo 4

Sintió  que  el  pánico  comenzaba  a  apoderarse  de  ella  pero  lo  desechó.  No  era  posible  que después  de  tanto  tiempo,  alguien  la  pudiese  reconocedor.  Ricardo  Phillips lo habría descubierto porque contrató un detective para espiar su pasado. No era imposible que la hubiera reconocido. Quizá lo único que trataba de hacer era ponerla nerviosa. Desde luego, si era así lo había logrado.

 - Vamos   a  descansar -le pidió a su acompañante.

-Pero...

-Si me pide que baile con él, Javier, simple y sencillamente le digo que no -afirmó enfadada.

-¿Lo harás? -preguntó, no muy convencido.

-Sí, lo haré -se apartó de sus brazos y, al darse la vuelta, tropezó con alguien que estaba junto a ella. Unas enormes manos la agarraron por los hombros.

Paula vió  a  Pedro Alfonso;  no  era  una  sorpresa,  sabía  que  tarde  o  temprano  iba  a  hablarle pero, en ese momento, la había pillado desprevenida. Se dió cuenta de que si ese  hombre  le  pedía que  bailara  con  él,  no  iba  a  tener  fuerzas  para  negarse,  como acababa de asegurar a Javier.

-¿Quieres bailar conmigo? -le pidió él con voz ronca.

-Yo...

-En  este  momento  nos  dirigíamos  hacia  la  mesa  para  comer  -interrumpió  Javier con toda intención, mientras tomaba una mano de Paula para colocarla sobre su antebrazo-. Si nos permite. Le dirigió al otro hombre una sonrisa antes de alejarse.

-Nos ha salvado la campana, o mejor dicho la comida -murmuró siguiendo al grupo de gente que se dirigía a la mesa.

-No has sido muy delicado, Javier -sonrió ante el evidente ataque de celos sentido por el hombre.

-Con ese tipo de hombres, las sutilezas no sirven para nada. Sé cuándo debo ser brusco o educado, agresivo o sutil, querida.

Paula lo  sabía.  En  una  ocasión  tuvo  que  ir  con  él  al  Tribunal  porque  su  secretaria  estaba  de vacaciones.  Quedó  asombrada  ante  el  cambio  experimentado  en  él.  No  tuvo el menor reparo a la hora de atacar al acusado. Paula recordó otro juicio y otro abogado. Horacio Alfonso. Ese nombre la hizo estremecerse. Durante la noche, pudo ver a Pedro  en varias ocasiones, en su mayoría acompañado de  los  Hammond.  una  o  dos  veces  bailando  con  Laura,  quien  se  ruborizaba  cada vez  que  el  hombre  decía  algo.  cosa  que  Lucas contemplaba  con  cinismo.  Paula pensó  que  una dosis de celos no le vendría mal, se sentía demasiado seguro de Laura y la chica temía por la estabilidad de su amiga. Pero  Pedro no  volvió  a  acercarse  a  ella,  por  el  contrario,  parecía evitarla,  siempre tenía la vista clavada en el lugar opuesto al que ella miraba. Sabía lo que estaba haciendo,  por supuesto, y su odio hacia él creció todavía más. No podía creer que fuese tan tonto como para pensar que si la ignoraba, ella iba a prestarle atención. Hacía mucho que no participaba de esos juegos. y no iba a caer en la trampa.

-¿Bailas querida?

Vió frente a ella al viejo Hammond. Tenía el pelo tan oscuro como su hijo y los pies igual  de  ligeros,  aunque  se  cansaba  con  más  facilidad.  Paula era  su  secretaria  desde  hacía dos años y aunque. la ascendieron muy joven, estaba segura de que él nunca se había arrepentido de haberle dado una oportunidad.

-Encantada  -se  deslizó  graciosamente  entre  sus  brazos.

Los  movimientos  que  hacía  su  jefe  al  bailar  eran  rápidos  y  ágiles,  a  pesar  de  su  figura  regordeta-.

-La  boda ha sido maravillosa, señor Hammond.

Se mostró complacido.

-Creo que sí.

Paula sabía  que  tanto  los  Dean  como  los  Hammond  habían  sido  muy  generosos  en los gastos de la boda de sus hijos. Andrea y Gabriel hubiesen sido más felices sin tanto ajetreo. pero con el fin de compla cer a sus padres accedieron a extravagancias como el Rolls Royce y la costosa fiesta.

-Andrea estaba muy hermosa -comentó él orgulloso-. Ni yo mismo habría elegido mejor.

Andrea y Gabriel estaban visiblemente enamorados. No se fijaban en nadie, cada uno de ellos sólo tenía ojos para mirar al otro.

-Y ahora con tu permiso,  te voy a presentar a  mi  joven amigo   -el   señor   Hammond  se  detuvo.

 Paula, confundida,  se  dejó  llevar  -.

- Yo  sé  que  él  está  deseando  conocerte. ¿Pedro...? -se dirigió a él con una sonrisa paternal.

Paula miró furiosa al hombre que la había estado atormentando durante todo el día.  El  señor  Hammond  les  miró  a  los  dos  sonriendo,  obviamente  muy  complacido consigo mismo.

-¿Paula? -se burló Pedro.

La chica reprimió su ira. Era un amigo de los Hammond, no sabía si era íntimo de la familia, pero no podía comportarse de manera incorrecta  delante de  su  jefe.

-Muy  sabio  -ironizó  él  mientras  bailaban  al  compás  de  la  música.  El  viejo  Hammond había ido a reunirse con su esposa a la mesa principal.

-¿Cómo ha dicho? -ella inclinó la cabeza para mirarle, pero se arrepintió al darse cuenta de que habían quedado demasiado cerca.

