martes, 13 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 24

Después de dos días de arrastrarse con muletas, Paula estaba a punto de gritar de frustración.

-¿Es sólo la pierna lo que te ha vuelto tan desagradable? -preguntó su madre después de sufrir otro de los arrebatos de su hija-. ¿O es sólo la excusa conveniente?

-¿Qué quieres decir?

Paula sabía que estaba siendo imposible y se sentía culpable por ello, pero no podía evitarlo.

-¿Pedro Alfonso?

Alejandra miró con ojos cargados de simpatía hacia su hija, que se había sonrojado con violencia antes de ponerse pálida.

-Pedro Alfonso no tiene nada que ver conmigo.

Por la expresión de su madre, Paula podría haber negado que sus ojos eran marrones y le hubiera hecho el mismo caso. Alejandra esbozó una sonrisa y se sacudió la harina de las manos en el mandil.

-Si tú lo dices, cariño. Siempre creí que eras más luchadora.

-¿Luchadora? Por si te has olvidado, madre, Pedro es un hombre casi casado.

Tuvo que apretar los dientes para contener un gemido de frustración.

-Casi.

-¡Madre!

-A veces el destino tiene una sincronización fatal, hija.

-¿De verdad que es tan evidente? -preguntó Paula abandonando las apariencias.

-Para él quizá no. ¿He dicho algo raro? -preguntó cuando Paula empezó a temblar con una carcajada histérica.

-Eso es exactamente lo que Adam debió pensar cuando me conoció. Y no le he dado muchos motivos para cambiar de opinión.

Esa tarde, Pablo la llevó en coche al pequeño consultorio que tenía alquilado en el pueblo. Al menos podría poner al día con el papeleo, ya que había tenido que cancelar todas las citas de la semana. Cuando recogió lo que había ido a buscar, lo encontró examinando la sala con curiosidad. Paula se había hecho una pequeña pero creciente clientela, y los médicos locales le enviaban a pacientes que podían beneficiarse de su tratamiento.

-Ya veo que estás enganchada a la música -observó Pablo al ver los altavoces empotrados en varias paredes.

-La música y el ambiente correcto son muy importantes -explicó ella con una sonrisa.

-Podría probarlo -dijo Pablo flexionando los hombros.

-A tí te lo haría en la casa.

Aquel nuevo Pablo no tenía nada que ver con el chico desenfadado y natural de su juventud. Pero ya no era un chico, recordó.

-Será mejor que nos vayamos.

La forma en que la estaba mirando le hacía sentirse incómoda. Y pensar que en otra época hubiera dado el mundo porque Pablo la mirara de aquella manera. Con un suspiro empezó a bajar con cuidado los escalones de piedra. Pablo la sujetaba por el codo sin dejar de darle consejos y sermoneándola constantemente para que tuviera cuidado. Anna no recibió su preocupación con gratitud. Sólo sentía cada vez más irritación.

-¡Eh, hola! -por un momento, los ojos verdes paralizaron a Paula-. No sé si te acuerdas de nosotros.

-Sí, por supuesto -dijo buscando con la mirada algún rastro de Pedro sin encontrarlo-. Este es Pablo.

Marcos asintió con naturalidad en la dirección de su acompañante, pero sin apartar la atención de Paula. Pero a ella no le ofendió su evidente curiosidad. Había algo muy conmovedor en aquel chico.

-Me llamo Marcos -extendió la mano y se rió al ver que ella no tenía ninguna libre-. Estos son Joaquín y Nicolás.

Paula no pestañeó ante la mirada fija de dos pares idénticos de ojos. La única forma de diferenciarlos era una mancha en la camiseta de Nicolás.

-Hola, chicos.

-Tío Pepe dijo que no te morirías.

-Él es doctor. Arregla a la gente -añadió su gemelo.

-Pepe ha ido a la escuela local con Sofía -explicó Marcos-. Nos sobra una hora libre o así. Pensé en explorar el pueblo, pero estos dos necesitan comer y beber cada veinte minutos más o menos. ¿Sabes dónde venden helados?

Aunque era muy capaz de cuidar de su hermanos, Marcos sabía cómo utilizar un poco de inutilidad masculina. Como asesorados, los dos gemelos empezaron a gritar:

-¡Helado! ¡Helado!

-Les diré una cosa. ¿Por qué no les enseño donde están los cafés? Preparan unos helados de chocolate para morir.

La mirada de gratitud de Marcos le hizo alegrarse de haberse ofrecido. Se preguntó si Pedro habría tenido alguna vez aquella ingenua expresión abierta en su mirada.

-No queremos helado -anunció Joaquín clavando los talones en el suelo.

-Ella ha dicho que estaban para morir -fue el susurrante comentario.

-Lo siento -dijo Paula a Marcos.

-No te preocupes. Están en fase literal. La muerte está siendo una palabra tabú en este momento -explicó-. Ella sólo quería decir que el helado es excelente. Es bastante seguro; nadie se va a morir. Paula vendrá con nosotros -añadió a sus medio convencidos hermanos-. ¿Vendrás?

Hubiera hecho falta un corazón más duro que el de Paula para resistirse.

-¿Pablo?

-Yo tengo que volver, cariño -dijo fastidiado por el giro de los acontecimientos-. Te recogeré dentro de una hora.

-No tienes por qué hacerlo.

Ya estaba empezando a fastidiarle aquella falta de independencia.

-No es ninguna molestia.

Paula le ofreció la mejilla cuando se inclinó para besarla, pero Pablo la besó en la boca. Se dió la vuelta para encontrar a Marcos observándola con una expresión de desaprobación tan parecida a la de su tío que le hizo sonrojarse.

Diez minutos más tarde, cuando todos estaban felizmente instalados en uno de los salones de té, Paula se permitió una de las copas gigantes de helado.

-Tienes un poco de helado en la naríz -dijo Marcos con un tono de disculpa.

-Gracias -dijo Paula mientras se lo quitaba con la punta de la servilleta.

-Mejor -aprobó cuando ella le ofreció la cara para que la inspeccionara-. Cuando Belu vea a este par, seguro que se desmaya.

Miró a sus sucios hermanos con ojos tolerantes.

-¿Está aquí también? -preguntó Paula incapaz de contener el tono de desmayo de su voz.

-No deja a Pedro ni a sol ni a sombra -dijo con amargura.

-A la gente le gusta estar junta cuando está enamorada.

Considerando lo carcomida que estaba por los celos, se hubiera dado a sí misma un diez en generosidad.

1 comentario:

  1. Lindos capítulos! Parece que empezó el operativo para sacar a Belu de encima!

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