jueves, 15 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 28

-¿No es esa la prerrogativa de la esposa?

Pablo esbozó una sonrisa de nerviosismo mientras se sentaba en el asiento del conductor.

-¿Sabes que Romina trabajaba en la televisión?

Paula  asintió.

-Le ofrecieron un trabajo clave en el otro extremo del país.

-¿Y eso es todo? O sea que no has dejado de amarla ni ella a tí. Es sólo que no quieres mover tu casa.

-No es tan trivial. Ella esperaba que la siguiera como un gatito... ¡Ni siquiera lo discutió conmigo! -dijo con amargura-. ¿Y qué pasa con Emilia? Tal y como están las cosas, apenas si ve a su madre.

-¿Y querías que desaprovechara una oportunidad así?

-Por el bien de nuestro matrimonio -dijo con tono injuriado.

-Por el bien de tu orgullo, diría yo -le corrigió Paula con impaciencia-. ¿Cuál era el problema, Pablo? ¿Iba a ganar más que tú?

Paula supo por su expresión que había dado en el blanco. El machismo de los hombres le hacía temblar de indignación.

-Pero si tú puedes trabajar donde quieras -Pablo era un arquitecto independiente que trabajaba en proyectos por toda Norteamérica-. Si realmente te importa tu matrimonio, creo que deberías ser un poco más flexible. Ya sé que no es asunto mío, pero considerando que estás dispuesto a usarme como una pequeña distracción, creo que tengo cierto derecho a intervenir.

-Tú me importas, Pau.

Apartó los ojos de la franca mirada de Paula.

-Los buenos amigos deberían tener cuidado de no herirse mutuamente -dijo ella con calma.

-¡Si no fuera por el maldito Pedro Alfonso!

-Pedro no tiene nada que ver con esto -defendió ella con voz glacial.


Cuando volvió al trabajo la semana siguiente, Paula intentó ponerse al día trabajando hasta bastante tarde. El viernes, eran casi las ocho de la tarde cuando llegó a casa.

-Es para tí -dijo Alejandra pasándole el teléfono en cuanto cruzó la puerta.

-¿Quién es? -su madre sacudió la cabeza-. Hola, soy Paula.

Se apoyó contra la pared. Lo único que deseaba en ese momento era un baño una cena y la cama, en ese orden.

-Señorita Chaves, espero que me perdone por llamarla, pero Marcos me ha hablado de usted y estoy desesperada.

-Lo siento, ¿Quién...?

-¡Qué estúpida soy! Soy Ana, la abuela de Marcos. Iré derecha al grano. Pedro había organizado que los niños se reunieran con Belén en la nueva casa para el fin de semana. Él está en Ámsterdam hasta el martes. No sé cuanto sabrás de la situación, pero seré franca: la culpa es mía.

-Tómese su tiempo, señora Alfonso -la tranquilizó Paula al escuchar la angustia en su voz.

-Le dije a Pedro con franqueza que la única forma de que Belén se enterara de en qué iba a meterse era que se encargara de ellos en algún sitio en el que no pudiera zafarse. Este fin de semana. Se suponía que iba a reunirse con ellos esta tarde en la casa. Marcos la llamó antes de que saliera para decirle que llevara paracetamol infantil porque los gemelos tenían un poco de fiebre. ¿Y sabes lo que ha hecho esa horrible mujer? Se ha negado a ir allí. Por si acaso se contagia de algo -su voz estaba cargada de disgusto-. ¡Tiene una reunión la semana próxima y no puede permitirse el lujo de estar enferma! ¿Puedes creerlo?

Paula podía y con facilidad.

-O sea que Sofía y Marcos están solos con los pequeños y usted necesita que alguien los ayude.

-Me siento fatal por pedírtelo. Iría yo misma, pero últimamente no puedo conducir. Me van a hacer un trasplante de cadera y sólo me arriesgo con el transporte público, así que lo más pronto que podría llegar sería mañana por la mañana. Marcos es un chico juicioso, pero estoy preocupada por los pequeños. Allí no tienen todavía médico y las condiciones son bastante primitivas, según tengo entendido. Ya sé que esto es una imposición...

-¡Bobadas! -dijo Paula con calidez-. Iré ahora mismo a ver cómo está la situación. La llamaré después para contarle cómo están las cosas.

-Marcos dijo que no te importaría. Te estoy tan agradecida...

Paula tardó quince minutos en llegar a la Rectoría. Habían hecho bastante desde la última vez que la había visto: nuevos marcos en las ventanas y habían podado la hiedra hasta un tamaño razonable.

Bordeó la casa y entró por la cocina.

La gran habitación estaba desnuda excepto por los cables que colgaban del techo y las paredes. ¿En qué habría estado pensando Pedro al llevarlos allí?

-¡Hola! -gritó avanzando hacia el recibidor, que no estaba en mejor estado que la cocina.

Rodeó una pila de madera apoyada contra la escalera y llamó de nuevo.

-¡Estamos aquí!

Paula se dirigió hacia la habitación de donde procedía la voz. Marcos había elegido evidentemente la mejor habitación. Había fuego en la chimenea y los gemelos estaban acurrucados en los sacos sobre dos camas de campaña frente al hogar.

Sofía estaba sentada entre las dos camas con las piernas cruzadas y al ver a Paula puso una expresión de profundo alivio.

-Gracias a Dios. Creo que están realmente enfermos.

Un vistazo a las caras rojas y sofocadas y Paula supo que no era una falsa alarma.

-¿Dónde está Marcos? -preguntó inclinándose para examinar al primer gemelo.

Le desabrochó el saco para que le entrara un poco de aire fresco

-Ha ido a buscar más leña. Mira, ahí llega -dijo al ver a su hermano con la cesta llena de leña-. ¡Iba a ser tan divertido acampar aquí!

-Me sorprende que tu tío lo sugiriera.

-Y a nosotros también -acordó Marcos-. Pero supongo que tenía algo en mente.

Pedro siempre lo tiene. ¿Están mal?

-No soy una experta, pero yo diría que tienen sarampión.

-¡Sarampión! -repitió el chico con alivio-. Pensé que estaban vacunados.

-Probablemente lo estén, pero pueden tenerlo de una forma suave.

-Pues si esta es la suave, no quisiera ver la fuerte. Tendrías que haberlos oído antes de que se quedaran dormidos.

-Hablando de sarampión, ¿Has...?

-Sí, lo pasé de bebé. Debes pensar que no tengo recursos, pero no conocíamos a nadie aquí salvo a tí. ¿Te importó que le diera tu número a la abuela? Estaba frenética.

-No, no creo que no tengas recursos y no, no me importó que se lo dieras. La única pregunta es: ¿le pedimos al doctor que venga a verlos aquí o los llevamos antes a la granja?

-Me encantan las mujeres dominantes -dijo Marcos con admiración.

-No seas fresco -le riñó su hermana-. ¿No les importará a tus padres la invasión?

-Mi madre adora las crisis -les aseguró Paula-. ¿Está el teléfono conectado?

Marcos sacó un móvil del bolsillo.

-Mi aporte a la crisis.

Paula se apoyó contra los talones para aliviar la presión sobre las rodillas. Gatear por el suelo entre trozos de yeso y escayola era una tarea ardua.

-¿Dónde pueden estar?

-Lo mismo estaba preguntándome yo.

Paula se dió la vuelta con un grito de susto y cayó sobre el trasero.

-¡Pedro! ¡Dios bendito! ¿Qué estás haciendo aquí? -frunció el ceño con gesto acusador-. Se suponía que no llegarías tan pronto.

-Ya sé donde se suponía que debía estar, pero lo que no sé es por qué estás tú aquí y Belén y los niños no.

Paula se sintió miserable. Había hecho que pareciera como una intrusa. Era evidente que había vuelto pronto para ver a Belén.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! No entiendo como Pedro sigue con una mujer así!!!

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