-Soy un viejo amigo de Claudio -respondió, contestando a su pregunta. Lori se volvió, molesta porque él leía sus pensamientos con facilidad.   ¿Tenía  que decírselo con tanta precisión?

-Sí, así tengo que decirlo -dijo con voz suave. Parpadeó ante sus palabras. ¿Sería posible que supiera con semejante precisión lo que pensaba?

-Más o menos.

Pedro  sonrió y ella contuvo la respiración.

-Es que tienes unos ojos preciosos. Al principio me parecieron de color castaño, pero  después  noté que  tienen  un  círculo  dorado  alrededor,  que  los  hace  cambiar  de  tono  según  tu  estado  de ánimo.  Como  ahora  mismo.  Estás  enfadada.  Parecen  de  color miel. Son como los de un gato, Paula -rió en voz baja-. Como los de uno que tuve cuando era niño. Me encantaba acariciar a aquel animal, Paula.

-¡Fascinante! -exclamó con involuntaria dulzura.

Pedro pasó el dedo por la muñeca de ella.

-No eres tan fría como pareces -aseguró él, palpando con el dedo el rápido pulso de la joven-. Enigmática como un gato. ¿También arañas cuando te enfadas?

Le  miró  con  desdén.  Se  dió  cuenta  de  que  su  físico  y  los  bueno  modales  podrían resultar atractivos para cualquier mujer, pero no para ella.

-No acostumbro a hacerlo, Pedro. Aunque siempre he admirado a los felinos.

-También yo. Y ahora más. Pero creo que disfrutaría más con tus caricias que con tus arañazos.

Paula decidió seguirle la broma.

-Jamás araño. Y ahora, si me disculpa, creo que Andrea y Gabriel ya se van.

Se  alejó  son  aire  altivo.  Se  hubiera  irritado  mucho  si  hubiera  sabido  que  varias  de las personas que la observaban en aquel  momento  pensaron  que  tenía  la  gracia  sensual de un gato.

-Gracias por tu ayuda, Pau -Andrea se acercó para despedirse. el vestido verde que se había comprado para su próximo viaje a Barbados hacía resaltar su belleza-. Ha sido maravilloso, ¿No crees?

-¡Maravilloso! -asintió Paula, besando a su amiga-. Ahora vete con tu impaciente marido. -,

-Qué  vas  a  hacer  con  el  pobre  Pedro?  -Andrea estaba  eufórica  y,  aunque  no  necesitaba el champán para estarlo, se hallaba bajo los efectos de una buena dosis del mismo-. Le tienes impresionado. sabes. Ésta era su oportunidad para saber quién era.

-Pero Andy, ¿Qui...?

-Vámonos  querida  -el  brazo  de  Gabriel rodeó  la  cintura  de  su  esposa-.  Siento  mucho  interrumpir,  Pau,  pero  el  coche  está  esperando  afuera  para  llevarnos  al  aeropuerto.

-Lo siento, querida, hablaremos a mi regreso -le prometió antes de ser casi arrastrada por su marido.

Paula suspiró  con  tristeza.  Los  nuevos  esposos  estarían  ausentes  un  mes,  así  que  Andrea  no le sería de gran ayuda en lo que concernía a Pedro.

-Tiene mucha razón, sabes -dijo una voz suave detrás de ella--. Estoy impresionado ¿Qué vas a hacer conmigo?

 -¡Nada! -contestó, dándole la espalda-. ¡Excepto ignorarle!

-Me temo que no se me puede dar de lado fácilmente.

Paula permaneció  indiferente, observando cómo Andrea, llorosa,  le  entregaba  el  ramo  a  su  madre  y  cómo  se  abrazaban  las  dos  con  fuerza  antes  de  que  llegara  el  coche.

-Si  hubiese  arrojado  el  ramo lo habría tomado para tí--la voz de él sonó muy cerca de su oído-. Porque tú vas a ser la próxima novia, Paula. Mi novia.

No pudo permanecer callada ante aquellas palabras.

-¿Está usted loco? -preguntó furiosa viendo cómo el automóvil se alejaba y los invitados volvían al salón del hotel.

-Comienzo a pensar que lo estoy -pero no parecía muy preocupado por ello-. Tú vas a casarte conmigo, Paula.

-¡Jamás! -gritó, decidida a reunirse con el resto de los invitados.

Tenía la certeza de que aquel hombre no estaba en sus cabales. ¿Cómo iba a casarse con él si ni siquiera le conocía?

-Pau, querida -Claudio Hammond se acercó a ella-. Me alegro de que tú y Pedro se hayan hecho buenos amigos.

-Es que...

-Es un hombre muy brillante.

 Era  un  elogio  importante  viniendo  de  aquel  gran  abogado.  Paula  le  escuchó  con  interés.  Si  Claudio  Hammond  decía  que  aquel  hombre  era  brillante,  debía  serlo.  De  eso no había la menor duda.

-Con un padre como el suyo no es raro -continuó Claudio Hammond-. Estoy orgulloso de conocerle.

-¿Un padre como el suyo? -preguntó Paula.

-Sí. Horacio fue el mejor.

-¿Horacio...? -Paula se puso pálida. Tuvo un terrible presentimiento.

-Horacio Alfonso-explicó Claudio, jovial-. Claro que su único error fue el caso Chaves,   subestimó  a  aquel  hombre.  Pero  eso  fue  hace  tiempo-,  tú  no  puedes  acordarte, eres muy joven.

Pero Paula lo recordaba muy bien. Horacio Alfonso era tan despiadado como una víbora y disfrutaba haciendo sufrir a sus víctimas. También recordaba a Miguel Chaves, su padre.

2 comentarios: